_
_
_
_
TEATRO

Parte del teatro

Cuidado con los zepelines es una obra de teatro sin palabras. Una corriente que parece que empieza a decrecer. Surgió por un complejo de circunstancias sociales, políticas, estéticas. Por una parte, el abuso de la palabra ha sido es brutal en los últimos años: propaganda, multiplicación de impresos, multiplicación de la radio y la televisión -puede ser que un ciudadano de hoy reciba en el día diez veces más cantidad de palabras que el hace un siglo-, lo cual ha conducido a un desgaste: ciertas corrientes han tratado de huir de la palabra para no ser víctimas de su desgaste, de su profanación, de su alud.Por otra parte, en años pasado y no sólo en los regímenes autor tanos, sino en los de la caza de brujas y la guerra fría, la palabra s hizo eminentemente peligrosa perseguida. Hay más: la guerra abierta contra el autor -dramaturgo, escritor de textos y situaciones en favor del director de escena, que va pasando de servir al texto y actor a convertirse en protagonisti auxiliado por la técnica que va de la máquina a la electrónica: efecte especiales, luces, sonidos, nueva escenografía. Y también la fascinación del cine, después de la de la fotografía, que se condensa en la frase absolutamente injusta de que una imagen vale más que mil palabras: depende de qué imagen, depende de qué palabras y depende también de quién reciba ese mensaje.

Cuidado con los zepelines

De Didier Flamand, por la compañía Retour de Gulliver. Intérpretes: Yves Aubert, Patrick Blondel, Jean -Marie Bon, Arnaud Carbonnier, Livio Cafici, Pierre Carrive, Pierre Alain Chapuis, Andree Delair, Philippe du Janerand, Flore Hofmann, Lionel Goldstein, Torn Gres, Daniel Isoppo, Liv Knutsen, Claudette Laurent, Francis Lemonnier, Vincent Marlin, Elisabeth Mortensen, Marie Claude Musso, Jacques Nolot, José Otero, Christine Paolíni, Guilhern Pellegrin, Kira Polonie, Jean Reno, Jean Louis Stanek, Agnes Tiry, Marie Va'g, Jean Valiere. Vestuario de Christine y Françoise Guegan. Dirección de Didier Flamand. Estreno, Teatro Español del Ayuntamiento de Madrid, 5-11-81

Cuidado con los zepelines narra una breve historia y lo hace sin palabras -o las utiliza como sonido: como un idioma inventado per apoyado en algunos vocablos inteligibles-; es la historia de un soldado que muere en la mesa de operaciones y ve pasar las escenas de su infancia en el pueblo, y también las del mundo del negocio, la política, el engranaje social o el orden convenido, por los cuales ha llegado a su muerte en el campo de batalla.

Tomo esta descripción del programa porque, al fin y al cabo, la palabra, el lenguaje, tiene que aparecer por algún sitio: si no se dice en escena, hay que insertarla en el programa.

La historia es tan conocida y tan repetida a lo largo de la historia reciente de la literatura de pacifismo -desde la baronesa de Suttner y Romain Rolland, y Remarque... hasta cualquier película de hoy- que no ofrece ninguna novedad literaria. Lo que se ofrece es, su teatralidad.

Herencia del cine mudo

Didier Flamand, con su compañía Retour de Gulliver, la presenta en 32 breves secuencias, deliberada y explícitamente tomadas del cine mudo (la presencia del ratón Mickey y del vendedor de caramelos del descanso acentúan y justifican esa deliberación, por si no fueran suficientes las escenas de cuadro fijo, las de cámara lenta o las de cámara acelerada, etcétera). Se ha hecho mil veces. Su virtud consiste en la perfección con que lo hace. Por ejemplo, la creación del ambiente en cada escena, rapidísimo y eficaz; los pequeños gags que aparecen de cuando en cuando; la facilidad de mover en escena un elevado número de actores, que son buenos intérpretes; la utilización de luces y sonidos con precisión; la estética del vestuario; la rapidez de las secuencias y, por tanto, el ritmo del espectáculo. Todo ello se ve con mucho interés, tiene momentos de alguna emoción y constituye un buen espectáculo. Pero no puede dejar de pensarse que es sólo una parte del teatro: la parte que el oficio y la técnica han puesto al servicio de otra cosa -el texto, el diálogo del actor, el actor mismo- que aquí no existe. Queda la sensación grata de que esta parte del teatro está muy bien hecha, muy bien realizada.Para el público fue suficiente y aplaudió con vehemencia. La merecen el buen oficio del director, los actores y todos sus auxiliares. Es una obra maestra del arte secundarlo del teatro.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_