5.000 guardias somocistas, acampados en Honduras, esperan la hora de la invasión
Nicaragua es un país en pie de guerra. Las noticias, malas noticias, que llegan día a día desde la frontera no han logrado sino encender aún más los ánimos de un pueblo que durante tres años no ha hecho más que prepararse pata una invasión que se anuncia por el norte.Desde Managua hasta la frontera de Somotillo hay 170 kilómetros de una carretera aceptable, en la que ha habido que reconstruir todos los puentes porque la riada de junio se los llevó. Sólo uno, el más grande, sobre el río Negro, está todavía inservible, porque ése quedó totalmente destruido por un bombazo de los somocistas, allá por el mes de marzo, cuando la Junta de Reconstrucción decidió decretar en todo el país el estado de emergencia.
A lo largo del trayecto son frecuentes los controles y la presencia de patrullas de milicianos. "Yo trabajo en el campo todo el día y luego vengo a vigilar durante varias horas", dice un muchacho con un viejo máuser que ha debido hacer no menos de cuatro guerras. Se asegura que en la misma situación que él hay en todo el país 150.000 hombres y mujeres armados para defender la revolución sandinista.
El puente sobre el río Negro está a menos de treinta kilómetros de la frontera con Honduras. Hay que cruzarlo en balsa para seguir viaje en los autobuses que esperan en la orilla.
Esta es una de las zonas más peligrosas del país. Muy cerca está San Francisco del Norte, un pueblo de ochocientos habitantes, lleno de rabia, porque el 24 de julio una banda somocista de unos ochocientos hombres, que por sus armas no tendría nada que envidiar a un ejército desarrollado, mató a catorce vecinos por el delito de ser milicianos. "Queremos armas para defendernos", dicen los supervivientes.
Del otro lado de la frontera, la Cancillería hondureña asegura que el 20 de julio hubo una infiltración sandinista en Las Ceibas, que terminó en tiroteo con el Ejército. No hubo bajas. Unos días antes, el presidente de Honduras, Roberto Suazo, denunciaba otro ataque similar en Concepción de María, con un resultado de ocho campesinos heridos.
Ambos Gobiernos se suceden en las denuncias y en las protestas formales de sus respectivas cancillerías. Pero resulta revelador que por parte hondureña se trate casi siempre de intercambios de disparos sin víctimas, en tanto que Nicaragua ha puesto ya 250 muertos. Por si hubiera dudas sobre una presunta utilización política del tema, la prensa extranjera pudo ver los quince cadáveres de San Francisco del Norte.
Honduras declina cualquier responsabilidad
El Gobierno hondureño niega, con todo, cualquier responsabilidad en el tema. Lo más que reconoce es que se trata de una frontera extensa, de dificil acceso, que resulta incontrolable para un Ejército tan poco numeroso como el suyo (unos 8.000 hombres).Ultimamente, algunos funcionarios hondureños aseguran que los sandinistas tratan de buscar razones externas para la explosión de
descontento que se registra en el interior de su país. Según la versión de Honduras, parecería que los 5.000 guardias somocistas refugiados en su territorio son gentes incorporadas a la vida del país, pacíficas, que se dedican a sus negocios y no a hostilizar al régimen que les obligó a abandonar su país.
Pero nada parece estar más lejos de la realidad. En Tegucigalpa viven algunos somocistas notables bien instalados, que dedican más tiempo a la guerra contra Nicaragua que a sus bien montados comercios. Quizá el más notorio sea Angel Ortega, un español que se hace llamar comandante Juan Carlos.
Su hermano Pedro dijo a EL PAIS que se encontraba en el Cono Sur en busca de fondos para la lucha contra los sandinistas. "Tenemos mucha gente a lo largo de toda la frontera", dijo.
Los únicos que parecen desconocer esta situación son los gobernantes hondureños, que del presidente para abajo acusan a la Prensa internacional de orquestar una campaña de desinformación sobre su país.
Pero la zona más conflictiva de la frontera común no es la del río Guasaule, en la costa del Pacífico, a donde uno puede llegar por sus propios medios, sino la del Atlántico, que separa el departamento nicaragüense de Zelaya Norte del hondureño de Gracias a Dios. Sólo si los respectivos Ejércitos quieren pueden los periodistas llegar a estos lugares selváticos, que no tienen carreteras que las unan a la capital.
Los gobernantes de ambos países no parecen tener interés en que la Prensa conozca estos lugares.
Por parte nicaragüense se argumentó que se trataba de una zona altamente peligrosa, donde el Ejército sandinista está llevando a cabo una intensa operación de rastreo después de descubrir un campamento contrarrevolucionario habilitado para un millar de hombres.
Tampoco en Honduras las gestiones tuvieron ningún éxito, a pesar de que en esos días empezaba una maniobra militar conjunta del Ejército hondureño y la Fuerza Aérea norteamericana, con frecuentes vuelos entre Tegucigalpa y Puerto Lempira, capital de Gracias a Dios.
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