Freud en la universidad: deseo de saber, saber del deseo
La Universidad se presenta como lugar del saber, lugar en que se delimita el campo de la objetividad y las determinaciones de todo aquello que a tal campo pertenece, lugar, por utilizar ya términos freudianos, de la "atribución de existencia y de la atribución de propiedad".A esta función de archivo, la Universidad añade la de ser marco del saber aún no actualizado, marco de la ignorancia asumida, de la carencia de saber, y por lo tanto, del deseo de éste.
La Universidad, sin embargo, soslaya quizás actualmente la cuestión abismal que en el origen acompañaba al deseo del saber, es decir la cuestión del saber del deseo.
El deseo de saber en efecto se halla en el Banquete de Platón indisocíablemente ligado a la inquietud,la desazón que provoca en Sócrates la presencia del bello Alcilíades. El deseo de éste es incluso presentado como ocasión privilegiada de que se despliegue el deseo (filía) del conocimiento (sofía) es decir, filosofia.
Desde entonces, sin embargo, el deseo y el saber se han escindido. El segundo se inscribe y consigna en los recintos universitarios, el primero queda abandonado a la subjetividad y en última instancia a los poetas. La razón cree así purificarse, más lo que en realidad consigue es quedar exilada de lo que constituye su hogar fundacional. Pues bien: el proyecto, jamás explicitado, de poner fin a tal separación, a tal exilio de la razón, constituye quizás la dimensión fundamental de la aventura freudiana. Por un lado Freud descubre que el deseo sexual (en la acepción subversiva que tras él adquiere esta palabra), constituyendo el motor último de las aspiraciones relígiosa, artística, mística o política, se encubre asimismo tras la voluntad de saber, en la que encuentra tan sólo una satisfacción pobre y asténica. Por otro lado, Freud se propone reducir a tal voluntad el deseo mismo, o sea: encontrar la causa, la trama racionalmente ar ticulada que permita referirse, al deseo como si de un objeto entre otros se tratara.
Freud se propone, en definitiva, enriquecer el registro de la lógica de ese amor específico de los seres lingüísticos en que había venido a refugiarse la irracionalidad; para ello explora un horizonte de larvas y residuos: el sueño, el chiste o el lapsus, mas asimismo la histeria, la necrofilia o la obra de arte. Dar cuenta de todo ello significaría que la racionalidad se hace exhaustiva, que para la aspiración al conocer ha llegado la hora del acabamiento.
Babelia
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