El Rey
Antes de la guerra civil relámpago del Congreso, mucho antes, uno tiene escrito que, cuando los españoles creíamos merecernos algo mejor que un rey, resulta que tenemos un Rey que no nos merecemos.Todavía está cercano el reportaje reticente de la BBC, que presentaba a Don Juan Carlos como Rey de una España de burros engualdrajados, sabios ágrafos de manta y carruajes del XVIII con los embajadores. Las democracias esas tan nombradas han estado lentas en manifestarse contra el golpe a la democracia. Lentas y chamberlenianas. Como los obispos y como Haig, virrey del Atlántico (OTAN), que ha dicho que era cosa nuestra, interna. ¿Pues no se habían inventado el invento para patrullar la democracia en la zona? En estos años de transición, el pueblo no ha entendido a nuestro Rey mucho más que los vistosos paletos bífidamente filmados por la BBC. Y en cuanto a las elites, las minorías, los intelectuales, los mods y la izquierda recreativa, parece que encontraban poco intelectual eso de tener un Rey. Han acudido anualmente al cóctel/Cervantes de La Zarzuela, en torno de Borges, Carpentier, Gerardo, echándose reojos unos a otros. «Hombre, ahí está Buero, que va de íntegro: ya podemos dejarnos retratar tranquilos, Martirio«. Sólo unos cuantos republicanos de familia y de sangre nos hemos atrevido, desde que el Rey se aclaró políticamente, a decir quién era este hombre y por qué estábamos con él.
El otro día, el maestro Aranguren ha publicado aquí un esclarecedor artículo sobre el Rey, donde ha tenido el buen gusto de citarme (yo creo que citarme siempre queda de buen gusto, aunque sea para mal), de aludir a algunas frases mías sobre el Rey e incluso sobre la Reina. Conozco la larga gestación de ese artículo, que no nace en absoluto de la reacción anti/Tejero, sino que el caso Tejero, potencia el artículo como actualidad.
Aranguren viene a resumirse en que «la democracia es cosa nuestra». Exactamente, porque aquí hemos pasado de la reticencia intelectual o menestral ante la exótica figura de un Rey, después de medio siglo sin tal, a la entrega absoluta en sus brazos. El nos ha salvado, él ha salvado la democracia, él se ha salvado a sí mismo. Ya tenemos un padre, un César, esa cosa freudiana que los españoles buscamos siempre para que piense por nosotros. Caer masivamente en brazos del Rey, más que gratitud sería, digamos, una forma democrática de franquismo, entendido esto más allá de Franco, como proclividad niñoide de este país a los padres providenciales. Antes pasábamos de democracia porque no nos casaba bien con la Corona, y ahora pasamos porque ya está la Corona para hacer democracia. Sólo curados de ambos espantos seremos buenos demócratas. Ignacio Fontes, gran periodista y buen prosista, publica sus Cuentos del amor a la lumbre, donde explica previamente: «Se ha dicho muchas veces que sólo hay dos o tres argumentos literarios, que se multiplican según la forma de contarlos». Pues eso es: sólo hay dos o tres formas de hacer política: mandando o gobernando o matando. Pero la combinatoria de estas escasas fórmulas es infinita, y ahora ha dado en España la feliz y rara flor de una Monarquía democrática o una democracia coronada en que la estilización de Máximo puede hasta soñar un monumento de los republicanos a su Rey.
Román Gubern me envía la revista Análisi, de Barcelona, gran publicación cultural en catalán, tan al día en sus temas como lo están siempre los catalanes. Es uno de tantos frutos como viene dando la pluralidad cultural de España, entorpecida por irascibles de-uno-u-otro-signo, negada por quienes van de únicos. Este Rey sueña una democracia así de ancha, pero aquí confundimos anchura con vacío y una de nuestras tradiciones barrocas es el horror al vacío. El horror como barroquismo da el esperpento: Los cuernos de Don Friolera en las Cortes. Contra eso, un hombre nada barroco que además, casualmente, es Rey.
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