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Nuevas dimensiones para la ópera

Es sabido cómo Rolf Liebermann, al enfrentarse con Don Juan, ha querido realizar un «filme de ópera», y no una «ópera filmada». Lo que, entre otras cosas, quiere decir estrecha unión, constante simbiosis, de los valores teatrales y cinematográficos, sometidos al imperio de la música.Liebermann y Losey, a la búsqueda de escenarios mágicos, dieron con el misterio de Venecia y la exacta arquitectura de Palladio. Y escribe Héctor Bianciotti que «el hallazgo genial» de este Don Juan cinematográfico, debido a Liebermann, es precisamente haber percibido la complicidad entre dos genios separados por dos signos: Mozart y Palladio.

A partir de tan fabuloso encuentro, la arquitectura de Palladio se convierte en elemento protagonista. No es sólo el teatro Olímpico de Vicenza o la Villa Rotonda, sino también la villa de Ana, y la de Elvira. Y la melancólica atmósfera que envuelve Venecia o Murano, y los colores del Veronese.

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Toda una suma de elementos culturales cuajan en una nueva y natural visión de la ópera, uno de cuyos aspectos se ve precisado de mayor relieve y hasta de concepciones distintas: el gestual. Parece que no estoy hablando de música, y, por el contrario, aludo brevemente a factores condicionantes de la interpretación musical. Tanto es así que yo no sé si la estupenda versión que dirige Lorin Maazel conservará sus méritos al transmigrar al microsurco. Me temo que no, pues pocas veces se nos da la ópera con semejante equilibrio en sus valores sustantivos. Y una inteligencia como la de Maazel ha hecho el Don Juan que las ideas fílmicas de Losey y las teatrales de Liebermann requerían. Ha contrastado tempi, ha subrayado matices, ha dotado a voces y orquesta de, dimensiones plásticas y ha soñado una vitalidad a tono con lo que la pantalla ofrece.

Bien sé que la versión de Maazel ha encontrado detractores. No me sumo a ellos por cuanto conozco el Don Juan de Maazel en la escena y en la pantalla. La acomodación al medio cinematográfico es sólo muestra de talento, aunque difiera de lo escuchado en el teatro.

También a los cantantes se les exige un estirón: la organización del gesto, hasta en sus menores detalles, a fin de que resulte expresivo ante las cámaras en los primeros planos. Los realizadores han dado la gran lección: no buscar actores que, acaso, no fueran primeros cantantes, sino hacer de éstos excelentes actores.

Lo era de siempre, aunque ahora hayan alcanzado una cima total, Ruggero Raimondi, uno de los mejores don juanes actuales. Lo es también Edda Mosser, la cantante más mozartiana de cuantas intervienen en un reparto extraordinario y, a la vez, actriz de sobria y estremecedora belleza. La Elvira de Kiri Te Kanawa es una delicia para el oído, pero no logra igual nivel en la expresividad del rostro. Nuestra Teresa Berganza, cualifica su Zerlina con rasgos muy personales. Y canta, como ella sabe. Leporello, a cargo de Van Dam, es, simplemente admirable, y lleno de viveza y calidad el Masetto de Malcolm King. Orquesta y Coros de la Opera de París rinden al máximo...

Este Don Juan que ahora llega a Madrid, tras una carrera triunfal por Europa, supone una experiencia musical inédita: el hallazgo de nuevas dimensiones para la ópera.

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