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Entrevista:

Argentina, un colapso económico sin precedentes

Una misión del Fondo Monetario Internacional (FMI), encabezada por Chistian Braset, llegó recientemente a Buenos Aires para evaluar la nueva estrategia económica del Gobierno argentino de cara a la petición de créditos para la refinanciación de la enorme deuda exterior argentina. Se calcula que la deuda exterior total superará los 40.700 millones de dólares a fines de 1982. Sólo en concepto de intereses Argentina tendrá que abonar, en 1983, 6.000 millones de dólares, que incluyen las primas de riesgos tras la guerra con el Reino Unido. Para muchos economistas Argentina es la colonia de América Latina. Un enviado especial de EL PAÍS ha entrevistado en Buenos Aires a Rogelio Frigerio, prohombre de la corriente desarrollista que encabeza el ex presidente Arturo Frondizi y decidido opositor de la política económica actual, que considera continuación de la del Gobierno militar de 1976 y causante de un colapso económico sin precedentes.

Pregunta. ¿En qué estado se encuentra la economía argentina hoy?Respuesta. El primer trazo es el grave endeudamiento externo. Los pasivos de Argentina ascienden a más de 36.000 millones de dólares, lo que supone la más alta marca del mundo en el cómputo por habitante: 1.250 dólares, en promedio, debe cada argentino al extranjero. Con dos agravantes: la primera es la aglomeración de obligaciones en el corto término, pues gran parte de esos vencimientos está emplazada en lo que queda de este año y el próximo; la segunda es el altísimo costo financiero de esos pasivos respecto a la magnitud del intercambio: sólo los intereses de la deuda externa importan 5.000 millones de dólares anuales, lo que representa la mitad del total de las exportaciones nacionales, en la mejor de las hipótesis, y a la vez mucho más que el doble del mejor superávit comercial previsible.

Sin embargo, lo peor de esa hipoteca no son sus condiciones de pago, sino el destino estéril que se dio a los capitales ingresados, ya que la política monetarista aplicada durante estos años los desvió hacia el gasto superfluo y la especulación y no hacia la inversión. El producto bruto interno por habitante del primer trimestre del año se ubicó en los niveles de hace una década, mientras que la producción manufacturera retrocedió quince años. La desocupación alcanza a 1.900.000 habitantes de los once millones que componen la población económicamente activa.

La inflación también ha trepado a primer rango del orbe, con un aumento anual superior al 150%, a pesar de la represión artificial de los precios por vía del receso y de la distorsión de las variables económicas, como ocurre con el tipo de cambio; las tarifas públicas, que se mantienen debajo de los costos, y muy especialmente por las severas restricciones salariales, pues el salario real del primer trimestre de este año es la mitad de lo que era en 1975.

Sin embargo, ha ocurrido en el país algo más pernicioso aún: se ha repredado el aparato productivo; unidades económicas significativas e inclusive ramas íntegras de la industria han desaparecido del cuadro económico. Más todavía: se ha estropeado la posibilidad de una recuperación, pues el desaliento a la formación de capital hace estragos. La inversión en equipo retrocedió al nivel de hace veintidós años. En suma, estamos ante un colapso que no tiene parangón.

P. ¿Cuál es su opinión sobre las medidas económicas tomadas por el nuevo Gobierno?

P. El programa del doctor Dagnino Pastore no desata hasta ahora el nudo de la crisis. Vuelve a descuidarse la situación fundamental, que es el proceso de formación de capital. Detrás de una compleja trama de disposiciones financieras y cambiarias vuelve a soslayarse el hecho decisivo de que mientras no haya inversión no se superarán los problemas, vuelve a desmerecerse el papel etéreo que desempeña el sector público en la economía argentina y de nuevo se omite la necesidad imperiosa de asignar prioridades para el mediano y largo plazo para lanzarnos hacia el desarrollo, que es lo único que puede evitar la continuidad de la crisis.

Por ejemplo, se han fijado tasas de interés máximas, y, si bien es verdad que ninguna economía puede funcionar con el anterior costo del crédito -que llegaba al 50% anual en términos reales-, también es cierto que el problema es más complejo y excede por completo al esquema puramente monetario y financiero de las actuales autoridades.

Porque a la par de esa limitación se insiste en mantener deprimidos los salarios, lo cual no es sino restringir el consumo y el mercado interno. Simultáneamente, se procura congelar los precios por vía de una concertación con las principales empresas que operan en el país. Se intenta manejar artificialmente la paridad cambiaría.

Estamos, en suma, ante una política de ingresos que pretende fijar arbitrariamente el curso de las distintas variables significativas a despecho de las leyes económicas. Esto contraría el sinceramiento que es a todas luces imprescindible para restaurar el proceso de formación de capital, que, como acabo de decir, es la cuestión central de nuestra crisis. Si esto no ocurre ninguna alquimia monetaria u ofensiva exportadora como la que esgrime el ministro de Economía servirá para remontar el colapso. Tanto menos cuando este énfasis exportador posterga el necesario privilegio que debe dispensarse a la inversión en las ramas básicas de la industria: siderurgia, petróleo, petroquímica y química pesada, celulosa y papel, maquinaria y equipos, y en la infraestructura de energía, transporte y otros servicios económicos.

P. ¿Qué debe hacerse entonces y por qué?

P. Las claves para la solución de la crisis argentina están en la formación de capital y la inversión orientada a la máxima movilización de los recursos nacionales. Los requisitos de política económica para que esto ocurra son igualmente nítidos: deben sincerarse por completo todas las variables, salarios, precios, tarifas y tipo de cambio, que deben ajustarse a la realidad económica.

Pero ese sinceramiento será inocuo, en el presente estado de depredación económica en las condiciones del subdesarrollo argentino, si no está acompañado por una eficaz protección aduanera a la producción y al trabajo nacional, por el decidido estímulo a la inversión junto con el redimensionamiento del sector estatal de la economía. La orientación de los recursos de capital debe articular la, necesidad de la reactivación inmediata. Esta movilización no tiene por qué demorarse. Es insólito que los argentinos estemos, en pie sobre enormes yacimientos de petróleo y gas que no explotamos o que la, feracidad de nuestra tierra se envilezca con medios arcaicos de producción.

Del mismo modo que es insostenible que a fines del siglo XX Argentina mantenga en lo sustancial una estructura de producción primaria y desintegrada que ya reclamaba una modificación profunda cuando nos visitó la infanta Isabel, a comienzos de la centuria.

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