La revolucion sandinista se siente asediada al iniciarse la "era Reagan"
El Gobierno sandinista de Nicaragua ha declarado 1981 año de la defensa. Sus líderes más destacados enfatizan acerca de las amenazas exteriores que acechan a la revolución, y por todo el país se levantan banderines de enganche para las milicias populares. Detrás de esta intensísima campaña de rearme parece encontrarse la sombra de Ronald Reagan, no tanto por el temor a una agresión directa como por el aliento que su política puede dar a los sectores más reaccionarios del país, y concretamente en a los guardias somocistas que viven al otro lado de la frontera con Honduras.Los dos diarios oficialistas de la capital hacen constantes llamamientos a la población para que se encuadre en las milicias populares, que, según algunos cálculos, pueden llegar a movilizar por encima de las 200.000 personas. El comandante Bayardo Arce, responsable político del Frente Sandinista, ha declarado que «este año estará lleno de agresiones de toda índole y por eso estamos disponiéndonos a enfrentar esas circunstancias con todas las fuerzas».
Seis campos de entrenamiento van a ser habilitados en Managua para los milicianos, que deben aportar su uniforme y las botas. El régimen de entrenamiento comprende enseñanzas teóricas durante dos horas semanales, y prácticas de tiro un sábado y domingo cada mes. El alistamiento y la organización de las milicias no va a depender del Ministerio de Defensa, sino de las organizaciones juveniles y sindicales sandinistas.
Especial atención va a dedicarse a los estudiantes. El comandante Carlos Carrión, miembro de la Dirección Nacional de la Juventud Sandinista, ha manifestado que en cada centro de estudios se pretende crear una columna de 120 hombres. Carrión ha puntualizado que las milicias no son obligatorias, para añadir que quien ingresa en ellas «demuestra ser un patriota y un revolucionario que ama a su patria».-
Incursiones somocistas
El peligro de la guardia somocista que se esgrime en Managua no es, dicen, algo hipotético, ya que el año pasado sus incursiones en territorio nicaragüense causaron más de cien muertos. Desde el triunfo de Reagan parece haberse detectado una inusitada actividad en sus campamentos hondureños.
Con todo, los sandinistas reconocen que la mayor amenaza puede derivarse de una eventual internacionalización del conflicto salvadoreño. El viceministro de Asuntos Exteriores, Jacinto Suárez, declaraba a EL PAIS que tras las acusaciones lanzadas por Estados Unidos contra Nicaragua «puede existir el propósito de justificar futuras agresiones, sobre todo posibles medidas de bloqueo económico».
Los dirigentes nicaragüenses puntualizan que, por su parte, no existen propósitos intervencionistas, que se trata sólo de un programa defensivo. «La mejor guerra que podemos ganar», dice Bayardo Arce, «es la que no tengamos, pero en ningún momento rehuiríamos una guerilla para defender nuestra revolución hasta sus últimas consecuencias».
El rearme de Nicaragua va a costar un tremendo esfuerzo económico, como ha admitido públicamente el viceministro del Interior, José Valdivia. No hay datos oficiales sobre la distribución del gasto público, pero algunos sectores críticos creen que un 30% del presupuesto de este año se destinará a la defensa. Se insiste en que es el precio para salvar la revolución. Bayardo Arce ha sido explícito al respecto: «Estamos fortaleciendo nuestra defensa, aunque los burgueses se quejen, porque con las armas botamos a Somoza y con las armas vamos a mantener y defender hasta el último hálito de vida esta revolución ».
Estudiantes para recoger la cosecha
Junto al énfasis en la defensa, los sandinistas han puesto también el acento en que este año debe ser el de la productividad: aumentar la producción es una forma más de defender la revolución. Los salarios permanecerán congelados -mil dólares (unas 80.000 pesetas) es el techo, incluso para los cargos más altos de la Administración pública-, en tanto que los precios se disparan por encima del 50% en los productos básicos. El Gobierno trata de frenar así el consumo interno para poder exportar más, aun a riesgo de la impopularidad que le está acarreando. Esta políti ca estabilizadora ha sido elogiada, sin embargo, por técnicos de las Naciones Unidas que han visitado el país.
«El Gobierno está llevando a cabo un programa económico realista», opinaba uno de estos técnicos, «con una atención prioritaria a los sectores agropecuarios y en un marco de austeridad que es imprescindible mantener dos años más para superar Ics efectos de la guerra y la descapi.alización que produjo el régimen de Somoza».
Aunque la renegociación de la deuda exterior se está realizando en términos favorables -créditos a cuarenta añgs con bajo interés-, la balanza de pagos es aún fuertemente deficitaria: exportaciones de seiscientos millones de dólares frente a unas importaciones cercanas a los mil millones. Si se suma a esto una deuda exterior de unos 2.200 millones de délares (176.000 millones de pesetas), es lógico que el Gobierno no haya tenido otra salida que restringir al máximo las importaciones de consumo.
