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27.º FESTIVAL INTERNACIONAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

Gutiérrez, los Taviani y Tewkesbury dan calidad al certamen

El Festival de Cine de San Sebastián ha entrado en su recta final y ello se ha dejado notar en una subida general de la calidad de los filmes. El Prado, último filme de los hermanos Paolo y Vittorio Taviani, y El corazón del bosque, de Manuel Gutiérrez, se han proyectado fuera de competición, el primero en la sección oficial y el segundo en la informativa. En «Nuevos realizadores» se ha visto Old Boyfriends (Viejos novios), de Joan Tewkesbury. Todas estas peliculas están bastante por encima del nivel de los filmes a concurso.

Old Boyfriends es el primer largometraje de Joan Tewkesbury, la guionista de Nashville y Thieves like us, de Robert Altman; su guionista y productor ejecutivo es nada menos que Paul Schrader, uno de los hombres-clave del último cine americano. Una psicóloga divorciada encuentra un viejo diario y decide hacer un viaje para reencontrar a los hombres de su vida. Filme de una sorprendente madurez, especialmente tratándose de una primera obra, está más cerca del cine de Schrader que del de Altman, afortunadamente, aunque se trata de un filme con personalidad propia, de un tono sutilmente amargo, púdicamente triste, que roza en muchos momentos la comedia y en otros la utiliza abiertamente. En su reparto sobresale el jocoso personaje encarnado por John Belushi y, sobre todo, la protagonista, Talia Shire, hermana pequeña de Coppola y lo único salvable de Rocky, junto con la dirección de Avildsen. La música de David Shire es hermosamente antigua.El prado, de los hermanos Tavíani, es, con Padre Padrone, lo mejor de la obra de este insólito tándem de cineastas; un filme en el que la comunicación es sustituida por la comprensión como tema y como mirada. Menos rossellinianos que en Padre Padrone y más próximos, en ciertos momentos, al cine de Bertolucci, los Taviani parecen decir, como aquel cinéfilo enloquecido de Prima della rivoluzione, que «no se puede vivir sin Rossellini». Con continuos homenajes a Germania anno zero, película en que El prado parece haber tenido su mayor inspiración, e incluso utilizando como protagonista a Isabella Rossellini, hija del director e Ingrid Bergman, los Taviani parecen rendir tributo con esta película a su indiscutible maestro, al autor más importante de todo el cine italiano y al hombre que premió su Padre Padrone con la Palma de Oro, en Cannes, hace dos años, siendo presidente del jurado en dicho festival.

La imposibilidad de la utopía

El prado es un filme sobre la imposibilidad de la utopía, tanto a nivel social como personal, sobre la fugacidad de la felicidad. Un homenaje admirativo a quienes se creen capaces de cambiar algo y luchan por ello. Recurriendo constantemente, y sin ningún miedo, al melodrama, género italiano por excelencia y vehículo privilegiado para hablar de los sentimientos, los Taviani han logrado su más tierna y romántica película. Quizá el final de la película no está a la altura del resto, pero nadie puede negar a El prado una sinceridad, una emoción y un lirismo a flor de piel, así como un tratamiento visual de una belleza y una sencillez no menos conmovedoras. Película tal vez desconcertante para quienes esperaban de sus autores un filme más convencionalmente político, resultará un feliz descubrimiento para quienes piensan que hablar de cosas como el amor puede resultar bastante más revolucionario que la mayoría de las películas políticas.

El corazón del bosque, cuarto largometraje de Manuel Gutiérrez, y que fue ya presentado en el Festival de Berlín, es, sin duda, su mejor y más madura película, y le confirma como el más poderoso constructor de imágenes del cine español. Dejando a un lado el tono simbólico o intelectual de sus anteriores películas, pero conservando su forma mítica de ver la realidad, Manuel Gutiérrez ha realizado una película sin segundas lecturas, con toda la fuerza de lo que es brutalmente directo, un filme donde la parte física de la acción predomina sobre los supuestos contenidos de esa acción, a los que acaba desintegrando y restituyendo a su vaciedad esencial. Me explicaré más claramente: El corazón del bosque no es tanto una película sobre cómo un hombre trata de encontrar a un mítico guerrillero emboscado en las montañas para convencerle de abandonar la lucha, como un filme sobre los lugares donde esa acción tiene lugar, en el cual los personajes son marionetas de un espacio determinado que los envuelve y aprisiona, un espacio que los transforma en animales salvajes y donde no existe más razón que la de la selva. Porque es el bosque, sin duda, el verdadero protagonista de esta película, una hermosa pesadilla desgarrada y expresionista. Una película sin ninguna concesión a nada ni a nadie, árida, difícil, incómoda: pura, como debe ser. Una película en la que es tan dificil entrar como difícil es entrar en el corazón del bosque.

La película posee una magistral fotografía de Teo Escamilla, un operador a quien nadie fuerza tanto a dar lo mejor de sí mismo como Manuel Gutiérrez, como atestigua no sólo esta película, sino también su anterior Colaboración en Sonámbulos.

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