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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diferencias en la Alianza

EL TEMA de Polonia ha agudizado las diferencias entre Europa y Estados Unidos dentro de la Alianza. Antes de este caso se habían producido ya contenciosos en temas importantes: la forma de consideración de las necesidades, aspiraciones y situación del Tercer Mundo -con la propuesta europea del diálogo Norte-Sur-; los movimientos de renovación de poder y clases sociales en países americanos; el tratamiento dado a los partidos comunistas en el interior de cada país; cuestiones monetarias y económicas, y, últimamente sobre todo, el gran capítulo del rearme y del pacifismo. Aun en los mejores momentos de la Alianza ha habido en Europa sectores de opinión que no compartían el entusiasmo producido por el riego de dólares del Plan Marshall, pues temían que habría de pagarse en algún momento.Había, sin embargo -y sigue habiendo-, unas razones poderosas para mantener unido a lo que se ha dado el nombre de Occidente: un sentido de la libertad y de la dignidad humana, un rechazo de los regímenes comunistas -como también de cualquier resurrección del fascismo-, unos conceptos, por lo menos, muy parecidos del trabajo y su remuneración, del capitalismo y sus límites. Y un reconocimiento de que una misma cultura y una misma civilización reúne las dos partes del Atlántico. Todo esto fue llevado allí por los padres peregrinos y otros emigrantes; allí fue potenciado y ensalzado, y más de una vez devuelto a Europa, en los momentos en que ha peligrado en este continente.

Todo este conjunto de valores humanos es el que se estremece, a un lado y al otro del océano de la Alianza, cuando sucede algo como lo que está pasando en Polonia. No se puede admitir que uno de los países que pertenecen a esta civilización nuestra, y que ha contribuido históricamente a la misma, se enfrente a la represión y sufra un brutal corte cuando intenta regresar a ella. No es mayor el estremecimiento y el dolor de los ciudadanos de Estados Unidos que el de los ciudadanos de Europa ante esta brutal regresión. Sin embargo, la cuestión de procedimientos o de comportamiento ante este suceso difiere mucho; y la respuesta europea a la crisis polaca -incluyendo la del Vaticano, especialmente interesado en este caso- es muy distinta a la propuesta por Estados Unidos. En trazos generales, Estados Unidos responde al desafio polaco con un alarde de fuerza y de castigo; Europa -y muy especialmente Alemania Occidental-, con un intento de negociación, con la esperanza de que el golpe se pueda corregir y la creencia de que los militares polacos regresarán a sus cuarteles y dejarán desarrollarse, dentro.de lo posible, el esfuerzo anterior por las libertades y la justicia social, y por la independencia respecto al Estado soviético. Esta diferencia de opciones no es nueva. Es la misma que existe, o ha existido, en casos como el de Afganistán, o en los ya citados de las relaciones con el Tercer Mundo, la situación lat inoamericana o el conjunto de las relaciones con la URSS y el rearme nuclear o neutrónico. En todos los casos, la idea general de Estados Unidos es la aplicación de la fuerza y la elevación de las represalias y las amenazas; y, en todos los casos, la de Europa se centra en la discusión, la negociación, el intento de llegar al fondo de las cuestiones y evitar, sobre todo, el riesgo de guerra, mucho mayor para Europa en cualquier caso. Pero además, quizás ingenuamente, Europa todavía confla más en la razón y en la diplomacia, en un cierto desarrollo de los valores humanos.

En algunos momentos anteriores, la insistencia y la razón europeas han llegado profundamente a la Casa Blanca, y algunos de sus inquilinos se han acomodado a estas ideas: incluso han tomado ellos mismos la iniciativa -como Kennedy-; desde que llegó al poder Reagan, hace ahora un año, todo este laborioso y delicado edificio de una Alianza que toma en consideración más la paz que la guerra se está resquebrajando. Las diferencias en la cuestión de sanciones a la URSS multiplican ya las que se plantearon cuando las sanciones de Carter por la cuestión de Afganistán. Muchos políticos europeos están viendo ahora que toda la acción de Reagan se dirige más a obligar a Europa a seguir su dirección que a otra cosa. Mientras, el propio Reagan acusa a los europeos, en este caso, de quebrar la Alianza con sus ideas personales, limitadas. La oración bien puede volverse por pasiva.

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