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Reportaje:COYUNTURA ECONÓMICA

La preocupación por el otoño de la economía

Un clima de evasión y vacaciones domina hoy en los distintos ámbitos de la economía española. Los políticos, tras el «debatón» de mayo, han cerrado en junio su período legislativo, empleando sus horas de julio en programar sus actuaciones del otoño bajo la inspiración del disenso y la reiterada condena del consenso. Los empresarios han presentado a los organismos competentes de la Administración y del Gobierno y al país en el mes de junio (como examen de fin de ejercicio) su larga lista de actuaciones exigidas del sector público (desde la Renfe a Telefónica, desde viviendas a obras públicas) y su numerosa lista de petición de medidas (desde la vuelta a los coeficientes de inversión obligatoria hasta veintisiete rectificaciones de las leyes fiscales, pasando por correcciones del cuadro de relaciones laborales); actuaciones y medidas que la empresa libre parece necesitar (como condiciones necesarias, pero no suficientes) para luchar contra el paro. Los consumidores, en fin, han pagado una inflación menor de la esperada -aunque no lo confiesen- y una factura impositiva mayor de la temida -de la que irritadamente se quejan-, y tratan, de olvidar las preocupaciones que la economía les ha ocasionado en el primer semestre en el descanso de las vacaciones.El extendido temor de los ciudadanos por cómo van a encontrarse en septiembre la economía que dejan en julio quizá defina mejor que ningún otro dato o característica la coyuntura actual. Ese temor generalizado a la situación económica del otoño ¿es un temor fundado? ¿A qué rasgos responde la situación económica actual, cuyo empeoramiento se teme? Dar respuesta a estas dos preguntas constituye el propósito de este trabajo, por cuya presentación inoportuna en tiempo de vacaciones para muchos pedimos comprensión y disculpas a nuestros lectores.

Más información
El déficit de la balanza de pagos.
Comportamiento del sector público.

¿Dónde está la economía al llegar el verano del 80?

La respuesta es por esta vez: donde se esperaba. Los lectores que hayan tenido la paciencia de seguir nuestros análisis conocen que habíamos anticipado, para disgusto nuestro y suyo, una tasa de crecimiento nula o negativa en el presente ejercicio. Y, para nuestra desgracia, estamos acertando en el pronóstico. El único sector que se ha salido del cuadro del marasmo c,eneral es el agrario. Laexcelente cosecha esperada se está confirmando. Según los datos difundidos, la producción de cereales puede ser superior en el 30% a la de 1979. Otros productos agrarios, además de los cereales, registrarán crecimientos positivos (patata temprana, 22%; remolacha de verano, 78%; tomate y cebolla, 11 %; plátanos, 7%. almendra, 31%). En este cuadro de brillantes resultados sólo la fruta fresca, con una caída del 20% en sus producciones, constituye el punto negro. La ganadería comparte tasas elevadas de desarrollo (10%). si bien la caída de la demanda ha ocasionado el derrumbamiento de los precios.

La agricultura es así el sector pionero del año en el desarrollo de la economía. Va ganando aceptación la cifra del 6% como aumento de la producción final agraria, lo que supondría una aportación positiva al crecimiento del PIB en torno a 0,5-0,6 puntos en 1980. Añadamos de pasada, para dar a estas cifras el realismo de las sombras con el que deben juzgarse los hechos, que no todo es positivo en la excelente cosecha del año actual. Los destinos de las superficies distan de haberse realizado con un sentido de óptimo aprovechamiento de los recursos, son visibles los excedentes de determinados productos, que deberán ser destinados a consumos inferiores a su calidad y a su coste, mientras que existen fuertes déficit en otros (como el maíz o la soja), y esta conformación deciciente de nuestra oferta agraria, que arrastra ya muchos años, se ha hecho mucho más cara y criticable ahora, dado el elevado y subvencionado consumo energético de la agricultura (gasóleos y abonos).

