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La URSS gana la guerra de Las Malvinas

La terrible partida de ajedrez que se está disputando en el Atlántico sur contiene, en principio, todos los elementos necesarios para que se regocijen quienes llevan largo tiempo esperando una derrota del marxismo-leninismo y de su teoría de la lucha de clases como motor de la historia: en efecto, no cabe ejemplo más puro de enfrentamiento directo entre dos nacionalismos, es decir, entre dos ideas que el que nos ofrece esta lucha de dos orgullos patrióticos y dos banderas por algunas fanegas de pastos para ovejas. Se reafirma aquí, sin duda, Hegel en este cara a cara de dos soberanías y nos encontramos aparentemente ante el conflicto de dos conciencias opuestas del yo: lo absoluto se desgarra y se empeña en jugar contra sí mismo una partida dura y real. Es la guerra, y las bocas callan ante la gravedad de la historia. Marx ha muerto efectivamente y le corresponde la palabra no sólo a H..., teórico de la lucha guerrera del espíritu, que nada tiene que ver con la infraestructura económico-social de los marxistas, sino también a Georges Bataille (1), quien ha celebrado la fiesta destructora, cruel y honorífica de la guerra o los gastos ostentosos y suntuarios: el potlach, tan querido de los antropólogos (2), ese don de sacrificio con afán de emulación en la reciprocidad se ha puesto en marcha a golpe de destructor y navío de escolta y, por desgracia, a costa de vidas humanas.La guerra, con su gratuidad irracional, parece estar hoy a punto de desbaratar los cálculos de los dialécticos materialistas, con lo cual nuestros viejos maurrasianos se regocijan ante este renuevo de nacionalismo. Unos toman partido por Buenos Aires, encantados de poder vengar Trafalgar gracias a la electrónica Marcel Dassault, mientras otros descubren de repente virtudes de Juana de Arco en la señora Thatcher, la dama de hierro. Los marxistas-leninistas y los propios castristas abandonan las posturas revolucionarias que habían mantenido aparentemente durante más de treinta años y vuelan de repente en socorro del general Galtieri, considerado no ha mucho un hombre a eliminar, al igual que sus predecesores Viola y Videla.

El olvido súbito del frente de la lucha de clases en provecho de un unanimismo latinoamericano en contra de los anglosajones, los wasp (3) y los yankis no ha nacido por sí sólo de un lance imprevisto. No se trata sólo del agradecimiento al gesto de los argentinos en favor de la Unión Soviética, con el suministro de carne y cereales a pesar del boicoteo decidido por Jimmy Carter como represalia ante la invasión de Afganistán por el Ejército rojo. En esta colusión de una junta militarista y los totalitarios leninistas y castristas no hay que ver sólo la reconciliación de los adeptos de la realpolitik por oposición a los demócratas: es el fruto de un proyecto soviético expansionista, tenaz y obstinado, que juega con el tiempo a su favor y trabaja dialécticamente para consolidar sus ventajas allí donde las contradicciones del mundo libre le sirven la ocasión en bandeja.

No debemos olvidar, en efecto, que en Buenos Aires, bajo la junta, el Partido Comunista argentino no ha padecido nunca, ni siquiera en la peor época de las desapariciones, persecuciones tan graves como las que se han cebado en los cristianos, los izquierdistas o los compañeros de marcha de la revolución. Como si los dictadores argentinos y los totalitarios castristas y soviéticos hablaran ya el mismo lenguaje, el del cinismo; nueva versión del lenguaje de complicidad, estima sorda y fascinación mutua que reunió un día a Hitler y Stalin en la firma del pacto entre Ribbentropp y el zar rojo del Kremlin.

