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Las oportunidades perdidas en el Congreso Internacional de Escritores

Juan Cruz

El I Congreso Internacional de Escritores de Lengua Española se clausuró el domingo en Madrid, con la asistencia del ministro español de Cultura, Manuel Clavero. Durante el desarrollo de este encuentro entre literatos españoles y latinoamericanos se produjeron diversos incidentes, algunos de los cuales fueron protagonizados por literatos canarios -el congreso se celebró en Las Palmas-. Estos incidentes ilustran el estado de crispación y de intolerancia que está sufriendo la sociedad insular. El mismo domingo, en Madrid, un grupo de nacionalistas del archipiélago volvió a impugnar el congreso leyendo en el acto oficial de clausura un comunicado en el que se denuncia «la desorbitada cifra de millones que se han empleado en el montaje, dada la dramática falta de medios económicos que padece nuestra enseñanza y cultura».El argumento económico para descalificar este encuentro de creadores ha sido común entre los insulares que se han opuesto al congreso. Como se ha reiterado en las informaciones cotidianas, el dinero oficial canario gastado para propiciar esta reunión no superó los tres millones de pesetas. Los cuatro millones restantes fueron invertidos por entidades de ámbito estatal. El aspecto económico del congreso, por tanto, no parece ser lo más desorbitado del mismo. ¿Qué ha molestado a los canarios que de este modo repudiaron el congreso de escritores? En el fondo de la contestación no han latido sólo los enfrentamientos personales comunes en una sociedad como la insular, sino que también ha estado lo que uno de los escritores insulares calificó como «resentimiento histórico» por la desatención que la cultura de las islas ha sufrido. ¿Eran estos argumentos suficientes como para descalificar este encuentro?

En Canarias funciona, en estos momentos, una orave contradicción que proviene del maniqueísmo cristiano en que todos nos hemos criado: «0 estás conmigo o estás contra mí.» Secretamente influidos por esta tradición los escritores canarios que no asistieron al congreso consideraron, en su afamado comunicado de repudio, que sus colcoas y compatriotas asistentes al mismo no eran representativos de la cultura insular. Los peninsulares, por el mero hecho de aceptar una invitación, ocupar unas habitaciones e intervenir en unos debates, también eran descalificados como agentes, involuntarios o inocentes, eso no importa, de los propósitos culturales de la metrópoli colonial. Los latinoamericanos. algunos de los cuales eran de la categoría indiscutida de Juan Rulfo o de Augusto Westphalen, también eran cómplices de igual maniobra, nefasta «para los intereses socioculturales de la población insular, en base a sus objetivos contrastados con la precariedad de nuestra regalón». Y, en fin, el congreso era una manipulación del partido del poder de cara a América Latina, para que siga prosperando. decían los contestadores, «la ideología llamada Hispanidad». La argumentación fue tan peregrina que en algún momento se asoció la presencia de los 150 escritores que acudieron al encuentro de Canarias con el paso por Madrid del secretario general de la Organización de la Unidad Africana. La evocación de esta coincidencia desató un comentario chungo: «Toma, y el Papa está en Polonia.»

Este estado de crispación, que a veces resulta paranoico en las Islas, no se refleja sólo en la convivencia cultural, sino que se expresa, más aún, en la vida política, en la que el personalismo oscurece cualquier debate en profundidad sobre la identidad de lo que Canarias quiere. El acto de constitución, el pasado sábado, de la Junta de Canarias en Las Palmas fue un ejemplo más de este enfrentamiento crispado que amenaza con convertirse en secular. En la escala cultural, esta misma tensión se evidenció en la conferencia de prensa en la que fue presentado el comunicado de contestación al congreso. Este periodista fue alevosamente increpado por haber interrumpido levemente la exposición de uno de los firmantes. José Miguel Ullán fue calificado, peyorativamente, de godo por un locutor peninsular radicado en Canarias, «por tratar de dar una lección a los insulares». La contradicción godo-canario, que en las islas siempre existió y que ahora está alcanzando tonos de tesis política, pasó por el medio de una actitud insular que creíamos en trance de superación y que se mostró con toda su gallardía en una frase inefable de uno de los autores firmantes del mani iesto canario: «Es que ustedes, los peninsulares, hablan mejor que nosotros.»

Para los organizadores del congreso, esta puede haber sido una oportunidad perdida para definir las relaciones literarias hispano-americanas. Para los insulares también ha sido una oportunidad perdida de diseñar, ante los creadores reunidos, cuál es la verdadera crisis cultural de Canarias. Se prefirió ahondar en los debates personales antes que alcanzar esa comunicación cuya utilidad no se puede despreciar por el mero hecho de que haya habido en los fondos de la organización dinero y gente supuestamente oficial o antipática para los veinte firmantes del famoso escrito.

Ha sido una semana malhumorada, crispada. lo cual es grave. Los únicos elementos de humor fueron introducidos por un periodista, Víctor Márquez, y por un gran narrador, guatemalteco, Augusto Monterroso. El primero quitó hierro pesimista a un coloquio sobre la decrépita crítica española. El segundo hizo un abecedario del escritor que comenzaba recomendando que mejoraran las relaciones entre escritor y escritora. En un ambiente tan cargado, tan simple sugerencia cayó como el agua milagrosa.

De resto, como decimos, varias oportunidades perdidas en un proceloso mar de intrigas, frustraciones, intolerancia y falta de sentido común.

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