La producción industrial y los servicios responden a una misma tónica del estancamiento, lo cual no quiere decir que todas las producciones que los integran se comporten de la misma suerte. Existen sectores que cerrarán el primer se mestre con crecimientos importantes, como, por ejemplo, el sector energético (las tasas de producción de carbón y extracción de petróleo se situarán en torno al 15% y al ciento por ciento, respectivamente; la producción de energía eléctrica registra también crecimientos me nores, pero positivos, en torno al 4%, y el refinado de petróleo se ha comportado de forma parecida). La extracción de minerales metálicos ofrece tasas de desarrollo elevado y otros sectores industriales registran también avances en las tasas de crecimiento de sus pro ducciones en el ejercicio actual (siderurgia y metalurgia, químicas, alimentación, papel'y artes gráficas, construcción naval y automóviles). Pero frente a este panorama de sectores en expan sión están los sectores en regresión, como el cuero y el calzado, con caídas espectaculares; la madera y el corcho, la maquinaria y el mate rial eléctrico; también se aprecia un retroceso productivo en mate riales de construcción, electro domésticos, bienes de equipo, artículos metálicos y textil. Pesados en la balanza de su contribución al desarrollo del producto industrial del país estos comportamientos contradictorios, el fiel apunta hacia un crecimiento cero del producto neto de la industria. Por otra parte, parece claro que la debilidad de la demanda de los distintos productos industriales supera a la que afecta a la producción (oferta) y que la principal no vedad de esa demanda debilitada se registra en una perceptible crisis de la demanda de bienes de consumo. Puede hablarse incluso de una caída fulminante de la demanda de determinados bienes de consumo duraderos (electro domésticos, muebles, textiles y decoración para el hogar y automóviles), que recogen claramente las encuestas del Ministerio de Industria en el mes de mayo (el 55% de los empresarios dedicados a la producción de bienes de consumo consideraban en mayo que su cartera de pedidos estaba por debajo de lo normal). También es clara la caída en la demanda de la agrupación de bienes intermedios para la industria (en mayo, el 53% de los empresarios encuestados la consideraban por debajo de lo normal). El aumento de los stocks indica que el débil crecimiento de la producción no ha tenido salida a los mercados, con lo que es probable que el panorama productivo del segundo semestre sea aún peor.

Este marasmo productivo de la industria se registra también en el sector de servicios. La principal variable aquí es el turismo, con un descenso de visitantes del 9,3% en el período enero-mayo, lo que supone, de hecho, la pérdida de más de un, millón de visitantes en los cinco primeros meses del año. Las cifras disponibles sobre transportes acusan también descensos, con caída en los consumos de gasolina y gasóleos. Igualmente, el comercio registra una disminución de ventas en tasas reales del orden del 3%. Sólo los componentes del consumo público animarán la producción de este sector, que difícilmente aportará un crecimiento al PIB más allá del 0,5%.

Consecuencia obvia de esta marcha de la producción es el,nivel que alcanzan las cifras de paro. Aunque el Instituto Nacional de Empleo haya corregido -disminuyéndolas- las cifras de mayo, al depurar el censo efectuado de parados registrados indebidamente, es evidente que el 1.241.935 parados, es decir, el 9,4% de la población activa, constituye una cifra grave y coherente con el comportamiento demográfico y el nivel de la actividad económica española.

Ese estancamiento productivo que se ha analizado no viene solo. Le acompañan tres desequilibrios que lo hacen aún más preocupante: el de los precios, el de la balanza de pagos y el del sector público.

De esos tres desequilibrios, el que mejor cariz presenta por el momento es el de los precios. Al crecer en el 0,7% en el mes de mayo sobre abril, el índice de precios al consumo se sitúa en el 15,1 % sobre mayo de 1979, y la tasa media de los doce últimos meses, en el 15,7%. Ese resultado positivo se ve claramente influenciado por los precios de la alimentación y negativamente por los precios de transportes y comunicaciones, afectados por el alza de los transportes urbanos y el servicio telefónico, que han elevado la tasa anual de este grupo al 26,5%, frente al 6,3% de variación del grupo de alimentos. Mantener esta moderación en el crecimiento de los precios y alcanzar el objetivo fijado para su crecimiento por el Gobierno no va a resultar una labor fácil, aunque el estancamiento productivo contribuya innegablemente a facilitar la desaceleración paulatina de las tasas de inflación.

El segundo de los desequilibrios -el del sector exterior- compareció ya el último trimestre de 1979. Como expresa el gráfico 1, el saldo de la balanza de pagos por cuenta corriente es crecientemente negativo desde octubre de 1979, hasta llegar a los 3.271 millones de dólares del mes de mayo. Varias fuerzas han colaborado a esa caída y agudización del déficit con el exterior: 1. El aumento espectacular del pago por importaciones: con una elevación en los pagos de los crudos del 135%, pero con una variación del resto de las importaciones del 38%. Toda la importación española está moviéndose a tasas que no se corresponden con la atonía de la producción interior. Cuando se desciende al detalle de las estadísticas de aduanas, se comprueba que esa importación española se extiende a todas las partidas con aumentos espectaculares en productos intermedios (27,77%) y manufacturas (22,74%). Sólo las materias primas desdicen de estas tasas.

