España: el idioma
En su descanso en Barcelona, camino de Estocolmo para asistir a la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura 1982, Gabriel García Márquez ha concedido unas declaraciones a la Prensa, de las que inexplicablemente ningún periodista ni director de periódico ha subido a la cabecera de la información el título que yo he recogido para este comentario y que me suministra el propio escritor: "Para mi", afirmó, "lo fundamental de mi obra es España, que es el idioma".Esta afirmación pronunciada por el escritor que nació en 1928 en Arataca y comenzó a colaborar en la Prensa desde sus residencias -al sentido nerudiano de la palabra- de Cartagena y Barranquilla cobran un brío inusitado. El García Márquez de Caracas volvió a sus raíces hispánicas tras su baño intelectual por una Europa en la que Italia contrapesa experiencias en Checoslovaquia y la Unión Soviética, mientras las dos Alemanias se contrapesaban mutuamente. Su vocación de hispanohablante se radicaliza tras sus estancias en México y Barcelona. Y cuando acude a recibir el Premio Nobel sus tentaciones de cosmopolitismo a las que tan dados son los escritores que llegan a Europa desde América -incluido Darío-, son arrinconadas ante el empuje que le crece garganta arriba para inundarle saliva y piezas molares con la explosión radiante del español.
Estamos -no sólo con García Márquez ni por García Márquez- ante el pórtico de una sorprendente reacción en el mundo de la lengua española como lengua en expansión en el campo de la cultura y en el sector de la comunicación comercial. En Francia, los profesores del Certificado de Aptitud del Profesorado de Enseñanza Secundaria (CAPES) han pasado este año de 55 a 185 plazas. Y no merced a una expansión de los programas die enseñanza secundaria, porque paralelamente las de alemán han descendido de 120 a 60 plazas en el mismo período. Se podrían añadir muchas otras informaciones que completarían este programa de actual resurgimiento de la demanda de estudios de lengua española en el mundo en contraste con una etapa de decadencia en los años anteriores. Es el momento de iniciar desde España una potenciación y creación de nuevos centros en el mapa educativo de nuestros liceos en el extranjero completando sus funciones tradicionales con la organización de cursos de español. Y es el momento de abordar una política ágil y viva de poner en circulación nuestras realidades culturales en el extranjero espoleados por esta demanda del español y de lo español. Me estoy refiriendo de una manera concreta a Europa y al mundo mediterráneo en donde torpezas tradicionales desarrolladas por Madrid han conseguido el desplazamiento del español arrinconado por el francés en zonas donde deberíamos haber incrementado nuestra oferta. Pero esta realidad del despertar dpl mundo hispanohablante cobra sorprendente realidad en la fuerza expansiva de la cuña hispánica que se abre paso en Estados Unidos. No es posible puntualizar qué realidad cobra más peso: si el hecho de Puerto Rico y el mundo de los chicanos, el exilio cubano en Míami y el uso de la lengua en la propia Cuba como instrumento frente al inglés, o el fenómeno sorprendente del español que se abre calle en las avenidas de Nueva York. Y junto a esta fuerza del mundo hispanohablante como fenómeno social, el instrumento cultural de la hispanic society viva desde el Nueva York de 1904 hasta el hispanismo pujante de hoy en que la lista de los departamentos de español y literatura española o suramericana se ordenan como si se tratase de un listín telefónico impresionante. Ahora se valora lo que representa para la cultura mexicana el exilio español, cuyo logro más espectacular está entre los muros del Colegio de España.
Es impresionante esto de que en Dusseldorf, en Los Angeles o en Rennes, para escribir una carta comercial a la América del Sur, bandadas de estudiantes y de aspirantes a plazas de secretariado comiencen por traducir y leer a Cervantes.
