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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Pinochet, ¿para siempre?

LA DICTADURA militar del general Pinochet se dispone a enterrar, en olor de plebiscito amañado, la Constitución chilena de 1925, respetada en todo el mundo por el carácter liberal y progresista de sus principios. Durante varios años, una comisión de juristas, formalmente amparada por el Consejo de Estado y eficazmente vigilada por las bayonetas y las fustas, ha gestado; un proyecto destinado a servir de amuleto al régimen autoritario y a dar apariencia de legalidad a un sistema nacido de un golpe y basado en la fuerza. En un cómico intento de engañar a la opinión pública internacional, a la Junta Militar no se le ha ocurrido una idea mejor que obligar a los chilenos, todavía sometidos al toque de queda y al estado de excepción, y despojados de las mínimas libertades de expresión, asociación y reunión, a refrendar en las urnas el texto en cuestión. La elección del 11 de septiembre, fecha que conmemora el séptimo aniversario del derrocamiento violento del régimen constitucional y de la muerte del presidente Allende, para celebrar la farsa indica bien a las claras que las costumbres civilizadas, la piedad para el vencido y el simple buen gusto no son virtudes que distingan a los verdugos.La apolillada y vetusta ideología pinochetista, que recubre una realidad de continuas violaciones de los derechos humanos y que es grandemente tributaria de las tonterías doctrinarias contenidas en la democracia orgánica franquista, queda fielmente reflejada en esta mínima carta. La nueva democracia, expresión que suelen utilizar con delectación el dictador y sus mayordomos para designar a un sistema tan viejo como el autoritarismo, descansa sobre las corrientes de opinión, disfrazadas de partidos políticos (que no podrán defender más opciones que las toleradas por la dictadura), y sobre la negación de los auténticos partidos, vehículo obligado, según la conocida paranoia que aqueja siempre a los ultraderechistas, de la subversión, la destrucción de la familia y el marxismo. Que el espíritu del 11 de septiembre chileno arrastre sus cadenas y sus corrientes de opinión a los siete años del golpe, en vez de casi cuarenta que tardó en salir de los armarios nuestro espíritu del 12 de febrero y su contraste de pareceres, indica que la historia siempre se repite, pero nunca a los mismos ritmos.

La obsecuente comisión de juristas, redactora del proyecto Ortúzar, había previsto un plazo de cinco años de transición antes de que la teratológica norma fundamental entrara en funcionamiento, con el argumento de que los chilenos no están todavía preparados para el sufragio universal, aunque éste no sea libre. Al general Pinochet ese respiro le ha parecido insuficiente y ha decidido ampliarlo en tres años más. El dictador se reserva esos ocho años, que empezarán a contar desde marzo de 1981, «para emprender tareas de largo aliento, que requieren una voluntad firme y sostenida para llevarlas a efecto». Pero la broma no acaba aquí. Una vez cumplidos los ocho años, y convocadas elecciones, la Junta Militar «se reserva el derecho de proponer al país» el nombre del futuro presidente para un nuevo período de ocho años. La malicia de los adversarios de la dictadura chilena llega hasta el punto de vaticinar que en 1989 Augusto Pinochet podría sugerir tal vez a sus compatriotas que la persona ideal para regir los destinos del país no sería otra que el propio Augusto Pinochet.

Sin embargo, y aunque el golpe militar de Bolivia y el telón de estaño que el general García Meza se propone instalar en sus fronteras cierran el Cono Sur a los regímenes democráticos, parece improbable que la dictadura de Pinochet se mantenga por mucho tiempo. La actitud de la Iglesia y la toma de conciencia por la Democracia Cristiana del error que cometió en 1973, al preferir el golpe militar al entendimiento con Salvador Allende, son factores que, junto a la arraigada conciencia cívica de los chilenos a lo largo de la Historia, pueden ayudar a encontrar una alternativa democrática al sistema autoritario. Si bien los síntomas más visibles, entre otros, la probable victoria de Reagan en las elecciones presidenciales norteamericanas, pueden invitar al pesimismo, tampoco faltan indicios de que el general Pinochet no llegará a convertir en realidad su ensoñación de un caudillaje vitalicio y que la dictadura chilena tampoco no logrará perpetuarse.

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