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No es un cuento de hadas

Juan Cruz

El titubeo del príncipe de Asturias en el acto de anoche en el teatro Campoamor de Oviedo dio hasta la entonces solemne entrega de los premios que llevan el nombre del heredero de la Corona un aire de distensión al que el público se sumó con una ovación que, en cierto modo, fue de apuesta por lo que en la multitudinaria reunión se había dicho en favor de la imaginación científica y literaria de España.El príncipe Felipe lo dijo levemente, como quien pisa su propio silencio; Severo Ochoa lo subrayó con el verbo minúsculo de quien está acostumbrado a usar las palabras como jeroglíficos científicos y Torrente Ballester lo contó como quien cuenta un real cuento de hadas. La imaginación española es posible, y cuando los investigadores de todo orden tengan en sus manos la posibilidad de poner al servicio de la vida de este país su capacidad y su esfuerzo, sin tener que recurrir al exilio sin reino de la lejanía mejor retribuida, éste será otro territorio, una habitación idílica para un cuento de hadas.

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No es un cuento de hadas, sin embargo. Severo Ochoa recordó que investigadores españoles, hace solo dos meses, idearon para el mundo, en Estados Unidos, una nueva posibilidad para la averiguación de lo que ocurre con la enfermedad del cáncer; otros biólogos, aquí mismo, en Oviedo, desarrollan en el campo de la biologíamolecular lo que es más avanzado en esta ciencia; y, en general, la universidad española muestra deseos de tomar el pulso de la ciencia rezagada, cuyo casi único exponente, dijo Ochoa, investido de jurado y humilde olvidadizo de su Nobel científico, ha. sido hasta ahora Santiago Ramón y Cajal.

Tampoco es un cuento de hadas para el portavoz de los premiados, Gonzalo Torrente Ballester, quien pondría en los colegios de España, como asignatura obligatoria, la lectura de fábulas para excitar la imaginación de los estudiantes y para impedir que en el futuro sea imposible aquél exabrupto unamuniano que nos relevaba de la invención para que fueran otros, desde otros lugares, los que nos enviaran las patentes del progreso. El ejercicio de este cuento de hadas es para Torrente el principio de un sueño, y en esa bruma se desarrolló el discurso del Príncipe, cuyo titubeo fue también una contribución al acto cálido en el que periodistas europeos, intelectuales españoles, estructuralistas, filósofos, músicos, místicos, geógrafos, políticos y novelistas acudieron a una apuesta por la imaginación creadora en un país que el pasado año asistió, en el mismo teatro, a la apuesta de un poeta, José Hierro, por la libertad de lo seres humanos que habitan este territorio en torno a la idea de la democracia y el sueño.

Lajornada de anoche fue también el desfile, ante los Reyes y el heredero de la Corona, de los personajes que la fundación presidida por Pedro Masaveu premió en este segundo año de su existencia. Delibes no quería ser el primero en recibir el galardón; Torrente superó el titubeo de su colega, fue más decidido hasta el Príncipe, recogió su premio y volvió como si silbara; Pablo Serrano fue como un busto de Machado y volvió con la risa imposible de su retrato de Aranguren, y Mario Bunge fue más decidido, con aire de científico anglosajón. Todos contribuyeron a una jornada en que en Oviedo se conectó con la obsesión de una década: la apuesta por la imaginación y por la ciencia.

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