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Pero los soviéticos salen ganando siempre en este juego, porque su superioridad es ideológica. En efecto, paralelamente, mediante la propagación de la ideología de la lucha de clases en el Tercer Mundo, la URSS continúa alimentando la llama del nacionalismo antieuropeo y antiamericano: Angola, Etiopía, Vietnam, Namibia o Yemen, se trata siempre del viejo tango marxista-leninista del que se valen los soviético-cubanos para desestabilizar los regímenes prooccidentales o consolidar las dictaduras proletarias. Marx ha muerto, pero no sus teorías. Y, en función de sus puntos de aplicación en el mundo, la dialéctica difiere en el uso que hace de las contradicciones. Sólo algunos europeos y americanos ingenuos pueden considerar el Tercer Mundo y el Sur como una entidad compacta. A los ojos de los marxistas-leninistas que trabajan sobre el terreno, el Tercer Mundo es un campo (le fuerza en el que sería imperdonable no explotar las contradicciones principales y secundarias, así como sus aspectos mayores y menores: es el caso de Oriente Próximo, en la guerra irano-iraquí, (de Siria, de Líbano, de Suráfrica o de Asia. Ahora, en el Atlántico sur, si Moscú está sacando tajada y arrambla con la ostra codiciada por los dos litigantes, es porque hace mucho tiempo que los soviéticos, como buenos jugadores de ajedrez, se han percatado de que la contradicción principal residía en el rechazo masivo de los yankis y los gringos por los pueblos, cualquiera que sea su régimen. Como sabemos desde 1917, una cadena sólo vale lo que su eslabón más débil. En este caso, el eslabón más débil es la Junta argentina, que está pendiente de un hilo, y a propósito de la cual va a poder cristalizarse a lo largo y a lo ancho del continente latinoamericano una xenofobia antiamericana y antieuropea, que la propaganda asimilará a la gesta liberadora de Bolívar y sus homólogos, cuando expulsaron de su suelo a españoles y portugueses. En este caso, además, se combate la civilización protestante a través de la reliquia fósil del imperio victoriano: las islas Falkland.

El mundo libre tiene todo que perder en esta guerra, y por mucho tiempo. Al no haber podido mantenerse a igual distancia de los dos beligerantes, Estados Unidos será acusado de haber optado por el Norte y contra el Sur. El lenguaje de los derechos humanos, que defienden las democracias, va a verse desacreditado por la propaganda soviética, que no desaprovechará la ocasión de recalcar lo poco que valen las vidas humanas cuando los lobos capitalistas se despedazan entre ellos. Los pueblos del Tercer Mundo seguramente van a perder confianza en la credibilidad de la civilización euroamericana, que constituía su única esperanza frente a las tiranías en progresión ascendente. Por último, Europa y Estados Unidos van a encontrarse aislados frente a un bloque heteróclito formado por los Estados del Sur, manipulados por la Unión Soviética, que no sólo desempeñará el papel de héroe al haberse inclinado por el Sur, sino que encontrará campo libre para aplicar la teoría de los dominós en el continente latinoamericano.

Es imperativo escuchar cuanto antes el llamamiento del Papa: suscitar el arbitraje real de una nación cristiana, como España, capaz de hacer comprender a los dos países el descrédito que están echando sobre un crisol común de civilización. Pero también corresponde a los intelectuales franceses recordar a la nación argentina cuán cerca se sienten de ella culturalmente, al igual que de las otras literaturas latinoamericanas: llevamos cuarenta años fecundados por la lectura de Borges, de Victoria y Silvina Ocampo, de Bioy Casares, de Cortázar, de Manuel Puig, de Octavio Paz y de otros muchos, y de todos ellos somos hermanos en el espíritu. Yo les exhorto solemnemente a que comprendan cuánto nos importa su civilización en su sutileza y su fecundidad, y no en la anticuada rigidez de una actitud belicosa que perpetúa los peores momentos del peronismo matamoros. A ellos les corresponde velar por que el frente cultural, espiritualista y democrático, no se deje barrer por el cinismo castrista, que podría, finalmente, embaucar al pueblo argentino. A ellos les corresponde no desperdiciar esta ocasión de ayudar a reconstruir la democracia, dejando que la Junta se desacredite por haber aceptado la ayuda de las potencias totalitarias que la manipulan. Se lo ruego encarecidamente, en nombre de Padilla y de Valladares, escritores que se pudren en prisión bajo el régimen de Fidel Castro: es tiempo ya de construir la democracia.

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