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Tribuna
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El hombre que siempre quiso escribir bien

Y ahora, ¿qué le falta a Gabriel García Márquez? Quería escribir bien y lo hizo desde siempre. Con sus libros, quería hacer que sus amigos lo quisieran cada vez más y ya sabe que los amigos lo quieren para siempre. Nunca dijo que quería también el Nobel, pero ahora no importa: ya lo tiene. Hay que aclarar, sin embargo, que el premio no es sólo de Gabriel García Márquez.

Lo ganó él, desde luego, con la única y solitaria ayuda de !u máquina de escribir. Pero se trata de un premio que tan pronto fue anunciado tuvo el mismo destino que toda su obra: pasó a ser patrimonio de estas comarcas a las que llaman América Latina, estas tierras, enloquecidas donde nos tocó nacer y vivir, y que en el fondo son igualitas a él."Toda mi literatura viene de ahí", me dijo hace poco, en una madrugada mientras escuchábamos un tenebroso merengue caribeño. Era la historia que un hombre infeliz contaba a su compadre Julio: sus penas de amor. A García Márquez le encantan esos merengues y las guarachas y toda esa conexión de ritmos del Caribe, de la misma forma que le encanta cualquier cosa que tenga la capacidad de hacer disparar los gatillos de su memoria. Toda su literatura viene de ahí y de mucho más. Viene de lo que vivió, de lo que la memoria supo guardar. "No hago más que contar la realidad", ha dicho muchas veces, y, los latinoamericanos sabemos que eso es verdad.

Ahora anda metido en la dura tarea de escribir una historia de amor al revés, es decir, con final feliz.

Aquella madrugada me contó que tenía un problema importante: al otro día debería matar a un viejo de 82 años. "El muy maldito se subió a un árbol para agarrar a un perico que quería regalar a una muchachita por la que estaba enamorado, pero se cayó y se mató", se quejaba García Márquez. "Un perico, coño".

Ahora que tiene el Nobel, me pregunto qué diablos habrá pasado al viejo y al perico.

García Márquez es un mito. El mito es un hombre alegre y amigo de sus amigos. El mito en verdad no existe. En eso, en la tarea de ser mito, quizá el Gabo haya fracasado, porque de hecho no logra ser más que un tipo común, lleno de humor y de alegría y que escribe endiabladamente bien, tan bien que hizo de ese Nobel un premio que nadie se atreverá a discutir.

Literatura patas arriba

Juan Rulfo dijo, hace muchos años, que empezó a escribir para derrotar a la soledad. García Márquez dice que escribe para que los amigos lo quieran más. Sin pretender, los dos lograron mucho más. Rulfo se hizo un silencioso y solitario clásico en vida, García Márquez puso con su literatura a la literatura del mundo de patas arriba. Por detrás de todo eso, el siguió siendo el dueño de un tipo especial de humor, el hombre solitario por las ideas que siempre tuvo, el hombre entre cuyas grandes alegrías está el poder llegar a la casa de los amigos para robarles un trago y saber que allí no es el gran genio de la literatura, sino un amigo que quiere un trago y nada más. Lo peor que le puede hacer uno a García Márquez es tratarlo como si fuera García Márquez. Elaboró una frase feliz y la viene repitiendo a lo largo de las entrevistas: "Nunca, en ninguna circunstancia, he olvidado que en la verdad de mi alma no soy nadie más ni seré nadie más que uno de los dieciséis hijos del telegrafista de Aracataca".

Sé lo suficiente de él para saber que en el fondo es verdad. Pero sé que él sabe que no es tan de verdad: quiso la suerte, ci lo que sea, que él se transformara en mucho más que el hijo del telegrafista de Aracataca. Para empezar, es gracias a él que se sabe en el mundo de la existencia de Aracataca.

Uno de los dieciséis hijos del telegrafista ganó un premio Nobel y lo que yo más quisiera saber, en esa mañana en que invadí su estudio para abrazarlo, es si aquel otro viejo logró agarrar el perico o si se cayó del árbol sin perico ni nada.

A los 54 años el Gabo ganó el Nobel y se puso ropa de gente seria.

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