Las reales omegas
Cuando hace algunos años -veinte tal vez, a los pocos de la muerte de Carles Riba- se pretendió interesar a ilustres miembros de la Academia Sueca y a su secretario perpetuo por una posible candidatura de la expresión en lengua catalana al Premio Nobel de Literatura, muy pocos de los escritores locales consultados por los suecos se hicieron fuertes en la proposición de un hombre que, sin embargo, en aquel momento parecía a todos el más indicado desde el punto de vista de la representatividad y por la excelencia de la obra: el de J. V. Foix.A algunos les podía parecer que la poesía de Foix no estaba lo bastante claramente vinculada -o, al menos, no tanto como otras- a la reivindicación nacional de Cataluña, que es lo que se pretendía condecorar con un Premio Nobel, pero a los más les parecía una poesía doblemente dificil: dificilísima por la lengua tan personal como exigente del poeta, y aún más dificil a causa del código de referencias imaginativas, del secreto universo de alusiones, demoradamente constituido a lo largo de tantos años de ejercicio literario con vocación y paciencia de orfebre. En muchos sentidos, la poesía hasta entonces edita de Foix estaba en el mismo paralelo de la poesía europea en el que se sitúan las premiadas de T. S. Eliot y de Saínt John Perse y la de juventud del futuro premiado Vicente Aleixandre, una zona de la comunicación literaria a la que los académicos suecos estaban avezados, pero que, en el caso de Foix, resultaba parcela hermética. ¿Por qué?. En el fondo, porque la poesía de Foix resiste muy mal la traducción a cualquier lengua, incluido el castellano. Las versiones, tan ajustadas como intuitivas y brillantes, de Enrique Badosa, por ejemplo, no consiguen transmitir, creo yo, los constantes efectos de persuasión, por la ironía que la aplicación de una lengua, a menudo arcaica o rabiosamente étnica, al motivo aparentemente banal o tópico; busca verso a verso en los poemas de Foix de Sarriá y de Port. Esa dificultad, de la que el poeta es consciente; esa intraducibilidad de sus textos a cualquier otra lengua, incluso próxima, pese a los más meritorios esfuerzos, lo convierten -y tal vez eso no le importe mucho- en un escritor recóndito, cuya grandeza sólo puede ser descubierta por los familiarizados con un código habitual y largamente ensayados, de sorprendentes gestos verbales.
Arthur Lundkwist, el abogado de las candidaturas hispánicas y mediterráneas al Premio Nobel, y notable políglota, reconoció en aquella que fue fugaz ocasión de premio para las letras catalanas; su incapacidad de apreciar la excelencia de Foix ante el texto bilingüe. Fue una lástima. Ahora, Josep Foix, como Jorge Guillén, su estricto contemporáneo, y otro de los escritores hispánicos que más los merecieron, ha cumplido noventa años, una edad a la que ya no se suelen conceder los arbitrarios laureles escandinavos. En fin, Foix, nonagenario, difícilmente legible para extraños y extranjeros, es, en plena producción, el más ambicioso, y tal vez el mejor poeta vivo en catalán.
Probablemente Foix ha sido siempre consciente de que el timbre de su elocución era demasiado alto para las grandes audiencias, y el mundo de su experiencia verbal y del fluir de la vida, demasiado secreto. Algo de lo que hay que hablar con escasez. En una extraña carta-prólogo, que abre la primera edición de sus Obras poètiques (Obras poéticas), hay una frase que no se sabe bien si se refiere a una anécdota particular de la vida sentimental o si es una definición de su modo de estar en el mundo en aquel entonces, hace también veinte años. Una frase que se me quedó en la memoria: ¿Què et diré, ara que visc d'evocar la flaire dels fonolls en un crepuscle de focs boscans i camps esmargenats?(que en una traducción imposible diría: ¿Qué te diré, ahora que vivo de evocar el aroma de los hinojos en un crepúculo de fuegos del bosque y campos sin márgenes). Poco después dice (traduzco): "Recuerda siempre más que soy sólo un testigo de lo que cuento y que lo real, del que parto y del que vivo, con ardor en las entrañas, como sabes, y lo irreal que tú piensas descubrir son la misma cosa". También su vida, el crepúsculo de la vida que contará, las irreales omegas de sus versos, son reales e irreales. Y magníficas.
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