Como una válvula de escape al consumismo de las clases altas, el Gobierno ha tolerado un mercado negro de dólares, donde la moneda norteamericaria alcanza cotizaciones que duplican el cambio oficial. El presidente del Banco Central, Alfredo Alaniz, ha explicado que este mecanismo permite a la alta burguesía satisfacer sus apetencias suntuarias, aunque a precios muy altos.
La necesidad de aumentar las exportaciones ha dado pie a campañas propagandísticas bastante desacertadas, como la que trata de reducir el consumo interno de azúcar, culpándole de las caries. Los nicaragüenses de a pie opinan: « Si antes no se nos estropeaban los dientes, ¿por qué se nos van a estropear ahora? Si lo que tratan es de frenar el consumo, que lo digan abiertamente, que no nos engañen».
A pesar de las dificultades financieras que tiene el país, los técnicos internacionales mencionados coinciden en que Nicaragua tiene recursos suficientes para salir a flote. Estos técnicos admiten que la producción se encuentra ya niveles similares a los que tuvo antes de la guerra, y los índices de cre cimiento están entre los más eleva dos de América Latina. «El problema está», opinan, «en saber hasta cuándo puede mantenerse esta política de austeridad sin un alto costo político ».
Un índice de que la producción, en este caso la agrícola, ha remontado de forma notable es que por primera vez desde el triunfo sandi nista hay déficit de mano de obra para recoger la cosecha. El Gobierno ha tenido que obligar a los estudiantes a trasladarse a lo campos de algodón y café bajo condiciones de auténtica emergencia nacional.
Incluso los sectores más críticos aceptan que los objetivos de crecimiento económico se están cumpliendo. Su disconformidad se dirige hacia el modelo económico, a su juicio abiertamente socialista, que defiende la Junta. «Quieren acabar con la empresa privada», dice un industrial, «pero no lo van a hacer por un decreto de nacionalización, sino utilizando medios financieros, ahora que la banca es suya».
El campo en manos privadas
Los responsables económicos del Gobierno admiten que la empresa privada esté atravesando por una etapa de dificultades financieras, «pero son las mismas», añaden, «que padece el sector público. Si hay escasez de divisas, la hay para todos».
Como muestra de buena voluntad hacia el sector privado, el Gobierno nicaragüense subraya que en ningún caso se ha negado a reducir impuestos a cambio de inversiones.
La acusación de que el Gobierno sandinista pretende acabar con la empresa privada no parece tener confirmación en los datos reales, incluso en los que maneja el emba jador norteamericano, Lawrence Pezzullo, cuya confirmación en el cargo ha sido bien recibida por las autoridades. El representante estadounidense da como válido que el 60% de la producción nacional está en manos privadas, pese a que el Estado ha nacionalizado sectores de tanto peso como la mineria, la pesca, la banca y el comercio exterior.
En entrevista concedida a EL PAIS, Pezzullo reconoció que el porcentaje de producción privada es aún mayor en el sector agrario y que supera el 80% en cultivos como el algodón, la caña y el café.
Resulta curioso constatar que el proceso socializador de la economía nicaragüense no parece preocupar en exceso al embajador norteamericano. «No nos preocupa», dice, «que los nicaragüenses quieran una economía más socialista. La socialización es un problema menor que el uso que pueda hacerse de Nicaragua para desestabilizar otros países».
Ayuda norteamericana
Las palabras de Pezzullo suponen un tácito reconocimiento de que la momentánea suspensión de la ayuda norteamericana a Nicaragua pudiera estar relacionada con el conflicto salvadoreño, aunque oficialmente se haya dicho que es para valorar si se ha cumplido o no la cláusula que obligaba al Gobierno a destinar el 60% del préstamo a la empresa privada. Los empresarios nicaragüenses han apoyado esta suspensión, al tiempo que manifestaban que sólo nueve millones de dólares, de los 55 entregados hasta ahora, han llegado a sus manos.
Pezzullo insiste en que su Gobierno desea mantener la ayuda a la Junta nicaragüense, que es la mayor concedida en América Latina, «a menos que se produzca una situación que obligue a cortarla». Aunque no aclara cuál podía ser esa situación, a lo largo de toda la entrevista gravita el tema de El Salvador, y todo parece indicar que la reanudación del crédito dependerá más del conflicto salvadoreño que del destino que se haya dado a los dólares ya entregados.
El embajador norteamericano en Managua mantiene, en líneas generales, una actitud comprensiva hacia el Gobierno sandinista, aunque tampoco oculta una cierta crítica. « Muchos creyeron, después del derrocamiento del régimen dictatorial de Somoza, que se iba a instalar un Gobierno transitorio, con una política pluralista más abierta, con elecciones y todo eso que hace democrático a un sistema. No fue así, hubo un endurecimiento y mucha gente no está de acuerdo con lo que pasa».
Sobre el panorama político nicaragüense, igual que en el salvadoreño, flóta la incógnita de lo que vaya a hacer Reagan. Sólo que en Managua hasta los sectores de oposicion empiezan a mostrarse preocupados, porque una política demasiado dura de Reagan podría endurecer, aún más, el proceso sandinista. Un punto de vista que coincide con el de los gobernantes nicaragüenses. El garrote de Reagan les empujaría aún más hacia el bloque soviético.
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