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Un golpe contra Arafat 'made in Siria'

Antonio Caño

La operación política y militar montada por el régimen de Siria para alentar las divisiones en el seno de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), y sobre todo en su principal organización, Al Fatah, tiene un objetivo esencial: acabar con la figura de Yasir Arafat la espina clavada en el corazón de casi todos los Gobiernos árabes, agitador de conciencias y obstinado defensor de que su pueblo tiene que hablar con voz propia.Hafez el Asad, el presidente de Siria, ha declarado la guerra a Arafat después de un proceso acelerado de desgaste de las relaciones entre ambos durante los últimos años. Asad no llegó con buen pie al poder. En diciembre de 1970 dio un golpe de Estado contra Nuredim Atassi, el presidente que había enviado tropas a Jordania en apoyo de los guerrilleros palestinos. En 1976, los soldados sirios cruzaron la frontera con Líbano para tomar parte en la guerra civil de ese país, a favor de los cristianos y contra los palestinos y libaneses progresistas.

Desde esa fecha hasta que sirios y palestinos fueron expulsados por Israel de Beirut, la convivencia en Líbano entre la OLP y las tropas sirias, escondidas tras el pomposo nombre de Fuerza Árabe de Disuasión, fue difícil y no exenta de esporádicos enfrentamientos. Tras su salida de Beirut, Arafat. condenó a muerte las relaciones con Siria al renunciar a instalar su cuartel general en Damasco -todas las organizaciones de la OLP, a excepción- del Frente de Liberación Árabe (pro iraquí), fijaron sus sedes en la capital siria- y les dio el tiro de gracia al iniciar conversaciones con Jordania en la esperanza de acercarse, por cualquier vía, al proyecto de crear un Estado palestino en alguna porción del territorio de Palestina.

Siria es el único territorio fronterizo con Israel en el que los palestinos disponen de una fuerza militar, es la única base desde la que operar contra el Ejército israelí y era también el aliado en la desgracia, el único país árabe que todavía se encontraba en guerra con Israel. Siria era la única vía de contacto con los 9.000 o 10.000 combatientes palestinos que se encuentran en la llanura libanesa de la Bekaa y se había convertido en la mayor concentración de refugiados después de la guerra de Líbano. Todas estas razones habían hecho del Gobierno de Asad un aliado indispensable, aunque no deseado. El régimen sirio parece llamado a ser, por estas razones, el ejecutor de un proyecto que, cuando menos, no disgusta a casi ninguna de las partes envueltas en el conflicto de Oriente Próximo. La línea Arafat, se había convertido en una amenaza o al menos una preocupación para Estados Unidos, la Unión Soviética, Israel, Siria y los demás países árabes, por diversas razones.

El presidente Reagan no había pensado nunca, probablemente, que un día tuviese que frenar la dinámica que él mismo había propuesto al presentar su plan para Oriente Próximo. Lo cierto es que, nueve meses después de hacer públicas sus sugerencias, Ronald Reagan no ha hecho lo más mínimo por ayudar a Arafat a hacer compatibles las ideas de la Administración norteamericana con las aspiraciones de los palestinos. Una intervención de Reagan impiden do que Israel prosiguiese su política de asentamientos en los territorios ocupados hubiese bastado, en su momento, para que Arafat justificase ante sus bases el diálogo iniciado con el rey Hussein.

Pero no ha sido así. Reagan ha preferido observar impasible desde la Casa Blanca cómo el líder de la OLP desgastaba su popularidad en una negociación imposible con el monarca que en 1970 dirigió una matanza contra los palestinos.

Moscú juega la baza siria

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La Unión Soviética, más agresiva en política exterior en los últimos meses, ha optado final mente por jugar la baza siria a fondo. Después de rearmar al régimen de Damasco, Moscú se quiere convertir, por medio de Siria, en interlocutor imprescindible de cualquier solución para la región. Para ello es imprescindible obstaculizar el camino seguido por Arafat, que, si no era el de una pax americana, sí estaba muy lejos de conceder un protagonismo a la URS S "Ha llegado demasiado tarde", le dijeron, según las agencias de prensa, las autoridades soviéticas al número dos de la OLP, Abu Iyad cuando se presentó a principios de este mes en Moscú para pedir la mediación de los dirigentes del Kremlin en el conflicto sirio-palestino.

El peso de Siria en el conjunto de Oriente Próximo es mínimo si no controla la OLP. De cara a unas eventuales negociaciones con Israel sobre los altos del Golán (territorios ocupados y después anexionados por Tel Aviv), Siria tendría que ofrecer la garantía de controlar a los palestinos que se encuentran en territorio sirio y, sobre todo, tendría que encargarse de los combatientes que todavía permanecen al norte y este de Líbano.

Siria ha intentado hasta ahora la fórmula de controlar algunas organizaciones menores de la OLP con el fin de aminorar la influencia del grupo de Arafat, Al Fatah. Fracasada esa opinión, cuya última baza se jugó en el Consejo Nacional Palestino, el pasado mes de febrero en Argel, Damasco ha aprovechado la discrepancia de algunos altos militares palestinos con la línea oficial para dar facilidades a la ejecución de un golpe de Estado contra el presidente de la OLP.

Según fuentes palestinas, 35 guerrilleros del grupo de Abu Nidal (condenado a muerte por la OLP e inexplicablemente protegido por Gobiernos rivales como Siria e Irak), 200 soldados regulares libios y tropas del Ejército sirio estacionado en la Bekaa han combatido junto a los rebeldes de Al Fatah. Junto al cerebro militar del golpe de Estado, Abu Musa, y al cerebro político, Abu Saleh -miembro del Comité Ejecutivo de Al Fatah y elegido por los rebeldes como alternativa a Arafat-, se encuentran personajes clarísimamente escorados como Sarnir Groshe, del Frente de Lucha Popular Palestina (pro sirio), Ahmed Jibril del Frente Popular para la Liberación de Palestina-Comando General (del que se habla como agente libio, sin paliativos) y la organización Al Saika, creada a imagen y semejanza de Asad.

Al resto de los países árabes les puede preocupar, en principio, el riesgo que supone la ruptura palestino-siria para la estabilidad de Líbano y de la propia Siria -conviene recordar que el régimen de Damasco se enfrenta permanentemente a un fuerte movimiento de protesta interno del que hasta ahora se ha mantenido dipIomáticamente al margen la resistencia palestina-, pero puede que ese riesgo esté superado por el temor de todos los Gobiernos; árabes, moderados y progresistas, a que la revolución palestina cale en sus propios pueblos.

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