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Tribuna:TEMAS PARA DEBATELa cotización de la peseta
Tribuna
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Reajuste sin dramatismos

En las últimas semanas, y de modo especial en los últimos días, se viene desarrollando en los medios de comunicación una polémica importante sobre la oportunidad o conveniencia de un ajuste en el tipo de cambio de la peseta. Tal debate ha sido provocado por la fortaleza del dólar, con el consiguiente descenso de la cotización de la peseta -y otras muchas monedas- en relación con la divisa norteamericana, y se ha intensificado recientemente por la espectacular pérdida de reservas internacionales en España.El propósito de este artículo es realizar una aportación esencialmente técnica al debate, que, desde la frialdad analítica que proporcionan hechos y cifras, lo despoja del alarmismo de unos y las tendenciosas e interesadas matizaciones de otros. Para ello examinaremos, en primer lugar, por qué sube el dólar; expondremos después la verdadera situación de la balanza de pagos española, y analizaremos el origen de las presiones especulativas sobre la peseta. Para concluir, haremos algunas consideraciones sobre la oportunidad de modificar el tipo de cambio de la peseta.

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Un difícil comienzo

¿Por qué sube el dólar?

A pesar del debilitamiento de los factores monetarios -fuerte elevación de los tipos de interés- que dieron origen a la recuperación del dólar desde finales de 1979, la fortaleza de esta moneda se ha mantenido básicamente inalterada e incluso ha aumentado ligeramente en las últimas semanas. Ello se debe a una combinación de factores.

En primer término, la reducción de tipos de interés registrada en los mercados financieros americanos ha sido compensada por disminuciones paralelas en las tasas de interés de las restantes economías industrializadas, por lo que los diferenciales no han sido afectados significativamente. Es más, los tipos de interés reales (es decir, deflactados) son más altos en Estados Unidos que en cualquier otro país desarrollado, ya que la tasa de inflación norteamericana se ha desacelerado formidablemente. En efecto, el incremento anual del índice de precios al consumo, que hace dos años se cifraba en el 14%, se redujo al 10,8% en los doce meses anteriores a septiembre de 1981, y en el período anual que concluye en septiembre de 1982 había caído a la envidiable tasa del 4,9%. En términos de precios al por mayor, la reducción ha sido aún más espectacular, puesto que la tasa de inflación, así medida, no excede del 1,3% (es decir, estabilidad absoluta) en los últimos doce meses. Si a ello añadimos la permanencia de un déficit federal que debe ser financiado y el atractivo de Estados Unidos para las inversiones exteriores -como economía libre y sociedad estable-, no puede sorprendernos el considerable superávit de la balanza de capitales norteamericana.

Este flujo positivo de capitales se suponía que habría de financiar un déficit de similar cuantía en los pagos, por cuenta corriente. Pero, en la práctica, tal déficit no ha tenido lugar en 1982. Por el contrario, la balanza norteamericana por cuenta corriente puede registrar un superávit de unos 4.500 millones de dólares (frente a 1.500 millones en 1981 y déficit considerables en años anteriores), tras un año excelente de exportaciones agrícolas, fuerte impulso en las ventas exteriores de carbón y bienes de equipo (militar, electrónico, comunicaciones, computación, sondeo, exploración, etcétera), así como reducciones sustanciales en la importación de petróleo e importantes ingresos por rentas de inversión y otros servicios.

En estas condiciones de estabilidad de precios y superávit de balanza de pagos, se ha registrado también este año una recuperación de la productividad. Por tanto, no es, en absoluto, sorprendente que se mantenga la fortaleza básica del dólar, que viene provocando reajustes coyunturales de las otras monedas, y que otorga a Estados Unidos cierto margen de maniobra para intentar una expansión económica en 1983.

La balanza de pagos española

El contraste es evidente cuando nos referimos a la balanza de pagos española y su deterioro acelerado, confirmado por la publicación casi simultánea del informe del Banco de España sobre la situación económica y los datos de comercio exterior relativos al mes de agosto.

En efecto, según las cifras de aduanas, el ritmo de crecimiento del valor de las exportaciones españolas, en dólares, se ha venido desacelerando bruscamente. Su tasa de crecimiento, que había sido de 23,6% en el primer trimestre de 1982, sobre el mismo período de 1981, bajó al 4,6% al fin del primer semestre, y en el conjunto de los ocho primeros meses del año apenas había crecido un 1,3%.

