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A la Academia, con todo respeto

Ignoro si el fenómeno es debido al quizá excesivo politicismo que España sufre en la actualidad, que lo explicaría hasta cierto punto, o porque, línea aparte la minoría excepcional, no somos un país culto; tan sensibilizado está el español ante cualquier acontecimiento -que ponga en peligro sus ingresos, sus derechos, sus satisfacciones instintivas, sueltas ahora en un clima primario de ordinariez, por antes reprimidas, que sin duda estas consideraciones culturales e idiomáticas le sonarán a pura anécdota.En vano he esperado leer una breve carta al director de este periódico en la que alguien manifestara su pasmo ante un artículo muy culto con citas a Heidegger, Lessing, Byron y Baudelaire, en el que se escribe: "El famoso soneto de Calderón, 'Ven, muerte, tan escondida, / que no te sienta venir, / porque el placer de morir / no me torne a dar la vida' " (EL PAIS, 20 de diciembre. de 1982). El artículo del ex ministro de Educación, nada menos, pone no me vuelva, pero es igual; lo tremendo es que se confunde la célebre redondida del Comendador Escrivá (otros escriben Escribá) con un soneto de Calderón; es decir, que sobre la confusión de autor, el señor ex ministro no cae en la cuenta de que el verso de un soneto es de arte mayor, endecasílabo o alejandrino, pero no el de esa redondilla octosilábica, de arte menor, naturalmente.

Perplejidad de otra índole, pero perplejidad, al leer lo que el director de la Academia Española, también en este diario, escribe: "El papel social -el rol, como ya es ineludible decir..." (EL PAIS, 19 de diciembre de 1982).

La lengua es un uso social, el máximo tal vez, y cambiante como la sociedad misma; la actitud purista del siglo XVIII es, a estas alturas, insostenible; toda voz necesaria, si el uso la acuña como tal, acaba por aceptarse. La voz rol ¿es necesaria? ¿No nos entendemos bien con la acepción de la voz papel, en la significación de carácter, representación? Como es sabido, del francés rôle, tal vez a través del catalán rol, ha pasado a significar en castellano lista o nómima, y como tal galicismo estaba detenido; pero como pasó al inglés y estamos escribiendo y hablando un castellano traducido del inglés, la voz rol irrumpe en nuestra lengua y don Pedro la estima ineludible. ¿Lo es?

¿Limpia, fija y da esplendor a la lengua nuestra Academia? El esplendor quien se lo da es, por supuesto, los buenos escritores; la fijeza la da el uso, y en éste consiste buena parte de la lengua y tiene su mecánica. Pero la limpieza sí que es misión de la Academia. Un buen servicio para todos -sería el que un académico de vocación para ello y autorizado por la corporación publicara una sección fija -incluso- anónima, si se prefiere, pero con carácter oficial que saliera en los diarios más importantes para que todos nos enteráramos de las incorrecciones de voz y pluma cometidas en los veloces medios de información. Una sección de una holandesa a dos espacios que tratara de una o dos voces con sencillez, buenos modos y hasta humor para que los sensibles no se enfadaran.

Pasemos porque nuestros plumíferos no puedan escribir un trabajo sin incluir palabras en inglés, porque el colonialismo del pantalón vaquero y la Coca-Cola es así, pero es que la prisa está invadiendo el campo de la ortografía, y una lengua escrita que no uniforma su ortografía da el primer paso a la incomunicación, lo que trata de evitar una ortografía común en los países cultos. Una lectura atenta a los diarios nos ofrece las voces exuberancia, con hache, y hasta ilación, también con hache; inflación, con dos ces, y digresión, con ese en la primera sílaba; hayarse por hallarse, etcétera.

Se me objetará que no es misión de la Academia asumir la de la enseñanza general básica, pero es otro cantar, y la realidad es que nadie en serio enseña ortografía porque es pesada faena corregirla. El Boletín de la Academia no lo lee el español medio, y salir del terreno acotado por los ilustres y especializados académicos al del hombre de la calle sería un gran servicio público. Nuestro gran novelista García Márquez decía, con el mismo candor que le lleva a usar el liqui-liqui chino, a través del tagalo, quizá creído nacional, respecto a los acentos: "Yo me conozco todas las reglas, pero nunca sé dónde aplicarlas; de modo que habría que poner contra las cuerdas a la Academia y hacer que sea flexible en este tema". No debe conocer bien las reglas el maravilloso escritor porque son sencillas, aunque tienen lo suyo, y también se ponen mal los acentos en periódicos, rótulos de exposiciones, etcétera. Es curioso que se acentúen equivocadamente los mismos grupos de palabras y que no se distinga la diferencia entre acento fonético y ortográfico. ¿Se atrevería el admirado novelista colombiano a pedir que fueran abolidos los difíciles acentos del francés?

Nada de cuerdas para la docta corporación, pero sí el ruego de que salga a esta calle del periodismo y nos ayude a todos a escribir y hablar mejor, limpiando con buena escoba.

María Rosa Alonso es profesora de la Universidad de La Laguna y de la Universidad de los Andes en Mérida (Venezuela) e investigadora de cuestiones lingüísticas.

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