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Laín Entralgo, dispuesto a ejercer su función de "humilde y seguro servidor" del idioma castellano

El director de la Academia quiere ver la palabra 'decencia' convertirse en hábito en España

Juan Cruz

Pedro Laín Entralgo (Teruel, 1908), elegido el pasado jueves nuevo director de la Real Academia Española de la Lengua, levanta las persianas de su casa de profesor y habla de su nueva función dentro de la Academia, como "humilde y seguro servidor del idioma". Preocupado también por otras cuestiones de la vida nacional, se muestra esperanzado ante lo que puede ser un cambio de actitudes ciudadanas en este país y, como guardián del idioma, subraya una palabra entre las del riquísimo archivo vivo del castellano: la palabra decencia, cuyo contenido quisiera ver convertido en hábito. Dice que el término que por su sonido le gusta más es 'nieve', subraya que 'libertad' es la que por su significado más le apasiona y, para hablar de la receptividad de la Academia hacia el lenguaje cotidiano, señala que hace unas semanas fue "unánimemente aceptada" la palabra Iameculos'.

Laín Entralgo se ríe abiertamente y se distiende cuando habla de la edad media de los inmortales y de la necesidad que existe de rebajarla. Considera que hay jóvenes autores ("no quiero nombrar") que podrían y deberían estar en la Academia. "La edad media de la Academia debe descender; de lo contrario, esa edad media cronológica o vital se convertiría en "Edad Media" histórica. Hace pocas semanas un distinguido académico propuso establecer un tope máximo en la edad de los candidatos, que él fijaba en los 65 años. Quien a los 65 años no ha realizado una obra importante para tal candidatura, no es de esperar que la realice. La idea me parece acertada. Por mi parte, pienso que la edad de ingreso de los académicos debería estar, a título indicativo, entre los 40 y los 60 años".Ese rejuvenecimiento de la Academia la haría más receptiva a lo que es el lenguaje cotidiano, aunque Laín cree que la institución "se halla enteramente abierta a ese lenguaje, con una sola condición: que su uso esté autorizado por escritores solventes. Por ejemplo, hace varias semanas fue unánimemente aceptada por los académicos la palabra Iameculos', que por su vieja realidad en nuestra sociedad y en nuestra literatura debería haber entrado en el Diccionario hace ya tiempo".

Laín cree que son los escritores Ios que deben acreditar la validez de todas las palabras inventadas por el pueblo, incluidas muchas de las que parecen vitandas o soeces".

Pedro Laín Entralgo llegó al sillón principal de la Academia el mismo día en que oficialmente comenzaba en España a gobernar el Partido Socialista y se iniciaba, también de modo oficial, lo que en el lenguaje cotidiano se ha llamado el cambio. ¿Va a entrar con Laín, también, el cambio en la Academia? "Son muy distintos los problemas de la Academia y los del Estado. La Academía es, y debe ser, tradicional. Por tanto, misión suya fundamental es continuar y, en mi caso, seguir con la política de perfección de la eficacia de la Academia especialmente iniciada por don Ramón Menéndez Pidal y tan brillantemente proseguida por Dámaso Alonso. Dentro de esta línea habría que hacer, sin duda, cosas nuevas, y los académicos tendrán ideas para llevarlas a cabo".

Entre las ideas nuevas, ¿estaría la de cambiar el propio nombre de la Academia, para evitar que se deduzca de su definición formal actual que la única lengua de los españoles es la que se pule en esta entidad? "De nuevo la vieja polémica del castellano y el español. Yo creo que es un problema ya debatido y resuelto. Yo creo que la Academia de la Lengua o Española de la Lengua debe, seguir llamándose Real Academia Española. Pienso, sin embargo, que para que ese nombre tenga plena significación, es decir, para que sea enteramente española debe establecer alguna vinculación, no sé todavía cuál, con las academias de las restantes lenguas de nuestro país".

No es la primera vez que Laín expresa esa consideración hacia las lenguas españolas. El recuerda que "pronto hará un año que nos reunirnos en Sitges, invitados por la Generalitat de Cataluña, un grupo relativamente copioso de intelectuales catalanes y, ponga esto entre comillas, castellanos, porque muchos no éramos de Castilla, para discutir con libre sinceridad de los problemas de nuestro mutuo conocimiento y nuestra cooperación. A mí me tocó exponer la historia de los contactos entre nosotros durante el decenio 1950-60; hablé principalmente de mi experiencia, que me ha llevado a la convicción de que esa cooperación es posible si para ell aponemos de relieve una y otra parte vontad de mutuo conocimiento y ambición verdadera de las metas comunes: oyendo el hermoso castellano dela catalinísima alocución escrita que nos envió el poeta Salvador Espriu, escuchando el sabroso y fluido castellano con que hablaron Maria Aurelia Campanay, Joaquim Molas y tantos otros catalanes, yo veía cumplida la condición básica de esa cooperación, o , merjor, la mitad de esa condición."