España -lo español- para desarrollar una ambiciosa política cultural y del idioma en el extranjero, tiene a su favor esta vertiente comercial. Ni las alianzas francesas o las sociedades Dante de ayer y que hoy se remozan y cobran vuelos cuentan a su favor con esta baza. Un mundo que crece -la sorpresa demográfica de México DF en cabeza- necesita del español como lengua de comunicación, mientras en todas las universidades y centros de cultura superior del mundo aumenta el interés por las
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cosas españolas. Primero fue el Romanticismo y el descubrimiento de lo español, luego el país de la guerra civil y, ahora, el del experimento de una democracia de nuevo cuño y de tolerante talante. Y a diez años vista la fecha del centenario del descubrimiento, en 1992. La ocasión es única. Y Gabriel García Márquez, que gusta de practicar el monólogo interior y de quebrar la realidad lineal de los acontecimientos, ha señalado que el español es lo que se entiende por España en el mundo. Y lo que él entiende a través de la lengua qué le ha servido como instrumento para su fabulación.
Tierra adentro, además, esta realidad estallante de la lengua se flanquea con la riqueza plural de las otras expresiones lingüísticas que conviven en la geografía española. Esa es la grandeza de nuestra cultura, que pueden simbolizar unos versos de Camóes.
Nada me sorprendió más en un recorrido mexicano que la coincidencia de mi visita con la máxima actualidad de sor Juana Inés de la Cruz: parecía entonces que se habían descubierto sus restos. E irrumpían en la Prensa sus ovillejos, y con sus versos circulaba todo un siglo español de plenitud literaria: Garcilaso y Góngora, Calderón, Lope y Que vedo. Al igual que hoy acontece con García Márquez y por duende de este mundo sin distancias también a la inversa. García Márquez encarna un estilo literario que hoy circula por la pluma de muchos escritores españoles. Ese estilo, esa narración que se construye y mueve a despecho del tradicional concepto del tempo. Saltando en un futuro que ya se ha quedado viejo y un pasado que el autor nos muestra como recién nacido; dando dos pasos adelante y uno atrás para romper todo esquema horizontal y lineal y merced, de un constante zigzagueo. Pero García Márquez intuye que estas maneras de escribir sólo son posibles merced a la riqueza de todo orden de una lengua en la que es posible decir todo y no decir nada, construir cartesianamente y realizar la voladura de cualquier estructura gramatical para ordenar de nuevo verbos y pronombres, sustantivos y partículas de relación en sorprendente recreación idiomática. Es la hora del español en el mundo. Esto y no otra cosa es lo que, en un día de niebla intensa sobre Madrid, en donde yo no lograba ver nítida la Telefónica, García Márquez, camino de las nieblas de Europa, que no son pasajeras, afirmaba también. El intuía las estadísticas, pero las podía ignorar. El afirmaba una fuerza potente que le crecía desde dentro: "Lo fundamental de mi obra es España, que es el idioma". Era como la vida anunciada del porvenir de la lengua de mañana. No fue necesario que Darío escribiese su salutación del optimista ni gritase su ¡Viva la América española! con tan hondos dejos de poeta civil. Tranquilamente, entre avión y avión, camino del Nobel anual para las letras, García Márquez ha anunciado la noticia de ayer y levantado acta notarial de la certeza de mañana: España, el idioma. No existe otra realidad. Y es buena hora para que quienes ordenen la política cultural, educativa, de Estado y de comercio, la tengan en cuenta. Falta una década para el centenario del descubrimiento, en 1992, y esta debe ser también la brújula del acierto en las conmemoraciones: España, el idioma. Es la realidad anunciada por García Márquez manejando los elementos más fiables: una sor Juana que va a comenzar a escribir en cualquier punto de América y una Rayuela o un Bomarzo que ya estuvieron de texto entre los soldados de Bolívar o colocados en los vasares de libros al servicio de Cortés o Díaz del Castillo. Y en cientos de aulas, esparcidas por un mundo que habla otros idiomas, unas profesoras y unos profesores, ignorados, por Madrid, que presume de pronunciar castizo, se aferran en la pizarra por enseñar las diferencias hispánicas entre ser y estar. Ni que decir tiene que García Márquez se empeña en ignorarlas, para convertir más en sorpresa su narración, pero todos los japoneses, que llegan a fotografiar la Alhambra o a ver a Murillo en el Prado, sí se traen aprendida la lección.
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