Es más, para los nueve primeros meses del año, los ingresos por exportaciones en dólares -de acuerdo con el registro de caja- han disminuido un 2,1% en relación con el período eneroseptiembre de 1981. Por su parte, el valor de las importaciones no petroleras y los pagos totales por importación vienen aumentando rápidamente, a pesar del débil ritmo de actividad económica, así como de la contracción del tonelaje y valor de las'importaciones petroleras.

¿Por qué el frenazo en el valor de las exportaciones y la aceleración de las importaciones durante los últimos meses? A nuestro juicio, un factor que contribuye a explicar el comportamiento del comercio exterior en los últimos meses estriba en la apreciación del tipo de cambio efectivo real de la peseta que ha tenido lugar en 1982, cuyo efecto tiene que haberse hecho sentir más fuertemente en el contexto de un comercio intemacional estancado. Como se sabe, este índice mide la apreciación o deprecíación de la peseta respecto a las monedas de los quince países princiales, ponderada por la cuota de comercio recíproco y ajustada por el diferencial de inflación. Pues bien, en dichos términos, la peseta se había situado, a finales de septiembre, al mismo nivel que en julio de 1980 (101,7%), con una aprecíación del 3,25% respecto a enero de 1982. Esta variación en el índice, que en un sentido abstracto puede ser diificil de apreciar, e incluso parecer relativaníente pequeña, en la realidad significa que la competitividad real de nuestro tipo de cambio es, en los momentos actuales, equivalente a la de mediados de 1980, es decir, a la que prevalecía tras la fuerte apreciación de la peseta durante los tres años anteriores.

Esta tendencia recesiva de las exportaciones permite suponer que, a finales de año, el valor de las ventas españolas al exterior se habrá reducido un 3%, en dólares, respecto a 1981, disminución que puede ser aún mayor en la medida en que comiencen a detectarse los efectos de las crisis de pagos internacionales que atraviesan algunos de nuestros más dinámicos clientes, como México, Argentina, Ecuador, etcétera, cuyas dificultades han aflorado con posterioridad a las últimas cifras publicadas sobre el comercio exterior español.

Todo ello sugiere que la deseada mejora en la balanza de pagos por cuenta corriente no tendrá lugar, o será -al menos- netamente inferior a los 1.260 millones de dólares previstos por el informe del Banco de España. Por su parte, los diferenciales negativos de interés -especialmente durante la primera parte del año-, la ampliación de las facilidades de financiamiento interior y el riesgo asociado al tipo de cambio han venido dificultando -y continuarán haciéndolo en el futuro inmediato- la balanza de capitales, por lo que la pérdida de reservas exteriores, a lo largo de 1982, puede ser -si no se corrige la situación- significativamente más elevada de lo que a principios de año se preveía como aceptable.

Pasa a la página 13

Miguel de Zavala y Auñón nombre que corresponde a un economista español del siglo XVIII, fue adoptado como seudónimo del siguiente grupo de economistas: Luis Angel Lerena, Manuel Martín, Juan Antonio Palacios, Artur Saud, José Diego Teigeiro y Juan José Toribio.

Reajuste sin dramatismos

Viene de la página 12La percepción pública del deterioro de la paridad de la moneda doméstica respecto al dólar no siempre ha identificado el fenómeno correctamente, como un alza general de la divisa norteamericana, en lugar de como una depreciación unilateral de la moneda doméstica. Ello ha generado una desconfianza, quizá en cierto grado infundada, en las monedas de este lado del Atlántico.

Ahora bien, este fenómeno, que se presenta con carácter de generalidad, tiene en el caso español características diferenciales que colocan a la peseta en una posición especialmente delicada. En el fondo, dichas características derivan del hecho de que en 1982 se ha adoptado en España una política económica relativamente expansionista, como consecuencia de un mayor déficit público, expansión monetaria más rápida, tipos de interés más bajos, y, como resultado, se ha producido una ampliación del diferencial de la tasa de inflación respecto a otros países que, como promedio, procedían a aplicar políticas de ajuste. Es decir, mientras los principales países industriales -Alemania, EE UU, Japón y Reino Unido- han desinflado sus economías, en España se ha aplicado una política relativamente expansiva, abiertamente a contracorriente, para tratar de aliviar el desempleo que los aumentos de salarios reales de los últimos años -a todas luces excesivos- han introducido en el mercado de trabajo español.

