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Un paseo fotográfico por todos los cementerios de Barcelona

Presentado un libro y abierta una exposición sobre el tema

Las necrópolis dejan de ser ciudad de los muertos para devenir en una parte más de las urbes modernas. La muerte, como realidad, como mito, como incógnita, ya no es un fantasma espectral de la soledad: poco a poco se ha transformado en un hecho más de nuestra existencia. No deja de ser sintomático que la festividad de todos los Santos este año se haya celebrado de una forma muy distinta: con el ocaso de don Juan Tenorio y con exposiciones, mitad artísticas mitad sociológicas, sobre los cementerios y el mundo de la muerte.Por su importancia en la vida de los humanos, por lo inexplicable de su presencia, por lo doloroso de sus consecuencias, aunque sea en campo ajeno, la muerte y los muertos han llenado el arte y las creencias de la vida cotidiana de todas las civilizaciones. No es preciso ser antropólogo para llegar a la conclusión de que para conocer una determinada cultura es tan importante saber de sus ciudades y modelos de organización social como de sus cementerios y formas de entender la muerte.

Con este propósito, dos conocidas fotógrafos catalanas, Colita (1940) y Pilar Aymerich (1943), dedicaron un año de su trabajo profesional a recorrer los nueve cementerios de Barcelona, los propios de la ciudad y los de las villas agregadas, con el propósito de publicar un libro, eminentemente trágico, que por primera vez documentara exhaustivamente lo que son y lo que han sido los camposantos del llano de Barcelona.

Enorme gracia

Coincidiendo con la presentación de Els cementiris de Barcelona, que así se titula el libro de ambas, y aprovechando las celebraciones dedicadas a los fieles difuntos, propias de noviembre, se ha organizado una exposición de gran interés iconográfico y ambiental en uno de los marcos más inusuales y adecuados de la ciudad: el claustro del museo Marés, de la calle del Conde de Barcelona, anejo a la catedral gótica de la ciudad.La original muestra, que se titula Tots sants. Els cementiris de Barcelona , ha sido presentada mediante eficaces recursos escenográficos, de manera que a través de catorce ampliaciones fotográficas de gran tamaño y más de cuarenta fotografías de formatos más reducidos se nos da una primera aproximación de nuestro arte funerario y de la forma en que hemos rendido culto a nuestros muertos, que, nos guste o no, es ya una parte ineludible de nuestro patrimonio cultural popular.

Con enorme gracia, pese al sentido funambulesco de la ambientación, Isidre Prunés y Montserrat Amenós nos sitúan en un cementerio de cartón-piedra donde toda la iconografía de ultratumba es magnificada de forma que los elementos más característicos y conocidos de las alegorías mortuorias cobren la máxima vida posible y comprendamos el valor de una parte de la ciudad que, por largas décadas, permaneció oculta a los ciudadanos y que ahora despierta un interés realmente inusitado, más allá de la muerte y su crepuscular significación.

Tanto en este montaje, que ha alcanzado un notable éxito, como en el libro recientemente publicado se ha tenido el talento de rehuir lo macabro, lo necrófilo y cuanto pudiese darnos una imagen negra de los cementerios, de manera que visitar la exposición o leer el libro no supone un tormento o un acto de aflicción, sino todo lo contrario: penetrar a través de un ojo inteligente el sugestivo y poético mundo de los cementerios, que, no lo olvidemos, en su configuración actual nacen del romanticismo y siguen manteniendo aquella huella, pese a que ritos y liturgias cargaron de oscurantismo esa parte de nuestra ciudad.

Un libro objeto

El libro, publicado por editorial EDHASA gracias al instinto y a la lucidez de su directora editorial, Marta Pessarrodona, forma un todo en el que imágenes, textos y compaginación andan estrechamente entrelazadas. Casi nos hallamos ante un libro objeto, tinta dorada con letras negras, una cinta de duelo como punto de página; la composición tipográfica sigue el perfil de un ataúd, ornamentos y viñetas extraídos de la rica fantasía lapidaria, de manera que forma y fondo se correspondan con la suficiente mordacidad para que ironía y buen humor anden de la mano y estimulen nuestro recorrido bibliográfico o real.Un poético y lúcido texto de la exquisita escritora mallorquina, radicada en Barcelona, Carme Riera nos aproxima a la idea de la muerte como «valor en crisis» en sus diferentes nociones: la social, la religiosa, la trascendental, la folklórica y la paralela a otros pueblos y continentes. Después de una introducción histórico-filosófica, en la que una vez más se nos recuerda que Eros y Tánatos andan muy juntos y que el ser humano siente un impulso tan fuerte hacia la muerte como hacia el amor, pasa a desglosar, cementerio por cementerio, los nueve capítulos de estos días: el de L'Est, el del Poble, Nou, el de Sant Gervasi, el de Horta, el de Sarriá, el de Sant Andréu, el de Sants, el de Les Corts, la gran necrópolis de Montjuich, conocida como cementerio del suroeste, y el del Norte, racionalizado y expansivo, propio de nuestra época, que, por ser el más moderno, es el que merece menos interés, aunque ofrezca más servicios.

Cada uno de ellos enraizado en su barrio, con su personalidad, en directa dependencia con los niveles sociales, empleando los signos externos que las clases sociales imponen, haciendo uso de abundantes dosie de mal gusto, a través de unos símbolos casi constantes: la figura femenina, arcangelizada en detrimento de la masculina, sólo angelizada; querubines con largas trompetas, surtidores permanentes, cruces y epitafios para todos los gustos y convicciones, calaveras y esqueletos marmóreos, cráneos, lagartos, caracoles, lechuzas, golondrinas, perros y toda la trageografía nacional, pétreas y botánicas floraciones, ornamentada cerrajería, etcétera, en un permanente contraste entre el fasto del panteón y la desnudez de la fosa común, una discriminación que nos acompaña más allá de la vida terrena. Una sugestiva visión fotográfica servida en blanco y negro con toda la dureza de grano, luz y composición que el tema merecía.

La de estos cementerios era otra muerte, acaso más esperpéntica y supersticiosa, pero más individualizada, más cerca del finado y los suyos, porque, como observa Carme Riera, cada día nos morimos más prét-à-porter; sólo la delgada sombra de los cipreses nos acoge en su ascendente proyección vertical, como recordándonos que tiempo y espacio pertenecen a la eternidad.

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