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Oviedo, al día siguiente

Lo mejor en las grandes novelas de Palacio Valdés está en los reportajes interiores, digresión del relato, sí, pero hoy, sin duda, más interesantes que el relato mismo. En el primer capítulo de Marta y María se nos presenta a una multitud que está en la plaza de Avilés escuchando bajo la lluvia, en total silencio, el aria de La Traviata cantada en el salón de la casa-palacio, viajera a través del balcón abierto.El ladrido de todos los perros de la villa, excitados por la travesura imitativa de un golfillo, da al traste con el gozo y con el silencio. Pues bien: de algo parecido he gozado en Oviedo, en la mañana de su domingo. En el paseo del Bombe, del campo de San Francisco, se apañaba una verdadera multitud, protegida con paraguas y mejor aún por la generosa frondosidad de los árboles que alegres por el fin de la sequía -«algo que es tierra en nuestra carne, siente la humedad del jardín como un halago», cantó Machado-, eran espacioso cuenco.

Un capítulo de cultura popular

No estaba la banda en el quiosco, sino un piano, varios micrófonos y ¡un tenor! No ladraron los perros, se escondieron los pavos reales y sólo quebraba el silencio los burbujeos de algún niño en su cochecito. Silencio tenso y entusiasmo tras de cada pieza, con un gritador bravo a cargo de Arturo Buylla. Merecía la pena oír al tenor Joaquín Pixán: cuando suelten sus amarras los agudos, tendremos una de las voces más bellas de tenor que, por el temperamento, por la finura de la voz media, por la capacidad de filar, es lo más parecido a Miguel Fleta.

Yo no sé si es la vez primera que cantaba un tenor allí y así; para mí sí lo es, y estreno también de un nuevo tipo de público: habría muchos, ya lo creo, de la temporada de ópera, pero esto es lo más lejano de esas noches, si bien puede ser preparación y aguijón para ellas. Tengo el recuerdo de algo parecido: la plaza de la Scala de Milán, atestada para seguir a través de altavoces la Novena sinfonía de Guilini. Parecido, pero con matices que deben destacarse, porque se trata de un capítulo de auténtica cultura popular. Por una parte, el tenor: una vez más hemos de recordar, de remachar, esa capacidad de la voz humana en trance para entusiasmar al más alejado de los conciertos. A lo mejor, alguno o varios de los asistentes no conocían las canciones de Falla. Segundo: dentro de la moda del género folk, toda una parte bien cantada de canciones asturianas -esas canciones, húmedas de tierra abierta a la lluvia, polo distinto y de atracción frente a lo andaluz- era también un capítulo de cultura popular.

Eso, en domingo, fue singular continuación de la apoteosis del día anterior en tomo al Príncipe de Asturias en su primer discurso, al entregar los premios de la Fundación Principado de Asturias. Hubo coros en el acto y en el programa, junto a las canciones asturianas, Victoria, Brahms y Brückner. En la calle, en todas las calles del trayecto y frente al hotel, grupos de canciones y danzas. Que algo en apariencia trivial -Asturias, patria querida-, al ser cantado Ientamente por todos, se convierta en himno no sería posible si la región, como tal región, no cantara. Me dio pena que muchos de los miembros de los jurados no estuvieran ya: la víspera, antes y después del banquete, protocolario en exceso, hubo una tertulia, varias tertulias, imposibles sin el cariño y el tino de la fundación, porque sólo llamando a todos los miembros se logró la gran tertulia de sabios, de escritores, de músicos, de pintores y de poetas. Y daba gloria pasar de Grande Cobián a Antonio Gala, de Laín a Hierro.Asturias como modelo

Jesús López Cobos, donante de su millón del premio para concursos entre instrumentistas de orquesta, es ya hijo adoptivo de Asturias: él mismo, cuando quiere saber una fecha concreta de su calendario de conciertos, se remite a los apuntes de sus entusiastas.

Total: que Asturias puede ser modelo como auténtico grupo de presión, como estímulo, como ejemplo de obra bien hecha. Ha te nido un gran premio que, de alguna manera, es también musical: oír una voz de niño de coro, cercana ya a la muda que tiene exigida desde la corbata, voz de príncipe que inaugura presidencia y discurso.

Con la canción hecha himno nace un nuevo capítulo y político de la cultura popular: el capítulo de la Patria viajera, esbozada muy bellamente por Pérez de Ayala. Es justo recordar que el discurso más españolista de Cambó lo dijo en Asturias al inaugurar, como ministro del Gobierno nacional de Antonio Maura, el tramo electrificado de Pajares. La Patria viajera: ya la definirán los sociólogos de los Cuadernos del Norte.

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