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Reportaje:

Trece días de octubre

A mediados de octubre de 1962, el Gobierno norteamericano tuvo la certeza de la instalación de misiles soviéticos en Cuba. Se jugó entonces un pulso que puso al mundo al borde de una confrontación atómica

"¿Por qué no vuelan la isla de una vez?", había dicho el presidente brasileño, Joao Goulart, cuando el general norteamericano Vernon Walters, especialista en "misiones discretas", le había mostrado las fotografías aéreas que probaban la presencia en Cuba de misiles soviéticos de corto y medio alcance y le había anunciado el inminente bloqueo naval de la isla.Walters, como otros emisarios norteamericanos de alto nivel hacían simultáneamente en varias capitales europeas y americanas, estaba informando a Goulart de la "situación extremadamente grave" que suponía la instalación de por lo menos 42 cohetes rusos a sólo unos centenares de kilómetros de las costas de Estados Unidos. El temido enfrentamiento entre las dos superpotencias, que, desde los años de la posguerra mundial, los expertos aseguraban tendría lugar en Berlín, se producía finalmente en el mar Caribe.

Pelotas de fútbol

El presidente Kennedy había comentado, al contemplar las fotografías tomadas por los aviones de reconocimiento: "Parecen pelotas de fútbol en un terreno de juego". Era el dieciséis de octubre y los expertos en interpretación y análisis de fotografias aéreas habían sido concluyentes: ias obras en curso detectadas en el sector occidental de Cuba correspondían a rampas de lanzamiento de misiles capaces de portar cabezas nucleares. Un avión espía U-2 había sobrevolado a mucha altura dos días antes, en dirección de sur a norte, el extremo occidental de la isla y tomado esas fotografias en el área de San Cristóbal.

La tensión entre Cuba y Estados Unidos no era reciente y se había agravado con ejapoyo prestado por la administración Kennedy a la fallida operación de Bahía Cochinos, en 1961. Desde entonces, la escalada verbal había ido en aumento y, según recuerda Theodore Sorensen, consejero especial del presidente, la cuestión cubana era un tema "predominante" en la campaña electoral de ese otoño de 1962. Las encuestas de opinión pública aseguraban que el pueblo norteamericano estaba profundamente preocupado por la influencia comunista en Cuba y, en vísperas de la elección de un importante número de gobernadores, senadores y congresistas, tanto los republicanos como los demócratas pedían una política de mayor dureza hacia el joven régimen castrista. A primeros de septiembre, el entonces ministro de industria cubano, Ernesto Ché Guevara, había anunciado, al finalizar una visita oficial a Moscú, el próximo envío de armas soviéticas a Cuba para hacer frente a la "agresión imperialista". Kennedy respondió días después que estaba dispuesto a emplear los medios necesarios" para prevenir cualquier acción agresiva de Cuba contra cualquier punto del hemisferio occidental.

El Congreso norteamericano fue aún más allá. Una durísima resolución declaraba que Estados Unidos estaba decidido a utilizar esos "medios necesarios, incluido el uso de las armas" para impedir que "el régimen marxista-leninista de Cuba extienda por la fuerza sus actividades agresivas y subversivas".

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El ambiente se caldeó aún más cuando la agencia oficial soviética Tass publicó, el once de septiembre, un largo comunicado en el que se advertía que cualquier ataque estadounidense contra Cuba sería el principio de una guerra.

El descubrimiento de los misiles soviéticos en la ísla se produce en medio de este clima de tensión. Entre julio y agosto, cuenta Sorensen, los norteamericanos habían detectado cerca de un centenar de viajes de barcos rusos o fletados por la URSS a la isla caribeña. Kennedy debía autorizar personalmente todos y cada uno de los vuelos de espionaje sobre la isla y éstos se incrementaron a lo largo del verano. Jamás negó el permiso para un vuelo. A finales de agosto se detectan en súel o cubano cohetes antiaéreos SAM y unos días después aviones Mig-21. Los especialistas creen que el objetivo de estas armas es proteger unas hipotéticas bases de misiles. Pero la prueba irrefutable no se obtendrá hasta el domingo 14 de octubre. Kennedy, que protestó por haber sido informado dos días después, convoca una reunión urgente de sus más cercanos colaboradores. La noticia aún no ha trascendido y el presidente se refiriría a la detección de los misiles soviéticos en Cuba como "el secreto mejor guardado en la historia de cualquier gobierno".