"La otra mitad", prosigue Laín, "debe ser nuestro eficaz conocimiento de lo que hacen y escriben los catalanes fieles a sí mismos". ¿Cree el director de la Real Academia Española de la Lengua que se hace lo suficiente como para acentuar ese mutuo conocimiento. "Creo que algo se hace, pero mucho menos de lo suficiente- y necesario. Mientras los libros en catalán no estén habitualmente en los escaparates de las librerías de la España no catalana; mientras la enseñanza de la contribución de Cataluña a la cultura sea tan deficiente en instituciones y universidades de toda España; mientras los castellanohablantes cultos no leamos con cierta suficiencia la literatura catalana, y ponga usted algunos mientras más, esa cooperación será muy deficiente".

El intelectual y el cambio

Laín Entralgo ha escrito en los últimos tiempos, en este mismo periódico, numerosas opiniones que resumen su gozo ante la evolución política que el partido que ganó las elecciones puede imprimir a este país. El intelectual que es Laín, superado ya el descargo de su conciencia, realizada una honda reflexión sobre lo que debe ser la convivencia entre los españoles, se enfrenta, pues, a una situación con la que básicamente está de acuerdo. ¿Cómo puede mantener un intelectual una actitud crítica en estas condiciones? "Hace mucho tiempo publiqué en EL PAIS un ensayo sobre el intelectual y la sociedad en que vive. Expuse los dos niveles o planos que pueden distinguirse en la aportación del intelectual a la vida pública. El primero, aunque obvio, debe ser subrayado: hacer bien lo que como intelectual le compete; si la obra es muy eminente bastaría a mi juicio para legitimar la condición ciudadana de un intelectual"."Por encima de este nivel hay otro, consistente fundamentalmente en el ejercicio de tres funciones: criticar, esclarecer y proponer. Criticar lo que ve que en torno a él se hace o sucede, desde el punto de vista de sus ideales intelectuales y éticos y atenido, en cuanto le sea posible, a la verdad; esclarecer lo que para el común de las gentes no es o no puede ser inmediatamente entendido, y proponer a los que mandan metas y métodos para alcanzar lo que prometieron o debieron prometer".

¿A qué se debe el optimismo de Laín con respecto a las posibilidades de cambio? "En primer término, sin ilusiones desmesuradas, espero y creo que el cambio producido, como apunté en un artículo publicado en EL PAIS, puede, si no resolver por completo, sí poner en vías de resolución eficaz los grandes problemas de la vida histórica española desde por lo menos la guerra de la Independencia: la convivencia leal entre los discrepantes, la educación para una vida racional y eficaz y la contribución intelectual y ética -ojalá pudiera ser también técnica- a la resolución de las exigencias de la vida en este final de nuestro siglo".

El director de la Academia se ha distinguido también últimamente por su elogio de la labor del Rey en el cambio político operado en España, y explica una serie de hechos protagonizados por Don Juan Carlos: "Sus discursos acerca de la cultura española, su modo de acoger a los que en el comienzo de su reinado eran republicanos y su valiente y decisiva conducta del 23 de febrero han confirmado mi esperanza en el Rey".

Laín está seguro de que su optimismo no es en vano y usa lo que hay dentro de las palabras para explicarlo. "Nuestro idioma, del cual yo soy un humilde y seguro servidor, tiene una palabra que yo quisiera ver convertida en un hábito: la palabra 'decencia'. Por tanto, la primera y básica condición para un cambio ético eficaz debe ser la decencia en la participación de cada uno en la vida pública. Llevamos muchos años en los cuales hemos estado muy lejos los españoles de esta exigencia".

Con la decencia, dice Laín, "debe practicarse una permanente voluntad educativa; es un viejo y obvio tópico de los propugnadores de la vida histórica en España que la necesidad primaria de la vida del español que quiera ser moderno es la educación. La práctica de la educación no debe ser entendida como un oficio técnico de profesores y maestros sino como una permanente voluntad de levantar la calidad de la vida ética e intelectual de todos los que están en torno a uno. En este sentido, deben ser educadores también los ministros, los jefes de empresa, los coroneles y los obispos".

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