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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El factor libio

EL ANUNCIO de un futuro pacto de amistad y cooperación entre la URSS y Libia es una precipitación que conviene más a Libia que a los soviéticos, conscientes de que el mundo árabe-islámico tiene otras muchas más vertientes y muy diferenciadas; y más al régimen de Gadafi que a los propios libios. Gadafi está cada vez más aislado y más amenazado. No sólo está en el punto de mira de Reagan, que produce de cuando en cuando actos militares para señalar que su ímpetu verbal puede transformarse en cualquier momento; ni sólo por los países occidentales, que le acusan de fomentar toda clase de terrorismos y de pagar movimientos subversivos, sino por una mayoría de países árabes. El ya veloz movimiento diplomático del Gran Magreb -Argelia, Marruecos, Túnez- quizá no llegue a cuajar nunca en una operación constructiva, pero sí tiene un carácter de frente antilibio, y fomenta la esperanza de que si Libia pudiera desprenderse de Gadafi podría entrar en esa operación y gozar más de unas riquezas que ahora parecen dilapidadas.Libia es la fuente de un revolucionarismo que preocupa cada vez más a los grandes países árabes; y de un expansionismo muy concreto. Se ha dicho más de una vez que el carácter de Gadafi desborda los límites de lo normal, y algunos rasgos lo subrayan (por ejemplo, su carta a Reagan exigiendo la protección de los pieles rojas de Estados Unidos alegando que son de origen libio); lo que irradia de él no es tanto la idea de una gran revolución islámica creadora -algo que pertenece más a la mentalidad y a la acción de Jomeini-, sino a la creación de una turbulencia continua.

Reagan sostiene que Libia es una "nación vicaria" de la URSS y, de acuerdo con su propia creación política y estratégica, lo que combate en Libia -y llama a los demás a combatir en ella- es una expansión soviética. El posible tratado con Moscú le hará ratificarse en esa idea y multiplicarla. Pero los vecinos de Libia, los europeos occidentales, los árabes, ven en ella un factor de inestabilidad perpetua. Hay ahora un amplísimo movimiento diplomático para acabar con el "factor libio", como parte de un intento mayor de estabilización (que pasaría también por la eliminación de otro extremismo, el del grupo Beguin-Sharon en Israel); es difícil que Moscú no vea el alcance de todo ese movimiento y se comprometa excesivamente con Libia.

El alcance del tratado que está sólo en proyecto, pero que quizá trate de acelerar Trípoli, no podrá ser en ningún caso de respaldo total. Estos tratados nunca pasan de ser simbólicos: las verdaderas acciones se hacen de otra forma. De hecho, la Unión Soviética ha evitado siempre cualquier forma de institucionalización de sus relaciones con Libia, y aunque la política de Andropov parezca ahora más decidida y más enérgica que la de Breznev, no hay que pensar que se comprometa demasiado.

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Todos los movimientos de Gadafi en estos últimos meses son muy defensivos, muy conscientes de una sensación de apuro y de cerco. El anuncio del tratado con la URSS, mientras tunecinos, argelinos y marroquíes entablan nuevas relaciones y mientras la Sexta Flota se pasea por sus costas, pertenecen a esa noción de inseguridad creciente. No es descartable, en el futuro, un golpe interior contra Gadafi.

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