Una iniciativa digna de apoyo

EL OFRECIMIENTO de mediación del rey Juan Carlos en el conflicto de las Malvinas, su solicitud de un alto el fuego y el ruego de una resolución negociada del caso en el marco de las Naciones Unidas sólo puede merecer el elogio de cuantos contemplan con aprensión la escalada bé lica en el Atlántico sur. La mediación estrictamente gubernamental española presentaba y presenta algunas dificultades, emanadas del hecho de que el Gabinete de Calvo Sotelo mantiene una negociación con Europa en varios frentes y un contencioso legítimo con el Reino Unido en el tema de Gibraltar; también de la escasa posibilidad de homologación del régimen argentino con nuestro sistema democrático. El llamamiento real se en marca, en cambio, en un plano institucional que puede ayudar a superar los hechos coyunturales de la política -sobre todo, si obtuviera, como esperamos, un apoyo del Parlamento- y ancla sus razones esenciales en la defensa de la paz y en la doble vocación europea y latino americana de nuestro país. Al Rey de España le asiste además el prestigio de ser el valedor personal más significado de la reconciliación histórica entre los españoles. Cara al Reino Unido, lazos de familia y de la propia institución que encama pueden facilitarle un acercamiento y un diálogo envenenado a otros niveles por cuestiones ideológicas o políticas. La reina de Inglaterra posee, por su parte, amplios poderes constitucionales, aun si los utiliza excepcionalmente. Cuando así lo ha hecho, como en el caso de Suez, ha sido precisamente buscando evitar el derramamiento de sangre y contribuyendo a la paz internacional. Cara a Argentina, adonde el Rey giró una visita oficial de oportunidad discutible hace unos años, esta misma generosidad que significó aquel viaje y la gran acogida que obtuvo del pueblo de aquel país se sumarían en este caso a los lazos culturales e históricos que españoles y argentinos mantienen por encima de toda coyuntura. Todo ello no debe hacer presumir esperanzas excesivas, dado lo complejo de la situación y las dificultades evidentes de lograr un alto el fuego. Pero satisface ver a España intentando jugar un papel de utilidad para todos y para el progreso de la paz en la propia persona del Jefe del Estado.

Quizá el llamamiento de don Juan Carlos no ayude a superar tampoco la crisis, pero su actitud no resultará del todo vana. Los partidos políticos y el Parlamento, tantas veces admirablemente concordes en la defensa del sistema constitucional, deben también dejar oír su voz a mayor nivel del que lo han hecho y apoyar. esta iniciativa regia y las gestiones que el Gobierno y la diplomácia española puedan llevar a cabo. Todo ello servirá para devolver a los españoles, a nuestros amigos de Europa y a nuestros amigos de América la conciencia de que existe una disposición española no sólo de no tomar partido en este conflicto, sino de asumir decididamente el partido de la paz y de la concordia. Y del alto el fuego como condición previa e indispensable a cualquier otro tipo de negociación.