¿Quién puede matar a un perrito? La macabra confesión de una aspirante a vicepresidenta de Trump
La gobernadora Kristi Noem era una de las favoritas para acompañar en la papeleta al candidato republicano a la presidencia de EE UU hasta que contó en sus memorias cómo asesinó a una de sus mascotas
A Kristi Noem, gobernadora de Dakota del Sur, siempre le ha obsesionado dejar claro que es una mujer de armas tomar en un universo de hombres como el del Partido Republicano, y por eso decidió contarle al mundo en sus memorias, recién publicadas en Estados Unidos, aquella vez en la que empuñó una y mató a uno de sus cachorros, una perrita de 14 meses llamada Cricket.
“Era un braco alemán de pelo duro”, escribe Noem, “y había venido a nosotros de un hogar que tuvo que lidiar con su agresividad”. Ese día tenía invitados en su rancho y salieron a cazar. Cricket pasó la mañana corriendo por delante de la partida, “ahuyentando a los pájaros” y sin obedecer a nadie. En el camino de regreso, pararon en la granja de unos vecinos, y la perra se escapó y mató a unos cuantos pollos. Noem, que primero la define como “indomable” pasa entonces a llamarla “asesina entrenada”. El animal trató de morder a su dueña cuando esta logró atraparla.
“La odiaba”, recuerda ella en el libro. Fue ahí cuando decidió que “tenía que sacrificarla”, y que debía hacerlo con sus propias manos. “Paré la camioneta en mitad de la carretera, saqué mi arma, agarré la correa y la llevé hasta un montón de grava”. Con un uso de la elipsis que el lector agradece, la autora hace un punto y aparte y escribe: “No fue una tarea bonita, pero había que hacerlo”.
La cosa no se detiene ahí. A Noem le viene a la cabeza otro “trabajo pendiente” al ver a un macho cabrío sin castrar, “repugnante y malvado”, que “llevaba años siendo un problema” para la familia y despedía un “olor desagradable, acre y rancio”. Tras contar cómo lo mata, para sorpresa de una cuadrilla de obreros que contemplan atónitos la escena, la gobernadora anota: “Liderar no siempre es divertido (…). El mundo está lleno de charlatanes y evasores [de sus responsabilidades]. Necesitamos personas que actúen”.
La macabra confesión ―que llega hacia la mitad del libro y sin solución de continuidad entre el relato de un encuentro con la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y la exposición de la fofa “doctrina Noem” en materia de política internacional― le ha valido a la gobernadora un monumental escándalo que parece haber fulminado sus opciones, altas, según las quinielas, de ser la candidata a la vicepresidencia con Donald Trump. Al final del polémico episodio, la autora reconoce: “Supongo que si fuera mejor política no habría contado la historia aquí”. Y ahí sí acertó. De haberlo sido, seguramente no habría pasado por alto lo que indican las encuestas: entre las pocas cosas que unen a los estadounidenses en este tiempo fracturado está el amor, rayano en la idolatría entre las clases urbanas pudientes, por las mascotas.
De sus memorias, tituladas No Going Back (Sin vuelta atrás), se empezó a hablar en realidad semanas antes de su llegada hace 10 días a las librerías, cuando una periodista de The Guardian se hizo con una copia, la leyó y, contra todo pronóstico, dio con una noticia de alcance internacional en el interior de uno de esos aburridos volúmenes firmados por políticos que tanto abundan en EE UU. Forman un género bastante inenarrable, que sale de mezclar la autobiografía con moraleja, la presentación de credenciales para dar el salto a la política nacional y el resumen del ideario del autor.
