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Reportaje:La cultura española y los cambios políticos/ 10

Cultura vasca y "euskal kultur"

Si el sentimiento generalizado en torno a la cultura en Euskadi es de frustración y desencanto, se debe sobre todo a la diferencia entre las expectativas y ansias de cultura populares y la oferta, pero también a la disolución del frente cultural de la unidad y comunicación de los hombres de una cultura que fue durante cuarenta años, una forma de resistencia. Así analiza en este reportaje, cuya segunda parte publicaremos mañana, el presente cultural del País Vasco.

Por incómoda que la rememoración pueda resultar para algunas personas, es imposible entender la situación actual del País Vasco sin tener en cuenta, como telón de fondo de todo el panorama, los cuarenta años de silencio. Esta consideración sirve también para la cultura. Incluso puede decirse que se aplica particularmente a dicho campo. Pues es precisamente en el terreno de la expresión cultural de la identidad colectiva vasca donde la lista de agravios es más larga, ancha y profunda. Por ello mismo, sus huellas son más perennes, y sería ingenuo pensar que puedan bastar dos o tres años para borrarlas, pues no habría que remontarse a los tiempos-por otra parte no demasiado lejanos- del «español, habla la lengua del imperio», de las multas gubernativas por decir agur (adiós) en la calle, para encontrar una patrulla de la Guardia Civil irrumpiendo a punta de metralleta en la ikastola de Lazcano, clandestinamente instalada en la parroquia del pueblo, y desarticular así por la vía rápida el tipo particular de reunión subversiva que, todavía en los años sesenta, suponían una docena de niños intentando aprender a leer y escribir en su lengua.Como en el resto del Estado, pero con caracteres singulares muy acusados, la actividad culturalvasca tuvo bajo el franquismo un carácter de resistencia. Muy significativamente, hasta fecha muy reciente, se ha hablado en Euskadi, empleando un término de raíces genuinamente militares, del frente cultural.

Este doble condicionamiento objetivo y subjetivo está probablemente en la raíz del desencanto actual. Porque no cabe duda que es de desencanto de lo que se trata. Tanto como esperanzas se habían depositado en las virtualidades del cambio político.

Como Groucho, hemos pasado de la pobreza total a la miseria más absoluta.

De tal manera que uno no puede dejar de experimentar un sentimiento de nostalgia -de «cierta nostalgia», pues tampoco hay que exagerar- al contemplar hoy la fotografía del acto constitucional del grupo Gaur -mayo, 1966-, en la que pueden verse, en torno a una misma mesa, a Ruiz Balerdi y Mendiburu, Néstor Basterrechea y Sistiaga, Chillida y Oteiza (Chillida y Oteiza, sobre todo). Hoy, salvo excepciones, cada uno va por su cuenta y el escritor vasco ignora lo que hace el escultor de su mismo pueblo, y éste lo que hace el pintor que vive en la misma calle. Y los artistas guipuzcoanos ignoran a los vizcaínos, y unos y otros desconocen, en general, al alavés o al navarro. El frente cultural ha muerto. No, desde luego, la cultura vasca, pero sí su disposición en frente común. Porque ya no está claro quién está situado enfrente. Y, sin embargo...

Nunca en Euskadi había habido antes -a nivel popular de masas- tanta ansia de cultura. La asistencia masiva a actos, como el homenaje a Blas de Otero, los debates sobre poetas o narradores vascos, o las representaciones teatrales al aire libre durante las fiestas de Bilbao, testifican de esa expectactiva, que desde luego era impensable hace unos años. Los datos aportados por el sociólogo Luis Núñez muestran, Por otra parte, que en Euskadi se leen proporcionalmente más periódicos y revistas que en cualquier otra región o nacionalidad del Estado. Respecto a los libros, los datos disponibles sitúan al lector vasco a la cabeza, junto con Catalunya, si bien en Euskadi las preferencias van hacia los libros de ensayo o actualidad política, en detrimento de la literatura de creación.

Pero es precisamente la distancia entre esta disposición receptiva a nivel de masas y la falta de oferta cultural lo que produce la sensación de frustración actual.

Purgar a Cervantes

No sería razonable esperar que una situación política y social crispada no produjera comportamientos culturales crispados. La depuración por la vía rápida del autor del Quijote por parte del Ayuntamiento de Lejona es únicamente la manifestación más mostrenca de tal crispación. Pues no se trata sólo de Cervantes. Una interpretación ad demostrandum de la propia historia ha hecho que sean igualmente purgados -o estén a punto de serlo- escritores como Unamuno o Meabe, e ignorados como extranjeros los miles de vascos que optaron por el bando liberal durante las carlistadas del siglo pasado. Por no hablar del presente.

«Si escritores como Ignacio Aldecoa o Luis Martín Santos no son escritores vascos y si no se quiere que formen parte del patrimonio cultural vasco, es que algo grave está ocurriendo aquí. La postura no me parece necia, sino suicida.» Con esta frase finalizaba un artículo de Raúl Guerra Garrido, premio Nadal 1976, publicado en Egin en enero del año pasado y que daría lugar a un polémica que se mantiene en torno a la cuestión: ¿Qué significa ser escritor vasco hoy? Y más concretamente: ¿Puede hablarse de escritores vascos de expresión castellana como integrantes de la cultura vasca?

A las posiciones de Guerra Garrido siguieron las respuestas de Xabier Kintana, miembro destacado de la Academia de la Lengua Vasca, y las aportaciones de Elías Amézaga -autor de una antología sobre Los vascos que escribieron en castellano-, Martín de Ugalde, Bernardo de Arrizabalaga, Koldo Izaguirre y Ramón Saizar Bitoria, entre otros. Ultimamente, Luciano Rincón ha planteado el tema -en el El Viejo Topo- desde la prespectiva más global de la cultura -y no sólo la literatura- vasca. Saizar Bitoria, desde una posición simétricamente opuesta a la del Nadal 1976, arremetía contra aquellos «a quienes el hecho de maldibujar personajes con boina y nariz aguileña en sus novelas no les impide, sino más bien les facilita, el situarse en la tradición cultural de Rinconete y Cortadillo, en afortunada expresión de Antxon Ezeiza». A lo que añadía que «quienes escriben en castellano no tendrían que extrañarse de la incompresión de que alguna vez se han sentido víctimas ( ... ) coincidiendo como coincide el idioma por ellos utilizado con la lengua de la opresión, por lo cual, digo, es comprensible que en ocasiones se identifique su trabajo con una especie de colaboración en el proceso de deseuskerización al que nos vemos sometidos».

Desde luego, es no sólo polémico, sino político. Pero, ¿cuándo no fue política la cultura? «El problema, escribe Manu Escudero en el prólogo a su libro Euskadi: dos comunidades, es que hay vascos, los nacionalistas, que se sienten más vascos que los otros vascos, que se sienten más poseedores de la cultura vasca que los otros vascos; que se sienten en la tentación de considerar como de segunda categoría a los vascos que por historia y por familia hablamos castellano. »

PROXIMO CAPITULO: Hacia la normalización del euskera

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