Congreso de escritores en Caracas
Se cumplen ahora dos años de la celebración en Las Palmas de Gran Canaria del I Congreso internacional de Escritores de Lengua Española. Aquella reunión se fraguó como punto de partida, línea de marcha para reunir en un tiempo común el recuerdo del congreso de escritores antifascistas que se celebró -en 1937- en la España republicana y leal. Ese era uno de los objetivos de los escritores organizadores del encuentro: que en un punto geográfico común a España y a América se iniciara un camino serio que, hasta entonces, había sido ocupado por la desidia retórica, el histórico y repetido malentendido y las pocas ganas de hacerlo bien que evidenciaban las torpes políticas oficiales.El problema estaba sobre el tapete. No había por ello que renunciar a la obra individual. Pero por parte de los escritores de las nuevas generaciones, los que van a llegar en plena madurez intelectual y creativa a la irrepetible fecha de 1992, el reto se extendía a una acción colectiva: había de provocarse la construcción de unos verdaderos cimientos colectivos entre América Latina y España a través de sus escritores, de manera que quedara finiquitada la etapa de las relaciones retóricas entre nuestros pueblos y nuestras culturas.
Voluntad intelectual
Aunque parezca extraño, la idea de la celebración de aquel congreso internacional partió de la voluntad intelectual de unos cuantos escritores insertados en las mismas obsesivas coordenadas: Carlos Barral, Arturo Azuela, Caballero Bonald, José Esteban, Alfonso Armas y quien esto escribe. Para planificar la locura intercambiamos mil veces el proyecto, nos entrevistamos con varios políticos que acogieron -con distinto mohín- las posibilidades del encuentro. A fuer de memoria justiciera, habría que citar las positivas excepciones de Alejandro Castro, Eduardo Ballester, Manuel Prado Colón de Carvajal, José María Moro y Fernando Castedo, que incondicionalmente pusieron las bases económicas de la Administración para que el proyecto se convirtiera en realidad y saliera a flote con todas sus implicaciones y consecuencias.
Ya se sabe que un pensamiento ambicioso -cuando lo es de verdad- genera, en el lado opuesto, el resquemor, la reticencia y el sentimiento retorcido de la envidia, inveterada costumbre de quienes suponen que todos son de su condición y que hemos de ser medidos, incluso en el juicio de intenciones, por el mismo mezquino rasero. No había que extrañarse entonces. Algunos trataron de desprestigiar el proyecto, a fin de que no pudiera celebrarse en las condiciones exigibles. No se dudó en argumentar, por ejemplo, que aquel congreso a celebrar en Canarias escondía un objetivo político que, naturalmente, patrocinaba el partido en el poder en España. Intuían, sin margen de error ni reflexión alguna, que existía una operación encubierta de entretenimiento de los verdaderos problemas del archipiélago canario y que el congreso era la punta de lanza ideada por múltiples caínes para evitar la posibilidad de un soñado congreso de cultura canaria que, a decir de los profetillas, de salón, estaba a la vuelta de la esquina. Una esquina, por lo visto, que se ha vuelto interminable.
Romper barreras históricas
Algunos llegaron a pensar, aquí y allá, que aquella reunión de Canarias era la primera y la última que habría de celebrarse. La fecha de la celebración del II Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española ya está confirmada. Tal como se decidió en la reunión de Las Palmas, el encuentro tendrá lugar en octubre, en Caracas, entre los días 19 y 23.
En Caracas volverá a llevarse a cabo el intento de romper las barreras históricas entre los escritores latinoamericanos y los españoles. Conviene ahora recordar, para los aninésicos y las intrigantes avecillas del aire, que la experiencia de Las Palmas -con todos sus errores e inconsecuencias asumidas- ha servido de mucho a los organizadores de Caracas. Quiero decir con esto, por si aún cabe alguna duda, que Caracas no habría tenido razón de ser sin Las Palmas; o, dicho de otro modo, sin la reunión de Las Palmas, la de Caracas no sería la misma cosa. No se conocerían, como ahora se conocen, escritores e intelectuales de una misma lengua.
No se trenzarían aún más nuestras relaciones personales y colectivas. No estaríamos en las mismas condiciones de intercambiar proyectos y locuras que, aunque mentira parezca, surgen de estas reuniones de escritores. José Ramón Medina, Luis Britto, Manuel Alfredo Rodríguez, David Alizo, Luis Pastori -hoy, ministro de Cultura venezolano-, Guillermo Morón, Uslar Prieti, Miguel Otero Silva, Denzil Romero, Adriano González León, Salvador Garmendía, toda la plana mayor de la literatura venezolana contemporánea, ha comprendido que la idea matriz de estas reuniones está alumbrando un embrión de definitiva hermandad, de entendimiento mutuo y firme entre los escritores españoles y latinoamericanos.
Aportación de la lengua española
Seis puntos fundamentales componen el temario del congreso caraqueño: aportación de la cultura de lengua española a la cultura universal, identidad de la cultura hispanoamericana, instituciones y mecanismos de la cultura (universidades, editoriales, ateneos, talleres, instituciones diversas), orientación y formas de la literatura en lengua española, responsabilidad y situación del escritor en la sociedad contemporánea y televisión, radio y cine como reto a la escritura. Guillermo Morón ha venido a Madrid a explicar a los medios informativos la importancia de la celebración de este congreso que, siempre siguiendo los malos agüeros, no habría de celebrarse.
Volverán, pues, a encontrarse los escritores de la lengua en Caracas, en el próximo mes de octubre, en olor de discusión y honesta controversia. Volverán los escritores a poner sobre el tapete las carencias de nuestra profesión y las asperezas que aún han de limarse para adquirir la madurez necesaria con vistas a la fecha capital de 1992, cita histórica que no tendrá repetición. Volverán los escritores grandes y pequeños, maduros y jóvenes, arrojados y comedidos, ilusionados y taciturnos, astutos y habladores, a cruzar sus dialécticas armas literarias, a establecer de nuevo un diálogo que nos es más necesario que nunca para erradicar de nuestros ámbitos culturales la incomunicación y el proviincianismo que nos inunda.
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