Menos se perdió en Cuba
Esto ha empezado mal, muy mal, tremendamente mal. Escasos centenares de personas acudieron en la pasada noche del sábado a escuchar a Juan Carlos Calderón y Gloria Gaynor en el Palacio de los Deportes. En la noche del domingo se confirmó el desastre; tan sólo unos doscientos espectadores se presentaron ante Alberto Cortez y Bobby Vinton.Frente al desolador aspecto que ofrecía el recinto, cantó Alberto Cortez con sumo esmero, cálida y generosamente. Hace primero entrega de sus últimos temas, deteniéndose luego en los de ayer, a la sombra de míticas palmeras. Y logra el milagro de que un puñado de personas reaccione como una multitud, con agradecimiento infinito en los aplausos y en los gritos.El intérprete nos declara al término de tan extraño recital: «No sé con exactitud a nué se debe este enorme vacío. Puede decirse que la noche es invernal y que sólo nos falta la nieve. También es cierto que Madrid ha vivido una semana trágica. No es menos verdadero que la perspectiva de un lunes la boral frena las salidas. Cabe aña dor que mi popularidad en España no es la misma que hace unos años. Por otra parte, a mi compañero casi nadie le conoce ... ». Y matiza lo adversativo: «Algo ha funcionado mal. Para nadie es un secreto que, en estos tiempos, cuando se decide llenar un local se llena. Estos recitales están teniendo una pésima publicidad, no se ven carteles por las calles, no son anunciados por televisión... Para colmo, los propios intérpretes estamos despistados. Yo no me enteré hasta la noche del sábado de que mi actuación era para el día siguiente. Es una lástima que estas fiestas prometedoras terminen siendo nada».
Contra la nada salió a luchar el inefable Bobby Vinton. Su primera actuación en España ha sido de campeonato. Observa el vacío circundante Bobby Vinton ha visto claro que no está en Las Vegas, que aquí no rivaliza con sus allegados -Dean Martin o Sinatra-, que es preciso enfrentarse a la gran tempestad del desconocimiento pleno. Y, en vez de mosquearse, embiste con furiosa desmesura.
Toca mil instrumentos. Balancea peligrosamente las caderas. Baila sin control. Baja al foso e instala allí su trono, sobre las sillas. La orquesta suena de miedo. El canta como quiere. Da, además, besos a granel, consigue que una viejecita baile, que un empleado del Palacio de los Deportes cante desmelenadamente, que aquello se convierta en un maravilloso follón. Y da bastante pena que tan pocas personas sean testigos de esto.
Pero abunda el rubor de ser tan pocos. Una moza comenta en plan directo: «Ha sido bochornoso. Para eso, que en las próximas fiestas contraten a esta gente sólo para el alcalde y los concejales. Aunque la cosa está fea, porque el alcalde se ha pasado al rock. A este paso, yo me meto a monja». Uno de sus acompañantes intentó consolarla: «No te pongas así, chavala, que menos se perdió en Cuba»
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