Excomunión para Pinochet
En varias ocasiones han aparecido cartas aludiendo a las diferencias de trato que aplica Juan Pablo II a quienes atentan contra los derechos de los polacos respecto a quienes oprimen a otros ciudadanos. Es verdad, y aunque todos comprendamos su debilidad hacia la tierra que le vio nacer, hay en eso un chovinismo lamentable que contrasta con el fondo internacionalista y neutral que debería tener todo el mensaje papal. Recientemente, en su último viaje a Polonia, volvió a mostrar su preocupación por Solidaridad. Esa preocupación papal debería entenderse en un sentido amplio, en el sentido de que el Papa está a favor de la existencia de los sindicatos, del derecho de los hombres a sindicarse y del respeto que merecen los sindicalistas. Pero, de nuevo, la decepción: en esas mismas fechas, los sindicalistas chilenos sufrían nuevos atropellos por parte del régimen de Pinochet y, pese a ser tan hijos de Dios como los polacos, no tuvieron la defensa papal que hallaron los de Solidaridad.Existe encima una agravante. Juan Pablo II tiene poco que hacer, a nivel dialéctico moral, con las autoridades polacas, pero, en cambio, tiene a su alcance un arma eficacísima frente a Pinochet, que en muchos momentos de su siniestra gestión de tortura y muerte se ha querido presentar como un hombre que cree en Dios. El hecho de que Pinochet, a estas alturas, que vive en un país de sensibilidad católica, no esté públicamente excomulgado constituye un verdadero escarnio. Por el contrario, una decisión de este tipo sobre el dictador chileno, y decisiones parecidas en relación con las altas personalidades que han tolerado la inhumana represión argentina, ayudarían a desbancar a esos regímenes.
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Pero toda la capacidad de maniobra se la reserva Juan Pablo II para los asuntos de su tierra chica. Que no se lamente si muchos le consideran un Papa ajeno. / .
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