Un hombre que se lanzó a fondo
Por encima de la relación basculante entre amor y odio que las vanguardias artísticas de nuestro siglo han mantenido frente al mercado, resulta hoy indudable el papel jugado por ciertos galeristas en el desarrollo de la comprensión y difusión de esos nuevos derroteros de la plástica. Ahí están si no para demostrarlo los nombres míticos de un Vollard o un Kanwheller.El 6 de diciembre de 1945, Aimé y Marguerite Maeght abrían las puertas de su galería de la Rue Teherán, en un París que trataba de reorganizar sus fuerzas artísticas tras los años de dispersión que la guerra había impuesto. La intención de los Maeght era la de alinear su empresa con aquellas que preferían apostar por la línea más viva de la pintura, aquella que había hecho del París de la preguerra capital de muchas revoluciones artísticas. Así lo demuestra la elección de Matisse para la inauguración de la galería, en la que se reunían lienzos realizados durante el período bélico.
El período de 36 años transcurridos hasta este hoy de la muerte no ha hecho sino convertir la em presa de Maeght en una de las más fuertes del mercado europeo. Y no tanto porque en su historial se cuente con exposiciones míticas (como la Muestra Internacional del Surrealismo que en 1947 organizaron Breton y, Duchamp, o en las sucesivas retrospectivas Kan dinsky de los cincuenta), sino sobre todo porque entre los artistas de la casa se han contado, año tras ano, muchos de los nombres más importantes de la historia artística de nuestro siglo: Braque, Miró, Calder, Giacometti, Tápies, Chillida.
Junto a esa faceta de galerista, es preciso destacar en Aimé Maeght otra, no menor, que le liga al mundo de las ediciones desde sus orígenes de diseñador litográfico. Y este campo de la edición se abriría también con Matisse, a quien Maeght consagró, en 1944, el libro Miroirs profoiids, primero de la colección Pierre  Feu. A las ediciones numeradas de volúmenes ide obra crácica, segu Irán, desde muy pronto, los cuadernos periódicos Derriere le Miroir, en un intento de hacer más estrecha y frecuente la relación entre los pintores y los escritores más brillantes del momento. Así, se irá incorporando sucesivamente un palmarés que incluía a Eluard, Aragon, Lelris, Prevert, Sartre o Becket, en una lista que, aún hoy, permanece abierta.
Pero lo que coronó el emporio Maeght, que ahora extiende sus
salas de exposición a Zurich y Barcelona, fue la cicación, en Sant Paul de Vence, de la fundación que lleva su nombre. Inaugurada el 28 de julio de 1964 el complejo ideado por Sert se enriquecía con el aporte de los artistas que eiicontraban allí un lugar de trabajo y de proyección. Así, mosaicos de Chagall, vidrieras de Braque, un patio de Glacometti o un laberinto de Miró se ensamblan en lo que Malraux, entonces ministro de Asuntos Culturales, definió como «un universo en el que el arte moderno puede encontrar su lugar y ese transmundo que antes llamábamos lo sobrenatural». Y ese universo queda desde hoy fatalmente convertido en monumento a la memoria de Aimé Maeght, expresión de esa cualidad que Miró destacaba entre todas al referirse a él: «La de lanzarse a fondo».
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