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Tribuna
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El libro, a paseo

Este año, la apertura de la Feria del Libro se ha realizado dentro de un clima de relativa polémica debido a su cambio de emplazamiento, desde el Retiro a la Casa de Campo. Como es habitual cuando de temas culturales se trata, el debate ni siquiera ha rozado el fondo de la cuestión y se ha enredado en los aledaños del problema. Ha tenido, sin embargo, la ventaja de descubrir, una vez más, la marginación que la cultura sufre en esta sociedad y su desplazamiento cada día más nítido hacia ámbitos elitistas y minoritarios.Veamos. Los partidarios del tradicional, relativamente, emplazamiento en el paseo de Coches aducen, entre otras cosas, que el actual está mucho más alejado del centro. Obvio. Se declaran así partidarios de una centralización ciudadana de la cultura. Como el teatro, la música clásica y las exposiciones de pintura, el libro es patrimonio de la clase burguesa ilustrada. Debe permanecer, por tanto, dentro de sus reductos ciudadanos para facilitar su consumo. Se parte del hecho, por lo demás estrictamente real, de que el acceso a la cultura es una cuestión de clase. Los barrios situados alrededor del Retiro, habitados por clases media y alta, compran más libros que los que viven en barriadas proletarias. Esta situación viene dada y, por tanto, hay que aceptarla tal y como es...

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Singulares argumentos cuando vienen además camuflados de un supuesto amor por la cultura a la que se quiere defender. La experiencia nos demuestra que, efectivamente, el mastodóntico crecimiento de las grandes ciudades se ha hecho partiendo de que el extrarradio «necesita» del centro para abastecerse culturalmente, La cultura no debe ir hacia ellos, sino que el proceso debe ser inverso. Se crea así una nueva dependencia: hay que ir al centro para acceder a ciertas manifestaciones culturales, lo mismo que viajar a Madrid es imprescindible si se quiere ver ciertas obras de teatro o asistir a exposiciones de pintura. La burguesía, y las clases medias liberales, tienen que dejar muy claro que la cultura es suya y que no puede moverse de donde está.

Naturalmente el precio que se ha pagado por esta doble centralización ha sido muy alto. De hecho, millones de personas viven ajenas a los fenómenos culturales no sólo por un problema de escuela, sino también porque su alejamiento físico les impide el más mínimo contacto con ellos. El caso del teatro es revelador. Pero no es el único. De modo que no deja de ser pintoresco, y significativo, que se hable de marginación del libro cuando se le desplaza del centro hacia la periferia. Incluso parece no importar que la densidad de población alrededor de la Casa de Campo sea mucho mayor que la de los barrios tradicionales. Ni que cerca de un millón de personas, o incluso más, utilicen los días festivos ese parque como lugar prioritario de recreo y esparcimiento, dada la presencia en él, entre otros atractivos, del Parque de Atracciones y del Zoológico. Pero, claro, parece darse por supuesto que las gentes que acuden a esos lugares nada tienen que ver con los libros y que es mejor mantenerlos severamente separados de cualquier posible facilidad o tentación de acercamiento.

Pero hay más. La Feria del Libro en el Retiro, además de las limitaciones de espacio y sujeción a las condiciones climatológicas al estar al aire libre, se había ido paulatinamente desplazando hasta convertirse en un mero escaparate de librería. De hecho, salvo el ritual de las firmas, las escasísimas manifestaciones culturales paralelas que durante ella se celebraban se veían obligadas a emigrar, normalmente a los salones de los grandes hoteles. ¿Alguien recuerda alguna actividad cultural que se haya celebrado dentro del recinto de la Feria? ¿Se ha olvidado la escasa presencia de público en los pocos debates celebrados a los que además, para asistir, hacía falta invitación? Los famosos cocteles y presentaciones de libros en editoriales y hoteles de cinco estrellas, con rigurosa reserva de admisión, salvo para un grupo mínimo de iniciados, ¿es lo que se entiende por cultura?

La Feria del Libro estaba muerta, culturalmente hablando, hace bastante tiempo. Partía además de un concepto elitista del fenómeno literario y centralista en cuanto a su ubicación ciudadana. Es decir, reaccionario. Su traslado a la Casa de Campo abre una serie de posibilidades importantes. Otra cosa es que el INLE, que desdichadamente parece volver hacia los orígenes burocráticos y censores, que nunca llegó a perder y que hoy parecen resurgir al amparo de ese Ministerio de Cultura, que ha encontrado en la organización del Campeonato Mundial de Fútbol la justificación de su existencia, los editores y el público quieran, y sepan, aprovecharlas. En primer lugar, unos y otros tienen ante sí el reto de hacer la cultura atractiva para la gran masa. La gente está acostumbrada a desplazarse donde sea si encuentra motivos que lo justifiquen. Proyecciones cinematográficas, representaciones teatrales, debates abiertos, diálogos con autores, presentaciones de libros que rompan el estrecho círculo de «los de siempre», exposiciones monográficas, salas de lectura para niños, conferencias, pueden ser ahora posibles dentro de la Feria, y no como apéndice y ajeno ornamento de la misma. El libro no es un fenómeno aislable por sí mismo. Hay que sacarle de sus cuarteles de invierno. Conectarle con otras presencias y demandas culturales que sepan atraer a la gente hacia él. La Feria no puede limitarse a dar facilidades al «voyerismo» de portada, sino imponer un espacio que atraiga al público y le haga partícipe del hecho cultural.

Es curioso, pero este país, donde son escasísimas las tradiciones culturales atractivas para la masa, donde cada día se lee menos, se quiere congelar y fosilizar una experiencia cuyos resultados han sido siempre mediocres, aceptando de paso el ghetto donde se ha forzado a situar al libro y a la cultura. Seamos serios. La situación del libro en España es catastrófica ante la absoluta impasibilidad de las autoridades responsables. Como la de cultura en general. Ser conservadores de algo que no merece la pena conservar es estúpido. En teoría al menos, al libro le va a venir muy bien darse una vuelta fuera del centro urbano y, concretamente, de ese Retiro palaciego y pequeño burgués. Ojalá se le pudiera pasear por más sitios además de por la Casa de Campo. Nada se puede perder con ello, y un gran número de posibilidades se abren a cambio.

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