También es espectacular el aumento del pago por servicios de turismo. Los españoles han decidido conocer el mundo y la balanza de pagos lo está registrando (los pagos por turismo aumentaron- un 77% en los cinco primeros meses de ,1980, pasando de 262 millones de dólares de 1979 a 463 millones de dólares de 1980).

2. El crecimiento de la exportación continúa siendo apreciable: 34% en los cinco primeros meses, según los datos de la balanza de pagos (cuenta de caja). Sin embargo. no han estado a la altura del ritmo de crecimiento de la importación, lo que ha agudizado el déficit.

3. Es destacable el buen comportamiento de las transferencias, que han logrado un superávit de 754 millones de dólares en el período enero-mayo.

Por otra parte, los datos de la balanza de capitales en 1980 continúan reflejando la línea creciente de los ingresos obtenidos por créditos en el exterior, que se mantienen en cifras parecidas a las de 1979; la inversión extranjera está estancada en cifras parecidas a las del pasado año, mientras que la inversión española en el extranjero casi duplica sus cifras del año 1980 con respecto a las alcanzadas en 1979.

El tercer desequilibrio de la economía es el del sector público, cuyo déficit se ha convertido en un motivo creciente de preocupación y de comentario en todos los análisis de Coyuntura. El hecho de que hasta mayo el déficit se elevase por encima de los 257.000 millones de pesetas ha generalizado la creencia en casi todos los ambientes económicos de que el ejercicio actual sérá muy difícil cerrarlo sin llegar a los 500.000 millones de pesetas.

Es indudable que las preocupaciones que los ciudadanos se llevan a sus vacaciones sobre su economía están más que justificadas y sus temores de cómo la encontrarán a su regreso son fundados. La economía internacional no va a ayudar nada a la solución de nuestros problemas en la segunda mitad de este ejercicio. Un semestre negro, tal como lo perf'ilan las cifras de la OCDE que se acaban de divulgar.

Parece así que la suerte del año 1980 está echada. Un año de corto -si alguno- crecimiento (crecimiento (crecimiento 0-1% del PIB), con inflación sostenida en altos niveles (crecimiento IPC de 16-17%), con agudización del déficit exterior (-3.500 millones de dólares en balanza corriente), con un déficit público importante (500.000 millones de pesetas) y con un paro incontenible en los meses que quedan (hasta llegar al 11-12% de la población activa).

El objetivo dominante de la política económica

Desde este punto de vista, la economía española tiene un norte claro: forzar y aprovechar todas las oportunidades abiertas al crecimiento potencial de su economía, de forma que resulte posible incorporar a los procesos productivos la mano de obra que hoy no encuentra en ellos ocupación. Conseguir ese dinamismo de la producción ha de ser el objetivo dominante de la política económica.

Postular un aprovechamiento pleno de las oportunidades de crecimiento potencia¡ pasa necesariamente en nuestra economía por un aumento de las exportaciones que aleje la frontera de las limitaciones impuestas al crecimiento económico por el encarecimiento de la energía y las importaciones, por un aumento de las inversiones en sectores en los que existan posibilidades de futuro y por un comportamiento de las rentas y precios que no impidan, sino que favorezcan, el empleo de los factores productivos nacionales de los que disponemos. Analicemos el contenido de estas tres condiciones fundamentales.

