La OEA ha muerto
De ironía histórica, cuando menos, debe calificarse el papel de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la guerra de las Malvinas. Argentina y el sistema interamericano en su conjunto han sido objeto de una sangrienta burla a cargo del país hegemónico de ese sistema, los Estados Unidos de América del Norte. Ahora más que nunca ha, que proclamar lo de "América del Norte", porque Estados Unidos, al alinearse con el Reino Unido, asume plenamente su imagen de "Norte", no sólo en el sentido geográfico, sino también en el sociológico-político.La red anglo-norteamericana de intereses económicos, políticos y culturales mutuos se ha impuesto sobre la relación excelente, pero "periférica", que la Administración Reagan estaba construyendo con la Junta Militar y dictatorial argentina. El "centro" (Estados Unidos, Reino Unido) reacciona unido contra la "periferia" (los países del Tercer Mundo en vías de desarrollo sometidos económicamente, en última instancia, a ese "centro").
Ironías de la Historia
Lo irónico estriba en que una de las razones principales que llevaron en su día a la creación de la OEA fue el deseo de los Gobiernos oligárquicos latinoamericanos de crear una organización regional internacional autónoma de las Naciones Unidas donde no tuviera acceso la Unión Soviética, cuyo poder de veto en el Consejo de Seguridad temían tales Gobiernos. Otro motivo fue que estimaron que el crear un organismo regional que incluyera a Estados Unidos facilitaría la ayuda económica masiva de este país a los de Centro y Suramérica.
Hoy en día, Estados Unidos impone sanciones económicas a la Junta argentina (no por ser Junta, sino por ser argentina), al tiempo que proporciona a los ingleses información logística que facilita el hundimiento del crucero Belgrano y la Unión Soviética se alinea con esa misma Junta, a la que, dicho sea de paso, el Partido Comunista argentino había apoyado siempre.
Siempre he pensado que un Gobierno que, como el norteamericano, reparte a los millones de viajeros que anualmente ingresan en Estados Unidos un formulario de los Servicios de Emigración en el que se pide que se devuelva el papelito al funcionario canadiense "si abandona usted el país por la frontera canadiense" y al funcionario norteamericano "si abandona usted el país por la frontera mexicana", tiene mucho en común con el Norte y muy poco con el Sur.
Con su rotunda toma de posición en la guerra de "las Falkland" (el vínculo es también idiomático), Estados Unidos ha elevado a categoría diplomática y política la anécdota del impreso inmigratorio, contribuyendo a una clarificación fundamental de su política exterior. Y ello es positivo para las naciones latinoamericanas, que de ahora en adelante sabrán mejor a qué atenerse.
El movimiento pendular
Así, la expresión del prestigioso articulista de The New York Times James Restan ("Reagan no tiene política exterior, tiene un guión cinematográfico") es ingeniosa, pero no refleja del todo la realidad. Reagan representa unos intereses muy concretos, y al aliarse cien por cien con el Reino Unido, abandonando una para ellos imposible neutralidad en el conflicto, hace coherente la política exterior de Estados Unidos en el momento actual. Del mismo modo que Foster Dulles, en los años cincuenta, arrimando el ascua a su sardina, afirmaba sin inmutarse que, en, época de guerra fría, la neutralidad era inmoral. Y muy coherentemente, fue él quien, como dice Galbraith, "colocó a las naciones pobres del globo bajo el garrote norteamericano, mediante una red de alianzas militares que impuso a los países indigentes la carga de armamentos costosos e inútiles y precipitó a Estados Unidos en catastróficas intervenciones, que culminaron -en el curso de la década siguiente- en el desastre de la selva y los arrozales indochinos".
Cosa diferente es que en la conducción de la política exterior norteamericana de los últimos treinta años, algunos hayan observado lo que Octavio Ianni denomina un movimiento pendular (en 1954, Estados Unidos contribuye a derrocar a Arbenz en Guatemala; en 1959 se confunde ante los desdoblamientos de la revolución cubana y confía en la burguesía subalterna local; en 1965 envía los marines a Santo Domingo para evitar que se repita la experiencia cubana; en 1970, en Chile, confía en el carácter intrínsecamente capitalista de la democracia representativa hasta que' decide apoyar el derrocamiento de Allende). Pero ello no es sino el ensayo de diversas posibilidades o líneas de actuación de política exterior, que no ponen esencialmente en peligro los intereses de fondo norteamericanos. Si con Carter Estados Unidos Unidos volvió a confiar en los reformistas locales de América Latina, Reagan asume de nuevo la utilización del garrote, al estilo de Foster Dulles, precisamente porque, con ocasión de Nicaragua, de El Salvador y de las Malvinas, están en juego esos intereses norteamericanas.
