_
_
_
_

El precio de ser distinta a los demás

Amparo, la viuda cacereña que ha demandado a quienes le dieron una cencerrada

Rosa Montero

, Amparo Paramio conoció a Juan en su mismo pueblo, Galisteo. Como ella era la mayor de cinco hermanos, tuvo que dejar los estudios para ayudar en casa: "Después ya no me hice otros proyectos que los de todas las chicas de mi edad, o sea, casarme". Se casó en 1972 y se fue a Pamplona. Medio año después Juan se mató en un accidente de coche. Amparo acababa de quedarse embarazada.

Así es que se volvió a Galisteo, con su familia. Ya sabía ella que tendría que vestir luto. Pero lo que le espantaba era llevar velo. "Cómo vas a salir a la calle sin velo", le decía una tía suya, también viuda: "Se van a creer que ya te has olvidado de él". Y esa expectación en el pueblo, esa atenta vigilancia ante su duelo, esa tácita obligación de cumplir la penitencia. De modo que vistió lutos. Ropa negra, medias negras, y, desde luego, el velo. Todos los días iba a misa, y los domingos visitaba el cementerio. Estas eran las únicas salidas que le estaban permitidas: cualquier otra cosa hubiera sido un verdadero escándalo. "Yo me sentía tan ahogada en casa que a veces me subía al tejado, para respirar un poco". Tuvo que llevar luto durante tres años.

Más información
Los 'campanilleros' no se arrepienten

El parto fue horroroso. El bebé vivió sólo siete horas. Había nacido a los diez meses. "Por muy bien que cuente la madre cuenta mejor el infante", comenzaron a murmurar en el pueblo. Y Amparo quería huir. Se le ocurrió hacer un curso de auxiliar de clínica en Plasencia. "El primer día de clase llegamos allí mi madre de luto, mi hermana de luto, yo de luto y con el velo... Después, mis compañeras me dijeron que se preguntaron qué pintaría yo allí, porque creyeron que yo tenía 50 años".

Sus padres siempre fueron comprensivos. Pero enfrentarse al pueblo era muy duro. Se sacó el carné de conducir y compró un coche: "Qué poca vergüenza, su marido se mata con un coche y ahora ella se compra uno", decían en Galisteo. Después se fue de nuevo a Plasencia, a estudiar ATS. Cuando estaba en el segundo curso conoció a José, un chico de Toledo, delineante. Se enrollaron. De esto hace seis años, y aún siguen. La relación no ha sido fácil. José trabaja en Madrid, y ella encontró un empleo de ATS en Holguera, un pueblo cercano a Galisteo. Durante seis años se han visto sólo los fines de semana.

Quitar las bragas

Pero lo peor empezó a partir de 1980. El año anterior había salido de alcalde Samuel Herrero, del PSOE. Y a partir de entonces recomenzaron las campanillás. "Fíjate, el alcalde franquista se oponía a las campanillás, las disolvía, así es que hacía mucho tiempo que no había. Yo sólo me acuerdo de una de cuando yo era niña, que fue tremenda, a la novia le quitaron las bragas... Pero desde entonces nada". Hasta 1980. Una chica del pueblo mantenía relaciones con un casado de Plasencia. Y fue a ella a quien le dieron la primera campanillá de esta nueva etapa. "Fué algo horroroso, participó todo el pueblo, aporreaban la puerta de la chica, y le decían barbaridades, y rompieron todas las flores que tenía en el balcón...", cuenta Amparo: "Su padre salió llorando en busca del alcalde, para que detuviese aquello, pero el alcalde tenía cerrada la puerta de su casa y no contestó. Porque las campanillás se hacen de madrugada".

A la mañana siguiente todo el pueblo decía lo mismo: "La próxima es la tuya, Amparo... ". Entonces Amparo y José escribieron al Gobernador Civil, de UCD, para contarle el asunto. Y también hablaron un día con Samuel Herrero, en el bar de la familia. "No te preocupes, Amparito, cómo te la van a tocar a ti... ", decía el alcalde sin dar más importancia al asunto. Pero las cencerradas prosiguieron. Y en ellas había coplillas de advertencia: "Amparo, Amparo, no te vayas alegrando que la tuya se viene acercando".

