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Tribuna:El socialismo africano: el caso de Angola / 2
Tribuna
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Millón y medio de refugiados, víctimas de la estrategia oficial contra la guerrilla de UNITA

Las guerrillas prooccidentales de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), de Jonas Savimbi, siguen hostigando a las fuerzas gubernamentales en extensas zonas de Angola. Para evitar la influencia de estas guerrillas en las poblaciones donde la UNITA goza de una fuerte implantación, los asesores cubanos del Gobierno de Angola han diseñado una estrategia consistente en concentrar a esas poblaciones, cerca de un millón y medio de personas, en zonas controladas por fuerzas gubernamentales. El éxodo ha creado problemas insuperables de abastecimiento, hasta el punto de que el responsable de la provincia de Bié ha llegado a acusar públicamente a «los burócratas de Luanda» por tal situación.

«Lo más importante es resolver los problemas del pueblo», reza una consigna sacada de un discurso del presidente Neto, repetida hasta la saciedad en pancartas, carteles y pinturas murales.Basta recorrer un poco el país para comprender lo irónico que debe parecer este eslogan precisamente al pueblo. Lo que menos parece importar a la fenomenal maquinaria burocrática y partidaria son precisamente los problemas de la población. En toda el Africa negra no existe probablemente un caos administrativo y una apatía mejor organizada que la de Angola.

Pero estas cuestiones que conciernen a la ideología del sistema resultan lejanas en las provincias del interior de Angola, Huambo y Bié, por ejemplo, que tienen que afrontar problemas gravísimos a diario.

Huambo y Bié son, junto con Huila, Benguela y Moçamedes, las provincias de mayor influencia y actividad de la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA). La prueba es que el famoso ferrocarril de Bewguela, que enlaza el copper bell ,(cinturón de cobre) de Zaire con los puertos de Lobito y Benguela, aún no puede funcionar normalmente. Todavía en Huambo, donde las fuerzas armadas populares (FAPLA) y el MPLA han instalado su cuartel general para el sur, estallan por las noches bombas en las casas de los funcionarios del partido, como pudimos comprobar durante una visita. En los talleres ferroviarios de Huambo, los más importantes de toda Angola, se procede a restaurar los viejos trenes blindados que utilizaron los portugueses contra las guerrillas, para usarlos ahora contra la UNITA.

La provincia de Bié, sin embargo, es la que tiene ante sí el problema más grave quizá de toda Angola. En virtud de la nueva estrategia cubana contra la UNITA, millón y medio de personas han sido ya concentradas en los últimos doce meses en los campos selváticos de los alrededores de Cuimo, capital de la provincia de Bié.

Las autoridades locales se encuentran en la más absoluta incapacidad de alimentar a esa enorme masa de gente desperdigada por la provincia, y el hambre comienza a causar sus estragos.

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"Sólo hay raíces para comer"

João Baptista, de nombre de guerra «Elefanta embarazada» (Yamba Yamina), comisario provincial de Bié y miembro del Comité Central del MPLA, nos mostraba en el palacio de gobierno de la provincia un paquete con raíces que enviaba el buró político del partido. «Estas raíces es lo que come hoy la gente. Las apilonan y hacen con ellas harina. Pero están muriendo como moscas, porque aparentemente no son comestibles. Ahora las envío al laboratorio para que las analicen y luego al buró político del partido, a ver si toman conciencia de una vez de la gravedad de la situación que tenemos aquí».

La aldea conquengo que visitamos, cerca de Cuimo, es un ejemplo típico de esa problemática. Junto a unas doce familias campesinas ya asentadas allí comenzaron a instalarse refugiados traídos por las FAPLA. Cuando les visitamos, la población total era de 4.000 personas. Según el responsable del partido, dos personas morían diariamente de hambre, y otras dos, de enfermedades.

«Los refugiados», nos decía Elefanta embarazada, «nos están creando serios problemas con la población local. Como tienen hambre, por la noche se dedican a robar los cultivos de los campesinos. Algunos campesinos mataban a los ladrones. Nosotros hemos discutido con ellos para que no los maten, pero tengo que reconocer que la ayuda alimentaria que me llega no guarda proporción en absoluto con la magnitud del problema. Por eso no puedo evitar que sigan robando por las noches».

