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Luis Buñuel recibe en México como "un honor inesperado" la Gran Cruz de Isabel la Católica

El cineasta rompió su rutina para recibir el homenaje español

"Es un honor inesperado", dijo Luis Buñuel en su casa de México mientras el ministro de Cultura, Javier Solana, le hacía entrega de la Gran Cruz de Isabel la Católica, cuyo diploma está firmado por el Rey a 7 de enero de 1983. Eran las 19.30 horas del domingo, una hora en la que el cineasta aragonés, hombre de rutinas, se dispone habitualmente a ir a la cama. La chimenea ardía con buen fuego, tratando de caldear las paredes de piedra.

"Me gusta mucho que no haya ceremonia", añadió Buñuel, que cumple 83 años en febrero. "Es la primera reunión que se hace en esta casa en treinta años. Soy muy poco protocolario". Luis Buñuel estaba aún un poco sorprendido de que junto al ministro y al embajador de España, Emilio Casinello, que era a los únicos a los que esperaba, hubiéramos llegado cinco testigos más."Esto me lo pongo en el frac", comentó el director de cine, que vestía traje de pana marrón con corbata negra de lazo. Después de la lectura del diploma, en el que el rey Juan Carlos enumera los méritos de Buñuel, sentenció: "Es formidable".

"Estoy más español que nunca. Adoro España. Lástima que esté ya muy viejo para ir". Cada vez que el ministro, el embajador y el director general de Bellas Artes trataban de animarle para la vuelta, hablándole incluso de la Semana Santa de Calanda, se refugió en sus achaques: la debilidad en las piernas, la sordera, la progresiva pérdida de la vista. "Ya no me muevo hasta que Dios me llame a su seno", dijo en medio de una risa. "Siempre dije a mis amigos que si me perdía me encontrarían en cualquier lugar menos en América Latina, y resulta que aquí me voy a morir".

Martinis secos

Se le ve emocionado a Luis Buñuel. Para relajar el ánimo tiene preparada una sorpresa. Ha llenado dos jarritas con su especialidad: martini seco. "Es muy fuerte". Explica su fórmula, ya recogida en el libro de sus memorias: un chorrito de vermut Noilly Prat, una cucharadita de curaçao, se revuelve con unos cubos de hielo y se tira. En ese hielo se pone luego la cantidad necesaria de ginebra inglesa y se sirve.

Explica Buñuel que la vejez es una edad en la que ya no hay proyectos, y dice que este rito del martini diario, antes de comer y de cenar, es su único proyecto diario actual, lo que le permite ir pasando los días. Rompiendo su rutina una vez más, se sirve unas gotas (nunca lo toma después de cenar) para el brindis. Cuenta que entre las copas hay una robada en el bar del hotel Plaza de Nueva York, su bar preferido. "Es la más cara, porque le di diez dólares de propina al camarero, hace ya muchos años".

La esposa de Buñuel, Jeanne, francesa, es la que se muestra más encantada con la condecoración y se hace fotografías con ella. "¿Me regalas el broche, Luis?". "Eso lo empeño mañana". Se le ve al cineasta más animado que hace unos meses, con su humor a toda carga. La presencia de su hijo Juan Luis, recién llegado de Francia, parece estimular su ánimo de combate. Ayer llegaba de Los Angeles otro hijo, Rafael, casado también con una francesa. "En mis tiempos, decir que uno tenía una novia francesa estaba muy mal visto. Creíamos que todas eran unas... Todavía recuerdo que me escandalicé como un párroco de pueblo en mi primer viaje a París cuando ví abrazarse a una pareja en plena calle de Montparnasse".

Y de los recuerdos se salta fácilmente al libro (le sus memorias, Mi último suspiro. "Me llamó el editor Laffont un día para pedirme que escribiera mis memorias. Le dije que no, porque no iban a interesar a nadie, y además yo no sabía escribir. Unos días después me anunció que iba a venir Jean Claude Carrière. Así empezamos. El venía a casa por la mañana y yo le dictaba durante dos horas. Por la tarde, en el hotel Diplomático, redactaba sus notas y me las leía al día siguiente. A veces había que corregir algunas cosas porque él metía su humor, no el mío. En un mes estuvo listo el libro. Yo creía que no iba a interesar a nadie, pero parece que me; equivoqué".