Durante una semana, quince hombres clave de la administración Kennedy analizan y discuten, en maratonianas reuniones secretas, todas las opciones posibles. Allí están el vicepresidente, Lyndon Johnson; Dean Rusk, secretario de Estado; Robert McNamara, secretario de Defensa; Robert Kennedy, ministro de Justicia; John McCone, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), y los más directos colaboradores del presidente.

Los halcones piden una inmediata invasión de Cuba; otros se inclinan por un "bombardeo quirúrgico" de las bases de misiles y hay quien opta por un discreto acercamiento a Castro para netociar a espaldas de la URSS. El general Maxwell Taylor, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto, reconoció hace unos días en un artículo publicado en The Washington Post que él propuso el bombardeo de las bases y que su propuesta estuvo a punto de ser aceptada. Otro consejero insiste en la invasión: "Id allí y quitadle Cuba a Castro".

Según contaron posteriormente varios de sus colaboradores, el presidente Kennedy temía caer en una trampa. Tenía miedo a que una provocación de este tipo le llevara a ordenar la invasión de Cuba, con el consiguiente perjuicio para las relaciones de Washington con los países latinomericanos, y diera pie a los soviéticos para ocupar Berlín occidental.

Los líderes del Congreso son convocados a Washington en el máximo secreto y con la mayor urgencia. Algunos por procedimientos realmente peculiares. Por ejemplo, Hale Boggs, que estaba pescando en el Golfo de México cuando un reactor de la Fuerza Aérea hizo una pasada en vuelo rasante sobre su barco y le lanzó un mensaje en una botella de plástico. Horas después, un helicóptero le transportaba a Nueva Orleans y desde allí un avión especial le llevaba a Washington. Kennedy obtuvo el respaldo de los líderes del Congreso aunque la reunión con éstos fue más bien tormentosa. También consultó con sus tres predecesores vivos, Eisenhower, Truman y Hoover.

El presidente continúa con sus actividades programadas, va a actos electorales, inaugura obras públicas, recibe dignatarios extranjeros, pero algo empieza a detectarse en el ambiente. Las tropas del sureste de Estados Unidos están en estado de alerta; los aviones de combate basados en ese área han sido dispersados, en previsión de un ataque desde Cuba. La noticia está a punto de filtrarse y John Kennedy opta por una solución intermedia: un bloqueo naval de la isla para todo el material bélico. Esta medida, coinciden varios asesores presidenciales, tiene la ventaja de que puede ser paulatinamente ampliada y reforzada, pero no es un acto directo de guerra.

El 22 de octubre, Kennedy se dirige a su país y al mundo entero por radio y, sobre todo, por televisión, el medio que le había dado la victoria sobre Richard Nixon en las elecciones presidenciales de 1960. Aparece con gesto serio y decidido. Anuncia, con voz grave, que los misiles soviéticos descubiertos en Cuba pueden alcanzar con sus cargas atómicas amplias areas de Estados Unidos y de América Central. Hay otras rampas en construcción, añade, que permitirán a los proyectiles soviéticos llegar a gran parte del hemisferio, desde Canadá hasta Perú. Kennedy califica de "mentiras" las seguridades recibidas de parte soviética en los últimos días, incluidas las declaraciones del ministro de Exteriores, Andrei Gromiko, y el comunicado de la agencia Tass.

