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Ensayos habaneros

José María Izquierdo

Parece que la CIA tiene ciertas debilidades con las aficiones alcohólicas, por muy moderadas que éstas sean, de sus principales bestias negras del continente. Con Fidel Castro ya lo intentaron de forma similar. Un camarero del Hotel Habana Libre, antes de la Revolución Havana Hilton, escondió durante meses en una cámara frigorífica una cápsula de veneno que debía echar en la copa de daiquirí que de vez en cuando acudía a tomar el líder cubano.El propio camarero contó cuando le detuvieron, porque llegaron a descubrirle, que tanto tiempo había estado en el hielo la famosa cápsula que finalmente, debido a su cristalización, se rompió en mil pedazos. La CIA, no obstante, tuvo ideas más ingeniosas para acabar de una vez con el entonces joven barbudo. Entre ellas, quizá fuera destacable aquel intento de rociarle con un spray misterioso, con el ánimo confesado de que se le cayera el pelo., tanto de la cabeza como de la barba. Perdidos los cabellos, perdido el poder, debieron pensar en Fort Langley.

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Otra ingeniosa fórmula fue la de regalarle, vía hombre de negocios en visita a la isla, un traje de hombre-rana con bacilos de Koch, para que la fulminante tuberculosis arreglara lo que la política no conseguía.

Además de otros métodos más clásicos, como los de conseguir infiltrados en el propio régimen, caso de Rolando Cubelas, o de comandos semi-suicidas, sistemáticamente desarticulados por unas tropas cubanas siempre ojo avizor, jefecillos washingtonianos llegaron a imaginar delirios más propios del chiste que de la dura realidad a la que se enfrentaban.

En el primer año de revolución, por ridículo ejemplo, llegó a prepararse un plan, que finalmente no se llevó a efecto, para lograr apariciones religiosas en la bahía de La Habana, combinando estas caribeñas fátimas con una campaña de panfletos con mensajes religiosos.

De todos estos intentos, así como el de aquella traductora, de nombre Marie Lorenz, que llevaba veneno en un tarrito de cold cream gentilmente facilitado por Frank Sturges, quien más tarde saltó a la fama por su colaboración en el Watergate, han dado buena cuenta los periódicos norteamericanos. Incluso el Congreso de Estados Unidos trató a puertas abiertas de tan fallidos planes. El ultraderechista senador republicano Barry Goldwater declaró ante el Comité de Operaciones Gubernamentales del Senado, en 1976, que los intentos contaron siempre "con la aprobación de la Casa Blanca".

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