La quiebra económica argentina, mas importante que el fracaso de la guerra de las Malvinas
En menos de una semana, desde que entró en funciones el nuevo ministro de Economía, Dagnino Pastore, el peso argentino se ha devaluado en un 267% con respecto al dólar. La moneda norteamericana, que se cotizaba el 2 -de julio pasado -el día en que ocupó su puesto oficialmente el ministro- a 15.000 pesos, alcanzó el pasado viernes en los cambistas de Buenos Aires la cota máxima de 40.000 pesos por dólar. Desde enero de este año (9.500 pesos por dólar) la devaluación se eleva al 421%.
Argentina se mantiene a la cabeza en "este nada envidiado récord de depreciación de una moneda nacional que sólo es igualado por otro tan poco recomendable como es una inflación que progresa en un 200% anual. Estos dos datos, y otro sobre el endeudamiento exterior, que a fines de 1982 había alcanzado la bicoca de 40.000 millones de dólares, un crecimiento cero del producto interior bruto desde hace diez años, dos millones de parados para una población total de veintisiete millones de habitantes y el 60% de la capacidad industrias ociosa, confirman un panorama económico argentino que los economistas han llamado "la crisis como proyecto de país".Sin precedentes tan graves
El 2 de julio, al hacerse cargo de la cartera de Economía, en este nuevo Gobierno salido de la guerra de las Malvinas y que se proclama de transición, el ministro Pastore calificó la situación económica de Argentina de "crisis muy grave y sin precedentes".
Para remediar el mal, (por el que de una manera generalizada se acusa al ex ministro de Economía, Martínez de Hoz, que implantó un monetarismo económico salvaje desde 1976 calcado del teorizado por la Escuela de Chicago y por su profeta Milton Friedman), el nuevo ministro Pastore ha decidido imprimir un giro pendular de 180 grados a la gestión económica.
Su doctrina y proyecto se articula en torno a unos cuantos principios básicos: reactivación de las exportaciones, limitación al máximo de las importaciones, excepto los insumos para las empresas industriales, reducción al 6% de las tasas de intereses bancarios que habían alcanzado el 52%. mensual, disminución del gasto público que ha sido el problema número uno de todos los anteriores gobiernos argentinos ya que el país mantiene a una burocracia de dos millones de personas, y desdoblamiento del cambio en un dólar comercial fijado en 20.050 pesos y otro financiero libre que alcanzó los 40.000 pesos.
Para intentar controlar la inflación que se teme acarreará tales medidas el ministro de Economía quiere pactar con las empresas un control de precios y pone como condición para que éstas puedan beneficiarse de los bajos intereses bancarios el que acepten este pacto de los precios.
Aunque el pricipio básico de la nueva política económica, reactivar la producción, ha sido acogido positivamente, empresarios y sindicatos -todavía prohibidos- han encontrado algunos fallos a este programa. Para los sindicatos el que no se haya hablado de un aumento de salarios al sector privado, que han perdido desde primeros de año el 50% de su poder adquisitivo, no facilitará por falta de consumo interno, la deseada reactivación económica.
Desestimular la inversión
Los empresarios por otro lado, se oponen a la política de precios máximos concertados, y la consideran injusta porque entienden que el hacer condición para acceder a las bajas tasas de intereses bancarios el que se acepte ésto, sólo beneficiará a las empresas muy endeudadas, pero no a las que tenían una economía saneada. Por otra parte estiman que la limitación de los precios desestimulará la inversión productiva.
Aunque el ministro de Economíá está todavía concretando su gestión el nuevo sesgo económico de Argentina ya ha producido numerosas víctimas. La primera, los pequeños ahorristas; la segunda, el ama de casa quien a pesar, de toda la buena voluntad verbal ha visto aumentar el precio de su cesta de compra en un 20 al 40% en los últimos quince a veinte días.
El ahorro y el dinero en general, ha desertado rápidamente de los bancos para dirigirse a la Bolsa de valores que conoce en estos días un brecimiento inusitado, a las inversiones inmobiliarias, fincas, casas, pisos, cuyos valores ya aumentaron en un 20% y según las previsiones antes de una semana habrán aumentado en un 50%. Los de recursos más débiles invierten su dinero en televisores de color, automóviles, vidiograbadores y electrodomésticos que obviamente comienzan a desaparecer de los comercios para reaparecer días más tarde a precios más caros.
En el terreno de la deuda externa la Argentina deberá pagar este año unos 4.800 millones de dólares solamente en intereses, mientras que el balance comercial entre las exportaciones y las importaciones no se cree que sea superior a los 3.000 millones de dólares. Para 1983, además, vence el pago del 50% de los 40.000 millones de dólares. Ante la enorme dificultad de hacer frente a estas obligaciones Argentina proyecta solicitar la refinanciación de su deuda exterior. A este efecto piensa iniciar conversaciones con el Fondo Monetario Internacional.
Refugio en el consumo
Para la mayor parte de la población argentina que no dispone de fondos ni para participar en la mínima especulación que consiste en adquirir bienes de equipo como los mencionados de televisores y electrodomésticos, tocará apretarse aún más el cinturón: la carne ha subido ya en un 40%, las verduras en un 20%, el pollo en un 40%, y hasta los productos lácteos en un 25%.
Lo paradójico de esta coyuntura que en lo que se refiere a la economía está más derrotada que el Ejército en las Malvinas, es que la mayoría de los economistas consideran que esto ocurre en un país potencialmente de los más ricos del mundo. El economista Rogelio Frigerio decía hace unos días que solamente con un tercio de las riquezas que se encuentran en la Patagonia, Argentina podría convertirse en una gran potencia mundial. Por otra parte los propios economistas norteamericanos han estimado que Canadá, Estados Unidos y Argentina podrían convertirse en la OPEP de los alimentos, llave de la dominación mundial en el futuro.
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