De la lectura de esas 260 páginas, cuya parte más interesante es, francamente, la que ha dado origen a la polémica ―Ron Charles, crítico literario de The Washington Post, define con sarcasmo el papel de Noem en ese pasaje como el de “un personaje de [la escritora sureña] Flannery O’Connor aficionada a los recortes de impuestos”―, queda la impresión de que su convicción a la hora de ponerse a escribir era demostrar que se trata de una mujer dura y decidida. Sin esos dos atributos, tal vez no habría llegado a ser la primera gobernadora de la historia de Dakota del Sur. Mucho menos, un referente del salvaje y muy masculino universo MAGA (acrónimo trumpista que corresponde a “Devolvamos su grandeza a EE UU”). En esto último le ayudan también sus salidas de tono en consonancia con el líder: la última de ellas ha provocado esta semana en que siete de los nueve líderes de las tribus indias reconocidas en Dakota del Sur le hayan prohibido la entrada en sus reservas, sobre las que tienen autoridad. ¿El motivo? Noem lleva tiempo acusándoles sin pruebas de beneficiarse del negocio de tráfico de drogas del “cártel mexicano”
En No Going Back tampoco teme decir lo que piensa, y eso incluye ataques a algunos compañeros de partido, a los que despacha como “perdedores”; una anécdota, que se ha demostrado falsa, que incluye al dictador norcoreano Kim Jong-un cuando ella era congresista; o la confesión de que ve puntos en común (!) entre su nieta Miss Addie, de tres años, y Trump.
“Pasmosa autodestrucción”
Noem ha sido al menos consecuente: ha rechazado el arrepentimiento desde que saltó la polémica, y ha defendido sus decisiones tanto en sus redes sociales como en los programas de entrevistas con políticos del fin de semana, mientras le llovían los ataques, las bromas de los cómicos y también el fuego amigo de, por ejemplo, el veterano estratega republicano Karl Rove. Rove definió en The Wall Street Journal el episodio como un acto “pasmosa autodestrucción”.
¿Y Trump? Hasta esta semana, en la que el libro ha debutado en el noveno puesto en la lista de los más vendidos, el expresidente no se había pronunciado sobre los apuros de una de sus más férreas admiradoras dentro del partido. Lo hizo finalmente en Nueva York, durante un acto privado de recaudación para su campaña y ante la presencia de varios de los candidatos oficiosos a acompañarle como vicepresidente. “Me produce mucha curiosidad lo del perro”, dijo en tono divertido, según el relato de los presentes, que observaron más simpatía que crítica en sus palabras. “[Noem] ha estado ahí para nosotros durante mucho tiempo”, añadió. “Ella es leal, es genial”.
Trump es perfectamente capaz de llevar la contraria a todo el mundo y acabar escogiéndola como acompañante en la papeleta. Después de todo, es sabido que valora la lealtad en sus colaboradores por encima de casi cualquier otra virtud. Además, odia a los perros, y en eso también fue un inquilino atípico de la Casa Blanca. La historia de las mascotas de los presidentes estadounidenses daría para un libro (si no fuera porque ya existe: se titula All American Dogs): desde Fala, el terrier escocés inmortalizado en bronce en la estatua de Franklin D. Roosevelt en Washington, a Bo, el perro de lanas de los Obama, o los beagles que Lyndon Johnson cogía de las orejas en una foto que también causó polémica (a diferencia de Noem, Johnnson nunca mató a ninguno de ellos, aunque el macho murió atropellado por la limusina de la Casa Blanca).
Joe Biden también tiene su lado perruno. La última mascota de la familia es un problemático pastor alemán de nombre Commander. En octubre pasado se lo llevaron de la residencia presidencial tras al menos una decena de ataques a personal de la Casa Blanca. En su libro, Noem no deja pasar por alto ese dato. “Un perro que muerde es peligroso e impredecible (¿estás escuchando, Joe Biden?)”, escribe la gobernadora. El argumento lo retoma después en el último capítulo, cuando fantasea con lo primero que haría si fuera presidenta: “Asegurarme de que el perro de Biden no ande suelto por ahí. Commander, saluda a Cricket de mi parte”.
Siga toda la información de las elecciones en Estados Unidos en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.