Sale inevitablemente el tema Dalí. Un retrato de Buñuel cuando tenía 24 años, guapo mozo, pintado por un Dalí de 20, estando ambos en la Residencia de Estudiantes de Madrid, preside el salón de la casa, lleno de muebles bastante horrendos, reflejo de una economía no demasiado holgada. "Hace unos veinte días Dalí me envió un telegrama invitándome a ir a Cadaqués para hacer una película que sólo me llevaría diez días de trabajo. Le contesté diciéndole que ya no salgo de casa y que no hago cine. Antes de la firma puse: 'abrazos'. Hace diez años, a otra propuesta suya, escribí diciendo que 'agua pasada no mueve molino'".

Buñuel culpa a Gala de la transformación experimentada por la personalidad de Dalí en los últimos cincuenta años, pero no olvida la amistad de sus tiempos estudiantiles. "Fuimos muy amigos. Por eso le tengo cariño. Y no hay que olvidar que es un genio. Creo que después de la muerte de Gala, que fue la única mujer que conoció en su vida, debe sentirse liberado. Eso explica que me proponga hacer cine de nuevo". De esta forma Luis Buñuel explica que ha hecho las paces con Dalí, después de cuarenta años de alejamiento.

Directores jóvenes

De la joven generación de directores de cine españoles dice que sólo conoce a Saura. "Tiene mucho talento", afirma.

El ministro de Cultura comenta que Televisión Española va a emitir muy pronto Viridiana. "¿Usted cree que es muy fuerte para el público español?", pregunta Buñuel. "Yo no puedo medir ya esas cosas. Lo que sí tengo que agradecerle al que era entonces director general de Cine es el final de la película. En el original la monja terminaba entrando en la habitación de su primo. Me dijo que eso no podía ser. Me inventé otro que les pareció magnífico y que es, en realidad, un menage à trois".

Hace mucho tiempo que Buñuel ya no ve sus películas. Sólo Gran casino, a la que califica de mediocre, pudo verla hace poco en la televisión mexicana. "Me sorprendió mucho. De repente, después de una frase muy seria del protagonista, salía, una cosa de jabones que yo no recordaba haber rodado. Resultó que era un anuncio". No está muy contento de bastantes de sus películas rodadas en México. Ganaba poco (25.000 pesos por seis meses de trabajo) y tenía muchas dificultades con los actores.

Pero no olvida tampoco que aquí le dieron trabajo cuando nadie se acordaba de él. Por eso tiene la nacionalidad mexicana y por, eso vive aquí desde hace cuarenta años, en una casa que se construyó donde no había más que pastizales y que hoy está rodeada de edificios, aunque un muro de tres metros, cubierto de hiedras, protege su intimidad.

Sorprende el conocimiento que tiene Buñuel de los acontecimientos españoles, incluido el reciente accidente del Rey. Le pregunta al ministro por su edad: "40 años". "Es un niño". "Por eso lo hacemos tan mal", dice Javier Solana.

Aprovecha el director de cine para decirle al ministro. de Cultura que él se ha vuelto, con la edad, "un poco anticultural". Comenta el embajador que sin cultura estaríamos aún en la edad de piedra.

"Pero estaríamos mejor que ahora", remata Buñuel. "Eso sí, tendría que haber martini".

Cerca ya de la despedida, Javier Solana le dice que el presidente del Gobierno, Felipe González, hubiera querido estar hoy aquí, "porque es un empedernido admirador de su cine". La entrevista, informal, cálida, ha durado setenta minutos. Buñuel ha hecho un esfuerzo por cambiar su horario de cada día, llevado sólo por esa nostalgia suya de España que sólo los achaques son capaces de frenar.

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