Un enfrentamiento con los saldos adversos de la balanza de pagos lleva muy pronto a la convicción de que España ha vuelto a tropezar con el tradicional obstáculo opuesto a su desarrollo en el pasado. El ajuste de la balanza de pagos realizado por la política económica en 1977 trató de reconocer la pérdida de la relación real de intercambio impuesta por los nuevos precios de la energía definiendo un cuadro de tipos de cambio, precios y rentas coherentes para lograr una expansión de las exportaciones, a través de la cual conseguir una situación de aceptable equilibrio. Es importante acentuar el hecho de que España intentó entonces buscar la solución de su ajuste exterior por el camino de la libertad económica. No se obstaculizaron, sino que se favorecieron, los intercambios porque se sabía muy bien que la fluidez en el aprovisionamiento exterior de toda clase de bienes -y, fundamentalmente, de los bienes de inversión- resultaba fundamental para incorporar el dinamismo técnico a nuestra economía y multiplicar el desarrollo de la producción. Es importante reafirmar hoy la validez de esta política económica. Los nuevos precios de la energía han desajustado la balanza de pagos del equilibrio logrado en 1977-1979, y es obvio que esa situación demanda la realización de una política de ajuste del sector exterior que no puede discurrir por otros caminos que los de la libertad. No son pocas las voces que hoy predican la vuelta a un proteccionismo trasnochado que sería suicida incorporar como criterio inspirador de las decisiones de la política comercial española. España debe ajustar su balanza de pagos.

Intensificar, desarrollo y empleo

Intensificar la tasa de desarrollo y aumentar el empleo de los recursos productivos ha tropezado en el pasado reciente y está tropezando en el momento actual con un obstáculo importante, que es el del crecimiento de los costes del trabajo y del capital en forma que no se corresponde con las dotaciones y escasez relativas de estos factores de producción. Sobre este punto acaba de poner un acento de importancia el informe del Banco de España recientemente aparecido. Las cifras disponibles demuestran que el crecimiento de los costes del trabajo a lo largo de la crisis han crecido en España por encima de los países de la OCDE: 3,6 puntos es la tasa de crecimiento anual de los salarios reales en el período 1975-1979, frente a un crecimiento del 1,9 como media de los países de la OCDE. Es cierto que los fuertes crecimientos de los salarios reales se situaron antes de llegar a los pactos de la Moncloa (1973-1976), pero el aumento de los salarios se ha sostenido, en los años posteriores, a menor ritmo.

Ese crecimiento de los salarios ha impuesto una caída en el excedente empresarial, que obliga a las empresas a buscar aumentos de productividad para mejorarlo por el camino de la capitalización de las empresas y la reducción de las plantillas: una situación que no se corresponde con las dotaciones del factor trabajo de la sociedad española. Sin moderación en el crecimiento del coste del trabajo no habrá, en el futuro, empleo ni se resolverán los problemas del paro. Por otro lado, los tipos de interés españoles no han reflejado la escasez de capital en la economía española. Los tipos reales de interés siguen siendo negativos para las familias y para las empresas. Antes lo hemos dicho: el gran tema de los análisis de la coyuntura es hoy el déficit del sector público. El gráfico 2 que acompaña este trabajo intenta introducir un poco de luz, aprovechando la excelente información que el Banco de Es pana, en su reciente informe, nos ha facilitado a todos los ciudadanos sobre el comportamiento del sector público español. Ese gráfico nos dice que el déficit público apreciado a través de sus necesidades de Financiación ha crecido de forma apreciable a lo largo de la crisis, aunque la cuantía del déficit público español no sea anormal cuando se la sitúa en el contexto de los países de la OCDE. Nuestro problema no está en la parte inferior del gráfico 2, sino en la parte superior, que muestra los gastos que el déficit ha estado financiando. Los gastos corrientes han constituido el grueso de las atenciones Financieras del sector público español. Entre los gastos corrientes y los gastos de capital se ha ido abriendo una amplia brecha, expresiva de que el Estado no invertía cuando gastaba, de forma que en 1979 sus inversiones habían reducido su participación en el PIB (de 3,7%, en 1975, al 3%, en 1979). Este crecimiento de los gastos corrientes tenía en las partidas del consumo público y las transferencias a familias y a empresas sus destinos fundamentales. Rudolph Goldscheid dijo, en una ocasión, que «el presupuesto de gastos es el esqueleto del Estado privado de todas las ideologías engañosas». Cuando uno se acerca a ese presupuesto estatal, lo que se contempla es el ejercicio del poder de la sociedad para traspasar sobre el Estado los costes de la crisis. El fácil desarrollo de los años sesenta ha extendido entre todos los ciudadanos la creencia en un derecho a la mejora permanente en el nivel de vida, y con ese derecho todos tratamos de exigir del Estado la garantía de esta expectativa de mejora personal. Cuando el mercado nos cierra las puertas y no conseguimos materializar esos deseos, terminamos pidiendo y consiguiendo del presupuesto del Estado (o de otras actividades públicas) la oportuna indemnización de lo que estimamos nuestro seguro de prosperidad. Ahí está el presupuesto español para atestiguar con el crecimiento de sus partidas la fortaleza de las peticiones de los ciudadanos y la claudicante debilidad de los políticos, que han ofrecido el bálsamo del gasto público a todos los perjudicados por la crisis: a las empresas públicas y privadas subvencionando sus déficit de explotación, que se han multiplicado por el 3,23 durante los años de la crisis. De esta manera, el gran escándalo de la sociedad económica española de los últimos meses -el déficit presupuestario- encuentra su explicación en esa cesión a las exigencias de los ciudadanos en situación crítica. El Estado ha atendido a todos: a los empresarios que critican el crecimiento tras solicitan y obtienen ayuda y subvenciones en privado, con fondos que dejan honda huella en el presupuesto: el Estado ha actualizado y ampliado también a los pensionistas sus reducidas percepciones. ha extendido en cantidad los subsidios de desempleo y está financiando los gastos educativos, que permiten un alargamiento de la presencia escolar y retardan la difícil entrada en el trabajo de la población joven. Esta suma de actuaciones públicas ha obligado a aumentar la presión fiscal en más de dos puntos (del veinticinco del PIB. en 1975, al 27.5, en 1979), ha forzado un mayor endeudamiento público, y ha ex¡gido el sacrificio de las inversiones públicas ante el ímpetu incontenible de los castos corrientes.