Para colmo de males, según explicaba Elefanta embarazada, la irresponsabilidad e insensibilidad del aparato administrativo de Luanda multiplica los problemas. «Cuando les digo que en mi provincia no hay nada que comer, que manden maíz, a los burócratas lo único que se les ocurre es coger el censo de 1970 y decir, Bié tiene tantos habitantes, pues allá van tantos camiones de maíz. No hay manera de hacerles entender que a mediados de 1979 yo tenía aquí medio millón de refugiados, a fines de ese año, un millón, y hoy día, millón y medio. Y esa población aumenta a un ritmo de 30.000 personas mensuales».

Durante nuestro viaje por las otras dos provincias colindantes, pudimos observar en algunos lugares ciertos excedentes agrícolas. Le preguntamos a Elefanta embarazada por qué en vez de esperar meses las ayudas insuficientes de Luanda no envía simplemente sus camiones todas las semanas a buscar maíz a esas provincias, sobre todo porque se trata de evitar que la gente muera. «Porque ese es otro problema», contesta. «Yo no tengo aquí dinero para ir a comprar. Además tenemos una economía planificada, y yo tengo que recibir lo que me asigna el plan. Los excedentes de otras provincias es el Ministerio de Comercio Interior el que los compra y distribuye».

Sistema de trueque

Pero el Estado no sólo deja morir de hambre a los refugiados, sino que además explota a los pocos campesinos que producen algo, como ni siquiera hicieron antes los colonos portugueses. En el campo se mantiene el mismo sistema de trueque que en la época colonia¡. La agricultura, eminentemente familiar, es prácticamente de subsistencia. Cada familia llevaba en el pasado sus excedentes al tendero portugués, que se los trocaba por petróleo, sal o aceite y las pocas cosas que aquellos campesinos necesitan o pueden adquirir.

Actualmente es una empresa estatal, la ENCODIPA, dependiente del Ministerio de Comercio Interior, la que llena la misión del antiguo tendero portugués. Pero si el colono portugués compraba y vendía de acuerdo con la ley del mercado, como en toda economía capitalista, la ENCODIPA, dirigida desde Luanda por la burocracia estatal, no sólo no tiene ninguna idea de las cosas que realmente son útiles a los campesinos, sino que repercute en los precios los enormes costes de su ineficacia administrativa y su aparato burocrático.

Más aún, la ENCODIPA vuelve locos a los pobres campesinos que con treinta o cuarenta kilos de maíz, patatas o cebollas, quieren cambiarlos por otros artículos. El maíz, considerado alimento estratégico, es comprado solamente por un departamento determinado de la ENCODIPA. Las cebollas y las patatas, por otro. El resultado es que para vender esas escasas cantidades, los hombres del campo tienen que hacer tres o cuatro colas distintas en tres o cuatro lugares diferentes.

La siguiente lista de precios, tomada de una ENCODIPA de la comuna de Cuima, en la provincia de Huambo, se explica por sí sola. El kilo de maíz, el producto mejor pagado por la ENCODIPA, le aporta al campesino 4,5 kwanzas por kilo. Una camisa vieja cuesta cuarenta kwanzas; una manta, seiscientas kwanzas; un par de zapatos de lona para niño, 250 kwanzas; para hombre, cuatrocientas kwanzas. Una bicicleta, el Rolls Royce del campesino, puede valer de 6.000 a 8.000 kwanzas.

Ni que decir tiene que las mercancías que vende ENCODIPA no están clasificadas ni por tallas ni calidades que valga.

Las camisas para niños, que habían llegado el día que visitamos la ENCODIPA citada, venían todas arrugadas y sucias, dentro de un saco de patatas. Allí, cada madre tenía que pasar horas buscando la que mejor conviniese a su hijo. La realidad es que la ropa que se vendía en los mercados tercermundistas allá por los años cincuenta, procedente de los excedentes de ropa usada de los norteamericanos que distribuía el Plan Marshall, estaba habitualmente en mejor estado que la que vende el MPLA a los campesinos.

Cuánto tiempo puede durar esa situación y cuántos miles de personas morirán entre tanto es un cálculo que Elefanta embarazada no se ha atrevido a hacer. En contra de la propia propaganda oficial de su país, Elefanta embarazada no cree que se pueda acabar con la UNITA antes de fines de 1982 o 1983. Para entonces puede que el problema de los refugiados se haya resuelto por sí solo.

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