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Todos los taurinos, pendientes del cambio

JOAQUÍN VIDAL, La temporada 1983 será la del cambio, para la fiesta, o al menos eso temen los taurinos. Ya veremos. Entre aficionados sería suficiente cambio que se aplicara la ley, según ellos mismos dicen; así de sencillo.

Durante décadas, el problema de la lidia lo ha sido de autoridad. No hay tarde de toros que no se denuncie en los tendidos esta especie. Hay quienes quisieran guardias y cárcel, no tanto para los toreros como para el taurinismo espeso que maneja el espectáculo desde sus bajos fondos.

Pero cuidado, porque las medidas radicales tampoco tienen buen ambiente. Al anterior subsecretario de Interior, Juan José Izarra, le están crucificando desde que cesó porque a principios de la pasada temporada inhabilitó a cuatro ganaderos afeitadores y luego éstos ganaron un recurso que deja en suspenso la sanción. Primero le acosaron por no aplicar el reglamento y cuando lo aplica, le vapulean; qué vida esta.

De manera que la propia autoridad a lo mejor no sabe a qué atenerse. Aunque parece fácil: se cumple lo reglamentado, se tira por la calle de en medio, y caiga quien caiga. El senador del PSOE por Valladolid, Juan Antonio Arévalo, lo dijo con mucha claridad y mucha sensatez en este periódico: "Seguramente el Gobierno socialista no podrá adoptar medidas urgentes con relación a la fiesta, pero el ejercicio de la autoridad desde el Ministerio del Interior producirá, desde el primer momento, la persecución y erradicación del fraude".

Es lo que esperan los aficionados: la erradicación del fraude. Venga a continuación un nuevo reglamento, racionalizado, perfeccionado y, si se quiere, hermoseado, pero de momento, y aún por muchos años, todos nos contentaríamos con que el vigente se cumpla. Una vigilancia severa de la integridad física de las reses desde el momento que llegan a la plaza hasta que saltan a la arena eliminaría en un porcentaje altísimo las caídas; apostamos por ello. Fuertes multas e inhabilitaciones -aunque se recurran- a los ganaderos que afeitan toros, harían desaparecer esta corruptela gravísima con carácter inmediato; también apostamos por ello.

Incidentes, éxitos y fracasos de la temporada pasada

Y de aquí en adelante, a esperar acontecimientos. Las cuatro inhabilitaciones propuestas por el subsecretario Izarra -y eso que sólo eran cuatro, y eso que fueron recurridas con éxito- produjeron el efecto de que durante 1982 viéramos más toros cornalones y astifinos que en los diez años anteriores juntos. Y a su vez, una reacción en cadena, mediante la cual se estableció un nuevo orden (por lo menos un principio de nuevo orden) en el escalafón de matadores. Es decir, que las figuras de temporadas anteriores, a las que nadie podía desbancar, resultaron desbancadas a pesar del poder que tienen los exclusivistas que las apoyan, y toreros hasta entonces de segunda fila les sustituyeron en el interés de los públicos. Al propio tiempo varios que militaban sin esperanza en el batallón de los modestos, ganaron contratos y cotización.

El toro, si sale íntegro y para todos, a todos pone en su sitio. Así empezó a suceder en 1982. Fue una temporada interesantísima, pues, por una parte, hubo el renacimiento del toreo puro, merced a las lecciones de Antoñete y Manolo Vázquez -cada uno a su nivel-, y por otira, el nuevo toro, que salió con mucha mayor frecuencia que en la década anterior, dio la medida técnica y artística de cada diestro. En este marco naufragaron los Manzanares, Niño de la Capea, Paquirri, pero, a cambio, pudieron producirse la tarde inolvidable de los. Victorino, la faena histórica de Esplá con el bravo Miura en la feria de Valencia, la asombrosa de Ruiz Miguel con el bronco Guardiola en la feria de Almería. En otro lugar hemos dicho que la de Esplá la habría firmado el mismísimo Antonio Bienvenida, y la de Ruiz Miguel, el mismísimo Domingo Ortega.

Con la esperanza del cambio va a entrar la fiesta en 1983 y hay expectación enorme en todos sus estamentos. Quizá preocupación también entre determinados círculos de la parte profesional del mundillo, porque muchos temen que la vigilancia y severidad del Ministerio del Interior desbaratará el rentable mercado de influencias en el que participan desde hace muchos años, y ojalá que así sea. Pero al tiempo, hay confianza entre aficionados, pues los socialistas han llegado con espíritu renovador, que incluye un interés profundo en acabar con la corrupción, y no van a incurrir en la ingenuidad de tolerar que sea una excepción la que anida en la fiesta de los toros.

Con las primarias de la Costa del Sol, ya en este mes de énero, la inauguración de la temporada en Las Ventas y la primera gran feria, que es la valenciana de las fallas, en febrero-marzo, se comprobará la seriedad con que el Gobierno vigila el espectáculo desde el Ministerio del Interior. Y Sevílla. Si en la famosa fería de abril los toros ya no se caen, si allí ya salen astifinos, ese habrá sido el cambio verdadero. Y la fiesta irá para arriba.

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