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Aparece un documento inédito de Luis Rosales sobre la detención y el asesinato de su amigo Lorca

A principios de octubre de 1936, varios diarios madrileños recogieron las declaraciones del presidente de la Federación Universitaria Escolar (FUE) de Granada, que acababa de escapar de aquella ciudad. Según éste, Luis Rosales había estado en gravísimo peligro por haber acogido en su casa a García Lorca: "Estuvo a punto de ser fusilado, pero intervino un hermano suyo, falangista significado, y el incidente terminó imponiendo al poeta una multa de 25.000 pesetas". La noticia era exacta.No cabe la menor duda de que, en aquellos dramáticos momentos, la vida de Luis Rosales peligraba. Se ha exagerado mucho la importancia, dentro de la jerarquía nacionalista granadina, de la familia Rosales, llegando Couffon y Schonberg a afirmar que los hermanos eran "los jefes todopoderosos de la Falange granadina". Nada más lejos de la verdad, y menos a mediados de agosto, cuando el que mandaba y cortaba en Granada era el gobernador civil, comandante José Valdés Guzmán.

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Texto íntegro de la declaración

Valdés era, técnicamente, falangista, habiendo sido nombrado jefe de milicias antes del Movimiento, pero los muchos testimonios que poseemos, recogidos por varios investigadores, demuestran que sus verdaderas simpatías políticas estaban más bien con las derechas orondas y lirondas. Al destacado falangista Narciso Perales Valdés le diría: "Mire usted, a mí lo del nacional-sindicalismo me da tres patadas en la boca del estómago, y lo tengo enfermo, ¿sabe usted?". Siendo así, no es de sorprender que Valdés decidiera proceder contra los Rosales por haber tenido en su casa a un rojo tan destacado como Federico García Lorca, acusado de ser, entre otras cosas, "espía de Rusia", amigo de Fernando de los Ríos, miembro de la Asociación de Amigos de la Unión Soviética y escritor que había criticado la España tradicional.

Pues bien, durante muchos años Luis Rosales ha venido afirmando que, una vez detenido Lorca, mandó a las distintas autoridades granadinas un documento en el cual explicaba las razones que le habían impulsado a llevar a Lorca a su casa. Rosales siempre ha insistido en que, de localizarse una copia de dicho documento, se vería claramente que su actuación en todo lo relacionado con la detención del poeta había sido limpia. Pero el documento no aparecía. Ahora, por fin, gracias a las investigaciones del malogrado periodista granadino Eduardo Molina Fajardo, fallecido en noviembre de 1979, podemos leer la declaración de Rosales, que se reproduce en el libro de Molina Los últimos días de García Lorca (Plaza y Janés), a punto de salir.

El texto de Rosales es de una extraordinaria relevancia, no sólo porque demuestra la veracidad de lo que éste ha venido diciendo durante tantos años, sino por la luz que arroja sobre los registros efectuados en la Huerta de San Vicente. Resulta que el primero de éstos, llevado a cabo el 5 de agosto de 1936, fue dirigido por Manuel Rojas Feijespan, capitán de la Guardia Civil y protagonista de la matanza de Casas Viejas del 12 de enero de 1933. Rojas estaba cumpliendo en Granada cuando empezó el Movimiento, siendo nombrado en seguida para sustituir a Valdés como jefe de milicias de Falange en aquella zona. Según Rosales, Lorca sería informado por Rojas, a raíz de aquel primer registro, que no había nada contra él, y el documento demuestra que en días sucesivos tampoco hubo orden para su detención.

Fascinante es la revelación de que el día antes de la detención del poeta (ésta se practicó en la tarde del 16 de agosto) ya se habían iniciado los trámites para prenderlo, sin informar de ello a Rosales, presentándose en la Huerta de San Vicente una escuadra al mando de Diez Esteve, miembro de la pandilla que rodeaba a Valdés en el Gobierno Civil. Ahora es más evidente que nunca que la denuncia contra el poeta no emanó de la Falange granadina, sino de las gentes, cedistas en su mayoría, que asesoraban al gobernador civil.

No es difícil imaginar el impacto que haría sobre Valdés la lectura de este documento, máxime de su penúltimo párrafo, puesto que quien ordenó la detención del poeta había sido él mismo. Tampoco cuesta trabajo imaginar que, en aquel momento, Valdés se sentiría dispuesto a ordenar el fusilamiento de Luis Rosales, ese falangista molesto que se atrevía impertinentemente a poner en tela de juicio las decisiones de la superioridad.

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