Credibilidad de una institución
Al menos, los intereses tal como los entiende la Administración Reagan. Corresponde a éste, en cualquier caso, la decisión histórica de haber puesto a la OEA en peligro de muerte institucional. Porque de ahora en adelante, ¿qué credibilidad va a tener en la OEA el Gobierno de Washington? Costa Rica, a la que probablemente se unirán otros países, ya ha pedido que se cambie la sede, que actualmente es, precisamente, la capital de Estados Unidos.
El alineamiento de este país con el Reino Unido en el asunto Malvinas y sus consecuencias han de servir, por un lado, para que la sociedad norteamericana reflexione sobre si va a apoyar eternamente las acciones y situaciones colonialistas, directas o encubiertas, que se dan en todo el mundo o si, antes de que sea tarde, sabrá reaccionar para no enajenarse definitivamente a los centenares de millones de personas que viven al sur de Río Grande.
Y, por otro lado, las lecciones de estos días deben servir para que los pueblos latinoamericanos se planteen la utilidad de la OEA y del sistema de relaciones interamericanas, que hoy por hoy se hallan al servicio de Estados Unidos.
La doctrina Monroe (exclusión de las instituciones políticas y de las adquisiciones territoriales europeas del hemisferio occidental) es, como dice Hans Morgenthau, "la más amplia proclamación unilateral de una esfera de influencia en los tiempos modernos". Pero si tradicionalmente la opinión pública latinoamericana parodió el "América, para los americanos", de Monroe, con un mucho más realista "América, para los norteamericanos", tras la guerra malvinense queda claro que a quienes se quiere excluir del proceso de decisiones que afectan al hemisferio es a los propios latinoamericanos.
Una nueva organización
Por eso, los latinoamericanos deben construir, sobre las ruinas en que el eje anglo-norteamericano ha convertido a la OEA, una organización que sirva genuinamente los intereses de los pueblos de América. Una organización en la que el espíritu intervencionista (político o militar) quede relegado para siempre. También en esto debe cambiar Estados Unidos. Y es difícil, porque la intervención es inherente al poder norteamericano. Toda política de Estados Unidos en América Latina supone una forma de intervención. La invasión de Bahía de Cochinos constituyó un tipo de intervención; la Alianza para el Progreso, otro (la fracasada invasión de Cuba se produjo en abril de 1961, un mes después de que Kennedy propusiera la Alianza para el Progreso). El reciente plan de Reagan para Centroamérica y el Caribe es asimismo intervencionista. Igual que el actual sistema de la OEA, que no es otra cosa que un intento de Estados Unidos por conformar las relaciones internacionales latinoamericanas en su propio beneficio.
Cooperación latinoamericana
El objetivo a conseguir ha de ser una organización de los pueblos latinoamericanos -llamada OEA o de cualquier otra manera- que fomente una cooperación y desarrollo verdaderos y que propicie la consolidación de las libertades y el respeto a los derechos humanos de todos los ciudadanos latinoamericanos. Una organización que, al tiempo, labore por la creación progresiva de un clima de respeto mutuo que facilite el diálogo y la comprensión, sobre bases justas y ausencia de toda explotación, entre la América Latina y Estados Unidos de América del Norte. Sólo un esquema que reúna tales características podrá hacer olvidar las amargas palabras que sobre la OEA, y ante la Asamblea General de la OEA, pronunciara el 15 de abril de 1971 Clodomiro Almeyda, ministro de Asuntos Exteriores de uno de los Gobiernos más legítimos y decentes que ha tenido América, el del presidente constitucional de Chile Salvador Allende.
"Pedimos y queremos la OEA enmarcada firmemente en el sistema de la ONU, como un organismo regional complementario que sustente el diálogo entre Estados Unidos y América Latina. Creemos que el futuro de esta entidad depende de su capacidad para superar las cuestiones fundamentales en que ha descansado... En primer lugar, la ilusión que consiste en suponer que aquí nos; reunimos veintitrés Estados iguales."
"En segundo lugar, la ilusión que supone la existencia de una gran homogeneidad entre estos Estados, basada en presuntos intereses, objetivos e ideales comunes". "Es tan evidente la oposición de intereses entre el Norte y el Sur que se plantea en diversos aspectos de la vida económica y del acontecer político, que es imposible que, ocultando la imponente realidad, pueda edificarse nada sólido y duradero".
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