Contadora, España y Estados Unidos
LE ESTÁ correspondiendo al Gobierno socialista dar un contenido moderno a la dimensión más tradicional de la irradiación exterior de España: nuestras relaciones con Latinoamérica. Las intervenciones de Felipe González en Santo Domingo y Colombia confirman que ante los gravísimos conflictos de América Central la política española ha sabido evitar dos peligros que acechaban: la expresión vaga de buenas intenciones y la búsqueda de un protagonismo propagandístico. No se ha hecho ni una cosa ni otra. El Gobierno está hablando con claridad en el marco de una iniciativa latinoamericana que, a pesar de enormes dificultades, tiende a promover soluciones concretas: poner fin a la violencia, lograr el diálogo, salvaguardar la independencia de todos los países.Quizá no se ha destacado suficientemente el trasfondo de lo que se conoce como iniciativa del grupo de Contadora. La iniciativa significa que un grupo de países latinoamericanos pretende ahora resolver entre latinoamericanos los conflictos de América Central. En eso estriba el gran cambio, que denota una mutación sustancial en la correlación de fuerzas; una menor capacidad de hegemonía real por parte de EE UU; una creciente capacidad de América Latina de actuar como tal, por su cuenta, en los escenarios internacionales. La guerra de las Malvinas, además de otros factores, ha contribuido a encoger sustancialmente el prestigio e influencia de EE UU en el continente. Y dificulta a la Administración Reagan la utilización de la Organización de Estados Americanos, como ha hecho Washington en otras ocasiones, piara legitimar su política.
México ha sido desde hace tiempo abanderado de una actitud de independencia con relación al gran vecino del Norte. Que se hayan asociado a él, en una gestión común de las características indicadas, países como Venezuela, Colombia y Panamá indica la hondura del proceso que está en marcha. La inteligencia de la actitud del Gobierno español consiste en haber hecho todo lo posible, con la discreción debida, para que cristalizase una iniciativa específicamente latinoamericana; y en haber dado entonces, con claridad y firmeza, el apoyo oficial de España a esa iniciativa. Felipe González ha tenido razón en su discurso de Bogotá, al denunciar la responsabilidad de .EE UU. En el momento en que la política de Reagan, con el desplazamiento de Enders y otras medidas, se inclina aún más hacia el intervencionismo militar, las frases del jefe del Gobierno español eran oportunas y hasta necesarias.
En el escenario centroamericano hay dos puntos particularmente calientes: las fronteras de Nicaragua, con las incursiones de somocistas, y la guerra civil de El Salvador. Sin garantizar a Nicaragua el respeto de sus fronteras, ¿cómo pedir con un mínimo de sensatez al Gobierno sandinista que establezca y respete una democracia pluralista? En El Salvador, el alto el fuego, el diálogo, es la única forma viable para evitar el recrudecimiento de la violencia y el desemboque en soluciones extremistas. En ambos casos la política norteamericana ha sido hasta ahora un factor en la prolongación de la violencia. De ahí la importancia de hacer sentir a Washington su responsabilidad, y el daño que se hace al propio pueblo americano y su capacidad de liderazgo.
La política exterior del Gobierno nacido de las elecciones del 28 de octubre pasado no ha cosechado hasta ahora resultados precisamente brillantes. Hasta puede decirse que es el ministerio más caótico, desprestigiado y atrabiliario de cuantos existen. Por eso mismo nos parece más importante y digna de atención esta encomiable actitud respecto a América Latina y sus problemas del Gobierno socialista. Con una participación muy directa de Felipe González; ha sabido hablar con un lenguaje nuevo. Ha empezado a hacer política.
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