Promesas del centrismo iberoamericano
EL APELATIVO de centro bajo el cual se han reunido en Madrid un amplio grupo de partidos iberoamericanos -el nombre oficial de «partidos democráticos» parece excesivamente ambicioso, puesto que, siéndolo, no pueden monopolizar en realidad esa advocación- parece tener hoy una corriente favorable en el mundo occidental. Fue ya en un momento dado una salida favorecida por Estados Unidos para gobernar algunos países europeos que salían de la ocupación o la tiranía fascista -Alemania, Francia, Italia-, pero a los que se trataba de dar una especie de «rearme moral» frente al auge comunista impuesto por la resistencia y la alianza interdemocrática con la URSS. La guerra fría posterior precipitó a esos partidos a una derecha exagerada, como pasó en Aleínanía Federal con la CDU, incluso fascistizante, como sucedió en Francia con algunos de sus grupos -los de Bidault y Soustelle-, que llegaron a la conspiración contra el régimen y a favor de la OAS. Esta panacea ideológica de rearme moral sobre valores de fondo cristiano y una mística de la democracia parece ser empleada ahora para lo que se supone una situación similar: los países latinoamericanos que están saliendo o tratando de salir de tiranías militaristas a las que no es abusivo titular también de fascistas, pero a los que se trata de aislar de corrientes revolucionaristas.El contexto social en que funcionan no es el mismo. En Europa se trataba de una reconstrucción con una ayuda sustancial -que empezó siendo el Plan Marshall-, mientras que en los países latinoamericanos hay que partir de una situación social infinitamente más tirante: las contradicciones entre clases sociales son mucho más abiertas. El trabajo de estos centristas, principalmente democristianos, tendría que ser mucho más profundo. Es decir, no es lo mismo una noción de centro en la Francia de la posguerra que en la Nicaragua de hoy: como en geometría, el centro en política también es una noción de una gran relatividad. Ha de referirse, sobre todo, a la situación real de los extremos para tratar de -conseguir que se establezca el equilibrio, que es lo que parece que pretende buscarse.
Quizá por ello la Declaración de Madrid con que ha terminado la Mesa -perturbada en su momento de clausura por el secuestro de quien fue uno de sus prolagonistas y organizadores, Javier Rupérez- indica claramente su enemistad a las «estructuras económicas de opresión», como contrarias al establecimiento de fármulas democráticas y pluralistas y su condena a los regímenes dictatoriales de todo signo que prevalecen en su área. Incluso, aunque haya sido preciso vencer para ello la resistencia de los grupos más conservadores -puesto que el centro tiene también su propia derecha, como tiene su propia izquierda-, la declaración trata de abrirse para futuras reuniones y acciones hacia otros partidos como los que se reclaman de la socialdemocracia, a pesar de que esta Internacional presenta señales de concurrencia con otra, la Internacional Socialista, cuya acción en y sobre Latinoamérica es también en estos momentos muy notable.
La declaración de principios es aceptable, y la amplia gama de partidos democráticos que tratan de sacar a los países latinoamericanos de la larga noche de la tiranía está considerada comúnmente como una fuerza positiva, como un paso adelante. En cuanto a España, sede inicial y promotora de este encuentro, parece ser considerada por esos partidos como un paradigma encomiable de la transición de la dictadura a la democracia, personalizadas por UCD. Un español, naturalmente, tiene que analizar con mayores matices dicho supuesto ejemplo, como en cada uno de los países se verá la actuación del partido correspondiente. Pero en cualquier caso parece claro que el porvenir del centrismo está, más que en una ideología concreta y en un programa definido, en su acomodación coyuntural al futuro y a las circunstancias de cada país.
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