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Corín Tellado

Cuando sólo venía Borges por aquí, como perdido en su ceguera, ciego en su perdidumbre, preguntaba siempre y únicamente por Cansinos-Asséns, de quien había de deducir, siquiera por la cronología, que estaba muerto:-¿Qué le parece el Nobel a Juan Ramón, maestro?

-Bien, bien, pero ¿y Cansinos?

Qué le parece el Nobel a Aleixandre, maestro?

-Bien, bien, pero ¿y Cansinos?

Naturalmente, y concéntrico a su gran aprecio por Cansinos (muy justo), lo que había -y, hay,- en Borges era un desprecio por toda la literatura española viva y muerta. Luego, cuando han venido los posteriores, como ya no conocieron a Cansinos, han tenido que echarse en el regazo asturiano y sentimental de Corín Tellado. Es, tanto como la curiosidad por una novelista muy consumida en América, la manera de ignorar toda la literatura española, sobre la que existe un complejo amor/odio sólo comparable al nuestro por la suya: da alipori (según la palabra inventada por D'Ors) leer la salutación de Leopoldo Alas a Rubén. No entendió nada, porque Alas estaba en Campoamor y Salvador Rueda. Si lo de Clarín era provincianismo asturiano, lo de los hispanoamericanos es provincianismo cósmico. Ya comprendo que los latinoches no van a defender a los escritores españoles de su generación y, siguientes, entre las que está la mía. Todo lo más, consienten en tomarse con ellos un cubata en Barcelona (Madrid sería prostituirse demasiado). Y entiendo asimismo esta actitud, pues que casi todos los escritores españoles han tomado, hemos tomado del boom.

Lo que no comprendo es que Vargas Llosa, en su abundante e insuficiente ensayo sobre García-Márquez, no le haya encontrado al genial colombiano una sola influencia española (se las encuentra hasta finlandesas). Pero ahora leemos los tomos de artículos -bellísimos- publicados por García-Márquez cuando periodista, y ahí está la referencia expresa a Ramón Gómez de la Serna. Pueden encontrarse otras muchas notaciones españolas en sus citas y, desde luego, en su estilo. Son unos artículos simétricamente pares de los que hizo aquí Ramón antes de la guerra, y Ruano después de la guerra. Entre el otoño del patriarca imperial español y los millones de hombres que hablaremos inglés, como previera Rubén (mucho menos sadicoanalizado en el tema de España), los escritores de la América que escribe castellano se han quedado a mitad de camino: piensan en anglosajón y escriben en español, o quizá a la inversa, en un plano más profundo. Indecisión esencial, desgarramiento continental que sólo ha salvado una docena de hombres, entre prosistas y poetas. Una docena de genios. Si Dámaso Alonso va a Perú y se interesa tan sólo por el último guionista de la radio, pueden pensar allí que Dámaso tiene demasiados años y entregárselo directamente a los cuervos (no sé si en Perú hay cuervos, como los latinoches ignoran si en España hay escritores). El esnobismo Corín Tellado, tan justificado, es una astucia meteca para ignorar/insultar a los viejos maestros españoles, como Guilién o el citado Dámaso, y entre los que hay premios Nobel. Pero todo esto sería chisme literario si no fuese algo peor: una radical voluntad de desentendimiento entre dos bloques culturales recorridos por el mismo idioma. Cuando el resurgimiento de la Atlántida tercermundista y revolucionaria de América se está haciendo en castellano, los maestros del castellano de América sólo se interesan por Corín Tellado.

Ni siquiera es un descubrimiento ingenioso. Nuestros intelectuales, desde Amorós a Plans, han escrito sobre el caso Corín Tellado hace veinte años. La literatura es sólo el resto de las cosas. La vida es lo que hay que salvar en América (y quizá en España). Pero ellos están por Corín.

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