Ahora bien, las generosidades se pagan. Se pagan no sólo en términos de gastos mayores, mayores déficit o mayores deudas. Esas generosidades, que llevan a un mayor gasto, tienen un coste de oportunidad elevado. Sostienen a sectores productivos sin futuro, un futuro que las leyes del mercado les niegan y las puertas del presupuesto del Estado les abren, aumentando así el sector de no mercado y obligando a que el resto de sectores productivos sostengan a aquellos que carecen de futuro. De esta manera, aumentar las subvenciones y las transferencias supone tres cosas en la situación presupuestaria española: ir a un déficit para financiar gastos corrientes, parar la marcha de la inversión pública v afectar al carburante de la inversión privada, restándole el ahorro disponible. Aumentar las transferencias a las familias introduce un coste adicional importante también, pues supone unas amplias inversiones de fondos a favor de ellas y no a favor de la creación de empleo. Es ese elevado coste-oportunidad del déficit consumista del sector público lo que hace de su equilibrio un objetivo general, porque sin ese equilibrio nada se podría hacer para resolver el gran problema económico de España: elevar las tasas de nuestro crecimiento hacia niveles capaces de dar empleo creciente a su elevado número de parados y a la juventud que entrará en el mercado de trabajo en los años que vienen, perspectiva desde la que debe contemplarse el déficit del sector público y su necesaria disminución.

Es evidente que cualquier excursión sobre la economía española concluye en el mismo destino: el de la necesidad de hacer de ella una economía dinámica y no una economía de transferencias. Una economía dinámica con un frente exterior fortalecido por una mayor exportación, con unos precios expresivos de la escasez de sus factores productivos y con una orientación adecuada de su déficit público. Sobre estos problemas habremos de volver para analizar todas sus implicaciones. Desearíamos concluir este artículo con tres afirmaciones, que creemos importantes de cara a las difíciles decisiones del otoño económico:

1. Que España cuenta con medios y recursos para lograr tasas positivas de crecimiento de su producción. Que puede conseguirse con decisiones económicas acertadas, secundadas por la población, un crecimiento sobrio y continuado. No debe producirse, si la economía se administra adecuadamente, una costosa y prolongada depresión.

2. Que todos los esfuerzos de la sociedad española deberían orientarse en el futuro inmediato a facilitar y crear empleo. Necesitamos incorporar a la juventud al proceso productivo español. Y esta incorporación no se producirá, si quienes estamos dentro de la ciudadela del empleo establecemos condiciones prohibitivas para ocupar a los que se hallan fuera. La solidaridad con los desempleados es el gran tema social de hoy y del futuro inmediato.

3. Que la salida de los problemas actuales debe encontrarse no por los caminos de la protección, sino por los de la competencia; no por los caminos de la subvención presupuestaria, sino por los de la inversión pública y privada; no por los cauces del proteccionismo de siempre a favor de los sectores de siempre que tienen negado el progreso, sino por el cambio productivo realizado por una sociedad libre y dinámica en sus mecanismos de decisión económica.

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