A principios de junio estalló en el pueblo la noticia de que Amparo estaba embarazada. La noche del 18 de junio, Amparo, José y la madre de Amparo tomaron un helado en un bar del pueblo. Eran más de las dos de la madrugada. Se levantaban ya para irse cuando la madre oyó el estrépito de los campanillos. Salieron corriendo, se metieron en el coche, que estaba aparcado frente el bar. Pero habían bloqueado su automóvil con otros. "Me puse en un estado de nervios espantoso" dice Amparo. "Cerramos las ventanillas y todos nos rodearon tocando y cantando, eran como 30 o 40 porque a esa hora no pudieron reunir a más. No sé ni cómo pude maniobrar para salir de allí. No me atrevía a bajar del coche porque en las campanillás la cosa es sobar a la novia de arriba abajo, hasta quitarle las bragas, como a aquella". Y mientras tanto, el ensordecedor campanilleo, las letras bufas: "Las ruedas que están infladas se pinchan y se desinflan, José te vio desinflada y te metió la jeringa"...

Cuando consiguieron sacar el coche se fueron del pueblo. Se dirigieron a la comisaría de Plasencia. Pero allí les dijeron que eso era asunto de la Guardia Civil. Fueron al cuartelillo, y un cabo muy amable les contestó que tenía todos los servicios dados, que no podía enviar a nadie a Galisteo. Pero que llamaría al día siguiente al alcalde, a preguntarle por qué no había sacado a los policías municipales.

Amparo y José pusieron una denuncia y volvieron a escribir al Gobernador Civil, ahora del PSOE. Éste no les contestó, sino que mandó una copia de su carta al alcalde de Galisteo. En el escrito, Amparo explicaba que el cabo de la Guardia Civil había prometido telefonear al alcalde, "cosa que así hizo, teniendo por respuesta (del alcalde) que le fueron a pedir permiso para dar la cencerrada, a lo que él respondió 'que él ni se lo prohibía ni se lo mandaba'". Cuando Samuel Herrero recibió la copia de la carta, habló con la madre de Amparo: "Ahora yo podría demandar a tu hija, porque tengo esta carta con su firma donde dice cosas de mí que no son ciertas...

"Está preñá"

El pueblo entró en combustión con la noticia de la demanda. La vida se convirtió en un infierno. Algunos se hacían los encontradizos con la familia de Amparo, con sus hermanos, con sus padres: "Y lo digo bien alto, que está preñá... ", gritaban. O: "La puta está embarazada y muy pronto parirá". El cabecilla de las cencerradas es un hombre separado, que vive solo. A veces, cuando se trae una mujer al pueblo, reúne a sus amigos y se autodedica una campanillá: "Pero no son letras insultantes, es una fiesta entre amigotes", dice Amparo: "Hace poco hubo una. Yo creo que era una trampa, que querían que nosotros participáramos para pillarnos. Pero nosotros nunca hemos participado en ninguna".

Y así están las cosas. Con amenazas ("a una la voy a matar yo, a una la voy a matar yo como a mi hijo le pase algo"), con insultos ("pero quien se ha creido esa niña que es, si le ha pasado eso es porque se lo tiene merecido, que se hubiera ido del pueblo o que se hubiera casado"), con la promesa de darle una nueva campanillá en su lugar de trabajo ("he tenido que ir a Holguera todos los días acompañada de alguien, por si me atravesaban un coche en mitad de la carretera"), con terribles presiones para toda la familia.

Ahora Amparo se ha venido a Madrid. Está de siete meses y medio y ya tiene la baja. En la querella pide 700.000 pesetas por perjuicios. Fué a hablar con la muchacha de la primera cencerrada, aquella que mantenía relaciones con un hombre casado (del que tuvo un hijo), para ver si quería unirse a la lucha. Pero la madre de la chica se negó: "Después de todo lo que hemos sufrido, que mi hija se ha pasado un año sin salir a la calle con lo del embarazo y todo esto, y ahora que ya empieza a salir de nuevo con amigas no queremos que se nos ponga otra vez el pueblo en contra... ". Amparo tiene ahora 32 años. Y lo único que ha pretendido es ser feliz.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_