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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Piratas de la Constitución

EN EL FONDO de todo asaltante del poder hay una turbia conciencia de delincuente que trata de encubrir fabricándose una legalidad a su medida: nunca basta, a la larga, con la retórica de urgencia, con la fraseología seudopatriótica del manual del salvador de patrias. No ha faltado Pinochet a la ley general de la aspiración del pirata al ennoblecimiento, y a los siete años de su golpe asume el cargo de presidente constitucional, mediante una Constitución elaborada por él mismo o por sus amanuenses y promulgada por un referéndum que, a pesar de haber sido prefabricado y ejercido con presiones, no dio el resultado apetecido por el totalitarismo dominante, lo cual no ha sido obstáculo para que continúe su camino.Desde que una serie de acontecimientos y filosofías afloraran en el siglo XVIII, y tras muchos avatares posteriores, se ha llegado a la idea básica de que lo único respetable para cualquier poder es la sanción de la mayoría democrática del país, la «voluntad del pueblo. soberano». Así, estos violadores o estos terroristas de Estado no vacilan en utilizar su nomenclatura, y pueden llamar «Constitución» a lo que es simplemente un decreto o una orden cuartelera, y elecciones, a un referéndum forzado. Aún así, la desconfianza y el miedo persisten, y aun cuando la «Constitución» rehúye toda verdadera posibilidad de penetración democrática, el nuevo presidente a la fuerza sigue manteniendo el estado de sitio para poder escamotear incluso el articulado de su texto. En el discurso de toma de posesión se excluye a los sindicatos -las «oligarquías gremiales»- y se advierte ya que en los ocho años venideros -el tiempo del mandato constitucional- no habrá partidos políticos en el país. Y no sólo los denominados marxistas, a los que directamente ataca Pinochet, sino todos los demás: incluidos los supuestamente centristas, como la Democracia Cristiana, de Eduardo Frei, que manipularon, obstruyeron, desmontaron la democracia real de Salvador Allende y excitaron a la rebelión armada contra un «caos» que ellos mismos estaban creando; los que aplaudieron los primeros golpes fallidos -el «tancazo»- y dieron concierto a las marchas de las cacerolas, al desabastecimiento por la retirada de sus medios de transporte y a las consignas fascistas por sus emisoras de radio y sus periódicos. Fueron ahogados, aunque no en su propia sangre, como los de los otros partidos, y vagan ahora como fantasmas del exilio interior y exterior. Problemas eternos de los aprendices de brujo. La derecha ha tenido siempre sus Kerenskis; sus Dollfuss, que luego son arrojados por la ventana cuando ya no son necesarios, o sus Hindenburg, que mueren de vergüenza. Pero siempre se enteran demasiado tarde. Pinochet irradia ya su grandeza constitucional y espera el respeto; como Viola, que ya va a ser recibido por Reagan en Washington antes de ser elegido en Argentina.

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