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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La cultura no es para sufrir

José Tamayo ha reconstituido su antigua dirección de La cena del rey, Baltasar, de Pedro Calderón de la Barca. Han pasado treinta años: entonces eran otros tiempos, otro teatro; casi, otro país. Había, entonces, una grandilocuencia, un énfasis, un subrayado de los valores espirituales -de ciertos valores espirituales- que representaba lo que se llamó nacionalcatolicismo.Tamayo respondió a la estética de la época; incluso fue moderno para la época, con unos figurines audaces de Víctor María Cortezo, con una partitura de inflexiones nuevas hechas por Manuel Parada, con algunas roturas de planos que no siempre obedecían a la regla de oro de la simetría. Lo queentonces fue moderno, hoy es irremediablemente antiguo. Los figurines resultan arrevistados (como en las revistas de Celia Gámez), y lo mismo le pasa a la música de Parada (contrasta con los fragmentos contemporáneos de Moreno-Buendía, con el neoclasicismo del Tantum ergo, de Falla). Hay como una mezcla mal lograda de frivolidad y de solemnidad.

La cena del rey Baltasar, auto sacramental alegórico de Calderón de la Barca

Música de Falla, Parada y Moreno Buendía. Intérpretes: José María Rodero, Juan Ribó, Alfonso Goda, Marisa de Leza, Amparo Pamplona, Charo Soriano, Francisco Grijalbo. Coro de la Agrupación Clásica de Madrid. Danza del Ballet Clásico. Vestuario de Víctor María Cortezo. Dirección: José Tamayo. Patrocinado por la Dirección General de Música Y Teatro, Teatros Nacionales y Festivales de España del Ministerio de Cultura.Estreno: Real Basílica de San Francisco el Grande, 21-5- 1981

El texto aburre

El texto aburre. La historia del rey Baltasar de Babilonia, desposado con la idolatría y con la vanidad, rondado por la muerte, advertido por el profeta Daniel, condenado por las palabras en el muro -mane, thecel, phares- y muerto sin arrepentimiento, llega difícilmente en los versos mal escandidos por los actores, con la palabra que rebota en los altavoces y devuelve un eco que la embarulla, con micrófonos que metalizan las voces y las privan de los matices de la prosa, hasta un público aterido en la enorme basílica de San Francisco el Grande, herido en los riñones por la madera de las sillas y sólo dispuesto a estar atento a lo que ve y oye por la cuestión de la cultura. Una palabra que habría que revisar, y que en ningún caso debería ser equiparada al sufrimiento.

En páginas 1, 4 y 5 del suplemento de ARTES de este número se conmemora el tercer centenario del nacimiento de Calderón de la Barca.

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