"Esta transformación de Cuba en una importante base estratégica, mediante la instalación de estos misiles soviéticos y otros armamentos claramente ofensivos, constituye una amenaza explícita a la paz y la seguridad de las Américas, en una flagrante y deliberada violación del Tratado de Río de Janeiro, de la Carta de las Naciones Unidas y de mis advertencias a los soviéticos", afirma el presidente.

Acto seguido, Kennedy anuncia la imposición de una estricta cuarentena naval para todo el equipo militar con destino a Cuba. Más tarde se supo que prefirió utilizar el término cuarentena en vez del de bloqueo por considerarlo "menos beligerante". Todos los barcos con destino a Cuba, cualquiera sea su nacionalidad y puerto de origen, serán detenidos y registrados por las fuerzas norteamericanas. Si portan armas consideradas ofensivas serán rechazados.

Las órdenes que reciben los comandantes de los barcos de guerra norteamericanos, que manda el almirante Alfred Ward, son terminantes: todo navío sospechoso será detenido. Un piquete desarmado subirá a bordo para efectuar la inspección. Si un barco con destino a Cuba no se detiene se disparará un tiro de aviso ante la proa. Si sigue su ruta se tirará al timón, procurando no hundirlo.

Los soviéticos reaccionan calificando de "piratería" el bloqueo norteamericano. La Bolsa baja y el pánico comienza a cundir en todo el mundo. Las esposas de algunos altos funcionarios abandonan Washington y se ofrece un refugio seguro a Jacqueline Kennedy, que prefiere permanecer junto a su marido. Kennedy ha sido tajante en su dramático discurso televisado: "He ordenado a nuestras Fuerzas Armadas que estén listas para cualquier eventualidad..."

Jruschov y Kennedy comienzan a intercambiar apresuradamente mensajes privados. La noche del martes día 23, millones de personas tienen el corazón en un puño. Los barcos soviéticos continúan acercándose a Cuba y se cree van protegidos por submarinos. A la mañana siguiente, sin embargo, comienzan a modificar ligeramente su rumbo. El día 25, un petrolero atraviesa el cerco sin obedecer las órdenes de detenerse que le envían los barcos de la U.S.Navy. Se le deja pasar, porque: es obvio que no lleva carga de armamento. Al día siguiente, un buque panameño, con tripulación griega y fletado por la URSS, es abordado y registrado. Lleva piezas de automóvil y se le permite seguir su ruta. Hay otros dieciséis barcos en las cercanías y continúa el intercambio de cartas, privadas y públicas, entre el Kremlin y la Casa Blanca.

La carta privada de Jruschov, que se recibe el día 26 de octubre, ha sido calificada de larga y sinuosa" por el consejero de Kennedy, Theodore Sorensen. Entre otras cosas, el líder soviético señala que sus misiles están en Cuba para proteger la revolución castrista. Hay una oferta vaga de retirarlos si Estados Unidos se compromete a no invadir la isla. Los optimistas ven ahí un principio de acuerdo. En otra carta pública, Jruschov exige la retirada de los misiles Júpiter norteamericanos de Turquía. El desconcierto cunde en Washington y algunos analistas hablan de una lucha interna en Moscú entre halcones y palomas. Robert Kennedy celebra numerosas entrevistas secretas con el embajador soviético.

Surgen entonces los primeros incidentes. Los cubanos disparan contra varios aviones de reconocimiento norteamericanos y un U-2 es derribado. Muere su piloto, el comandante Rudolf Anderson, que, curiosamente, había sido uno de los pilotos que voló sobre la isla el 14 de octubre, cuando se fotografiaron las bases de misiles. Todas las fuerzas dotadas de armamento nuclear de ambas potencias están en estado de alerta máxima La guerra parece inevitable.

