Descubrir el Mediterráneo
Rehacer el camino de los argonautas. Lanzarse a un mar desconocido para convertirlo con el paso de los años en ribera, puerto y costa acogedora. Recorrer la ruta sinuoso de Odiseo. Deshacer las infinitas escisiones que el paso de los dioses, los imperios y los siglos han ido construyendo: romanos y cartagineses, cristianos y gentiles, Roma y Constantinopla, fieles e infieles -cada uno ambas cosas, según desde donde se mire-, árabes y judíos... y tantas otras. Hablar de nuevo como si. Como si la lengua del Lacio fuera el noble instrumento de comunicación en todo el imperio, como si el griego fuera aún la lengua de la alta cultura, como si la lingua franca permitiera el encuentro y la comunicación al tabernero de Siracusa, y al aguador de Alejandría de Egipto; al estibador de Marsella y al marinero de Andratx. Sueño de una razón mediterránea.Una razón que es sinrazón y utopía frente a las nuevas escisiones y a las nuevas riberas que ha ido fijándose el imperio y su inquietante pax romana. Un estanque marginal al lado del océano del poder. Un conflicto permanente donde las cicatrices más profundas vuelven a abrirse como labios. Un laboratorio de la catástrofe de la naturaleza en manos del progreso. También una propuesta arbitrista y autoritaria, falsa y de cartón piedra, adaptable como un decorado allí donde una casta poseedora aliente proyectos de fascismo. Todo esto es el Mediterráneo.
Y sin embargo es bello pensar en una patria que no se comunica por tierra. En tierra las fronteras son estables y las conquistas adquieren vocación de permanencia. Esta nación regida por las olas es una patria con mil lenguas y con un mismo espíritu de vida bajo el sol, de cultura tramada en las noches calurosas de estío, de perfumes de zoco idénticos en todas las riberas, de vino negro y espeso y aceite dorado como los cuerpos jóvenes, de arquitectura fresca y laberíntica, de brisa salada. Esto es tan bello hoy en día como imposible. Sueños de poeta, alucinaciones de escritores en vigilia.
Pero reivindicar hoy la cultura mediterránea es una esperanza, una apuesta por la vida y por la creatividad. La configuración de Europa y del mundo -quizás de España-, adquiere otro rostro, aunque imaginario, más humano, cuando la geografía y la cultura se contemplan desde el agua.
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