El Estatuto, la clase obrera y las perspectivas de la izquierda
Secretario general del Partido Comunista de EuskadiRecuerdo que en 1967, en pleno desarrollo de una de las luchas obreras más importantes realizada en Vizcaya bajo la dictadura -la huelga de la empresa Bandas de Echevarría, como en una de sus numerosísimas asambleas-, uno de los trabajadores más representativos, Josu Ibarrolla, dijo algo que a mí me parece una de las cosas más importantes que haya escuchado nunca: «Compañeros, luchamos por nuestros derechos, y con ello estamos luchando por la libertad de Euskadi.»
Esto, dicho y explicado en todo el fragor de la práctica de la acción de clase, adquirió a mis ojos el valor de una tesis permanentemente contrastada y reforzada en el curso de los años venideros, y sin la cual no se puede entender ni Euskadi, ni el Estatuto, ni los propios éxitos o errores de los trabajadores vascos en el terreno político.
Parece admitido hoy por casi todos (salvo para algunos travestís de la política, que consideran haber traido la democracia debajo del brazo) que en la lucha contra la dictadura se han ido creando las condiciones para la resolución democrática de los problemas de España, y, entre ellos, sin ninguna duda, el problema del reconocimiento de la personalidad nacional de Euskadi, reconocimiento que exige el establecimiento de un marco político de autogobierno.
Hoy, a las puertas del 25 de octubre, ante mucho desmemoriado con tendencias a manipular la historia, es preciso señalar de nuevo que sin la lucha de la clase obrera vasca, que fue capaz de crear espacios y condiciones para la movilización de otros sectores y franjas sociales, no estaríamos donde estamos, ni en Euskadi estaríamos hablando de Estatuto, autonomía, autogobierno, sino de política regional, descentralización administrativa y otros eufemismos semejantes.
Aislamiento político
Más aún, siendo esto cierto no deja de ser incompleto, y los vascos -que históricamente hemos tenido una perniciosa tentación al aislamiento político- hemos de reconocer que el Estatuto que vamos a votar el 25 de octubre es fruto, asimismo, de los anhelos, las esperanzas y las luchas de todos los españoles que, de una u otra manera, se levantaron contra la dictadura y que no permitieron que la reforma quedara en sus márgenes, sino que crearon una corriente de permanente ampliación de la libertad política difícilmente parable y domesticable.
Fieles a su propia historia y a sus propios intereses, los trabajadores vascos, vinculándose con el Estatuto, están haciendo la única política que pueden y deben realizar: la política de permanente profundización de la democracia, de la transformación del aparato del Estado. Ahí, en torno a estos objetivos, encuentra concreción la política de izquierda en relación con la autonomía, fundiéndose las perspectivas nacionales y de clase, extremos que no siempre han encontrado el equilibrio adecuado.
Cualquier perspectiva de transformación de la sociedad en un sentido socialista, sin caer en utopías ni planteamientos idealistas, exige el ensanchamiento constante de la democracia en los niveles político, económico y social. Por eso, la vinculación de los trabajadores con la autonomía vasca no es un regalo que se hace a ninguna otra clase o sector social contrapuesto, sino que responde a un doble motivo: el interés colectivo de un pueblo del que la clase obrera forma parte, y la convicción de que las grandes aspiraciones de cambio social se producirán ensanchando siempre la libertad, ensanchando siempre la democracia.
Por tanto, la vinculación de los trabajadores con el Estatuto es una vinculación política. Y por serlo, no puede hacerse de manera abstracta y en el vacío. Porque una vinculación política se realiza en lo concreto, en lo que el Estatuto puede suponer para resolver los problemas hoy pendientes, que, en mi opinión, para los trabajadores, son fundamentalmente dos: la crisis económica y sus efectos sociales -en concreto todo lo relacionado con el puesto de trabajo-, y la necesidad de alcanzar un clima de convivencia pacífico que margine y erradique el terrorismo.
Los problemas centrales no son, ni de lejos, los presos de Soria, los «refugiados», ni la idílica concepción fuerista de un país, que la propia irrupción de la clase trabajadora ha relegado al baúl de los recuerdos.
El Estatuto en relación con la crisis; el Estatuto en relación con el terrorismo: estos son los temas de fondo. Y en la medida en que el conjunto de los partidos políticos defensores del texto de Guernica seamos capaces de hacer ver los instrumentos que el Estatuto aporta para abordar esos grandes problemas, estaremos consiguiendo adhesiones reales, políticas, al Estatuto.
Parece obvio que colocar en el Estatuto todas las esperanzas es una barbaridad ilusoria. Pero también resulta obvio que sin el Estatuto, las soluciones se alejan hasta perderse por el horizonte.
Como se suele decir, el Estatuto es condición necesaria, pero no suficiente. En el terreno de la crisis es precisa una política unitaria a nivel de toda España -complementada en Euskadi con las competencias y atribuciones del Estatuto-, que permita crear las condiciones para una salida de la crisis que no lesione los intereses obreros y populares, que apunte hacia un nuevo modelo de crecimiento y que desarrolle una activa y solidaria política de absorción del paro.
Defensa de la paz
Y en el terreno de la pacificación, de la lucha contra el terrorismo, no basta sólo con votar sí. Será un paso adelante, porque será una derrota seria para ETA, pero habrá que seguir movilizándose permanentemente, democratizando hasta el final los aparatos del Estado y haciendo, en definitiva, que el pueblo vasco se ponga en pie en defensa de la paz. Lo cierto es que ante la evidente presión terrorista que todos estos días sacude nuestro país, el CGV no está a la altura de su responsabilidad; está siendo incapaz, con grave daño para el presente y el futuro de Euskadi, de responder al reto del terrorismo; hay un encogimiento peligroso, por lo que supone de miopía en el tratamiento de un problema de esta envergadura.
La adhesión al Estatuto, a través de las cuestiones concretas, debe permitir también al conjunto de la izquierda vasca democrática y autonomista situarse ante su propia responsabilidad, ante la necesidad de desarrollar una estrategia unitaria sobre bases programáticas, que aborde los principales problemas que tenemos en Euskadi, y a crear unas claras referencias de acción y participación con las que se vinculen todos los que en este país necesiten un desarrollo progresista que transforme en profundidad las actuales estructuras. Estrategia unitaria que en Euskadi es condición sine qua non para abordar con otras fuerzas, no estrictamente de izquierda, la formación de una mayoría capaz de desarrollar la autonomía vasca con contenidos de progreso.
He intentado hasta aquí explicar el por qué los trabajadores vascos van a votar mayoritariamente sí el próximo día 25. Termino expresando mi convicción de que en ese voto se van a sentir representados los intereses de millones y millones de ciudadanos del resto de España, solidarios con la lucha del pueblo vasco y deseosos de conseguir estabilizar Euskadi en la democracia y en la libertad.
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