La financiación interior de dicha polítici relativamente expansionista actuó como mecanismo transmisor de las presiones sobre la peseta, que se reflejan en una salida de recursos financieros del país, asociada, en su gran mayoría, a transacciones comerciales. Dicha salida se comprueba,, por ejemplo, en el hecho de que la tasa de crecimiento del ingreso por exportaciones (registro de caja) sea inferior al correspondiente dato de aduanas (lags), mientras que ambos son, a su vez, más bajos que el incremento del tonelaje exportado, por subfacturación de ventas. Fenómenos similares, pero de signo contrario, son observables en cuanto a las importaciones, afectadas por aceleración en el pago (leads) y posible sobrevaloración.

La experiencia internacional demuestra que cuando se inicia un proceso de fuga de capitales, la introducción de controles u otras medidas de tipo intervencionista no puede impedir dichos movimientos de capital, que continúan, si bien a un coste ligeramente más elevado.

Se trata exclusivamente de la contrapartida a nuestra creciente integración en los flujos económicos internacionales, cuya movilidad ha sido uno de los factores del crecimiento económico a nivel mundial, y que tanto aportaron a nuestro propio desarrollo durante los últimos veinticinco años.

La verdadera solución estriba en armonizar nuestra política económica -y, en particular, la financiera- con la de aquellos países con quienes comerciamos y competimos, sin permitir desviaciones sustanciales en los tipos de interés, que después tienen que ser corregidas de prisa, mal y a destiempo. Esto, que siempre es así, se aprecia más claramente en un proceso de desinflación como el que está atravesando la economía intemacional. Por ello, desde las tribunas internacionales más solventes, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la OCDE, se viene predicando, y cada vez con más insistencia, la necesidad imperiosa de armonizar las decisiones de política económica de los distintos países, y especialmente de los del grupo de los industrializados, entre los que se encuentra España.

La lógica de la situación

En este contexto, ya se comprende que la posible alteración de la paridad exterior de las monedas -incluida la peseta- debe ser desprovista de cualquier dramatismo, que no viene sino a interferir con la lógica económica de la situación. Es evidente que el tipo de cambio de la peseta no es adecuado. En la lógica económica más rigurosa y pura, esto significa que no es un tipo de cambio capaz de ofrecer una guía correcta a la asignación de recursos en la economía en términos de las decisiones individuales y empresariales de consumir o invertir, consumir o exportar, invertir en equipo o en mano de obra, etcétera. En vitales aspectos están distorsionadas por la existencia de un complejo sistema de apoyos o muletas, como son las fuertes desgravaciones a la exportación, las elevadas barreras arancelarias y administrativas a la importación, los exhaustivos controles de cambio, el rápido endeudamiento de los últimos años y, últimamente, una intensa intervención monetaria. Por ello, España tiene la dudosa distinción de ser el país industrializado en que el proceso de destrucción de puestos de trabajo es más voraz y sostenido desde que empezó la crisis internacional. Por ello, también, España ha pasado tener la tasa más alta de paro abierto y disfrazado de todos estos países.

Afortunadamente, han quedado atrás aquellos tiempos en los que el acuerdo intemacional sobre tipos de cambios fijos (al amparo del espíritu de Bretton Woods) solemnizaba innecesariamente cualquier ajuste de paridades. Hoy no se trataría, en cualquier caso, de devaluar, en el sentido jurídico de la expresión, sino de permitir que la peseta vaya encontrando en los mercados de divisas el valor de equilibrio resultante de las presiones a que antes se ha hecho referencia. Todo ello, con la naturalidad propia de las leyes económicas. Lo de menos es si esto se hace ayer, hoy, o mañana, e incluso si el tipo de cambio en un momento dado es 118 o 120 pesetas por dólar; en un sistema de tipos flotantes, estas cosas son bastante irrelevantes. Para el eficiente funcionamiento de una economía mixta de mercado, como la nuestra, lo verdaderamente importante es lograr la existencia de un tipo de cambio realista.

Una vez obtenido dicho tipo de cambio realista para la peseta, la política económica deberá tender -en todas sus vertientes- a reforzar el ajuste, condición imprescindible para que el ajuste mismo sea sostenible y se pueda iniciar, más adelante, una expansión equilibrada. Pero este es un problema que bien merecerá un tratamiento distinto.

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