El mariscal Grechko, comandante en jefe de las fuerzas del Pacto de Varsovia, consulta con sus colegas de los países del Este. Se cancelan todos los permisos para las tropas. Los estrategas occidentales tratan de adivinar dónde golpearán los soviéticos si hay un choque armado en el Caribe. Las posibilidades son muy amplias: Berlín, Turquía, Irán, los países escandinavos... Una declaración del Gobierno soviético ha advertido a Norteamérica que ya no es el país más poderoso del mundo. "Las armas soviética nunca se utilizarán para la agresión, pero si nos atacan responderemos enérgica y devastadoramente..."

Se diluye la tensión

Kennedy ofrece, a cambio de la retirada de los misiles soviéticos de Cuba, el levantamiento del bloqueo y el compromiso de no invadir la isla. El domingo, 28 de octubre, una nueva carta de Jruschov acepta esta oferta norteamericana. Las bases de misiles se desmantelarán bajo supervisión internacional. El presidente norteamericano lee el mensaje de Jruschov cuando se dirige a misa en su automóvil y manifiesta una "profunda satisfacción". Más tarde calificará la decisión del dirigente soviético como "propia de un gran estadista".

La tensión va diluyéndose paulatinamente, aunque todavía aparezcan dificultades y momentos difíciles. Fidel Castro se siente traicionado por los soviéticos y se niega a permitir una inspección internacional en territorio cubano. Un avión-espía norteamericano es detectado en la península soviética de Chukotka, lo que provoca airadas protestas del Kremlin y obliga a Washington a dar una explicación -error direccional del piloto- y pedir excusas. Jruschov se niega a retirar de Cuba los bombarderos IL-28, a. lo que accederá finalmente. El diplomático soviético Vasili Kuznetsov, que negocia con el norteamericano John McCIoy los detalles de este "acuerdo implícito" advierte: "Nunca más nos volveréis a hacer esto".

Veinte años después, los especialistas coinciden en señalar que la mayor conclusión obtenida de la crisis del Caribe fue la gran importancia de las armas convencionales en relación a una guerra nuclear. La superioridad del armamento convencional norteamericano permitió el bloqueo de Cuba, decisivo para el final de la crisis. La importancia de la fotografía aérea, del espionaje desde aviones y satélites, quedó también de manifiesto. Y el valor de la comunicación directa entre los estadistas. Kennedy y Jruschov negociaron en ocasiones por encima de sus colaboradores más cercanos. El líder soviético escribió que "juntos, evitamos el desastre. Cuando fue asesinado sentí un sincero pesar. Acudí directamente a la embajada y expresé mi condolencia".

Nikita Jruschov ha explicado así su versión de los hechos en sus Memorias: "No teníamos otra manera de ayudar a Castro a contrarrestar la amenaza norteamericana que instalar nuestros cohetes en la isla, de tal forma que las fuerzas agresivas de Estados Unidos se vieran abocadas a un dilema: si invades Cuba tendrás que hacer frente a un ataque nuclear con proyectiles balísticos contra tus propias ciudades. Nuestra intención al instalar los proyectiles no era librar una guerra contra Estados Unidos, sino evitar que éstos invadieran Cuba y comenzaran de ese modo una guerra".

Según Jruschov, Kennedy se comprometió a desmantelar sus bases de misiles en Turquía e Italia, "aunque sabíamos perfectamente que era una promesa de carácter simbólico ya que los cohetes norteamericanos en esos países estaban viejos y anticuados y los reemplazarían pronto por otros más nuevos".

Otros estadistas se aplicaron la lección a su manera, como el general De Gaulle, para quien Washington fue el perdedor en la crisis del Caribe, ya que si Jruschov puso los misiles en Cuba para mantener a Castro en el poder y Castro sigue en el poder, ¿quién ha ganado? Según cuenta el general Walters en su libro, De Gaulle esperaba que los norteamericanos utilizarán la fuerza contra Cuba y, al no ser así, comunicó a sus ayudantes la siguiente reflexión: "Si los norteamericanos no luchan por Cuba, que está a noventa millas de sus costas, menos lucharán por Europa, que está a 3.500 millas. Debo sacar las conclusiones pertinentes que afectan a la defensa e independencia de Francia."

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