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XXXVIII FERIA DEL LIBRO

Libros de ajedrez, un mundo para iniciarse

Un público especialmente joven, que se ha apasionado por el tema a partir de 1972, se acerca al mundo del libro de ajedrez. Y este mundo lo casi monopoliza una pequeña editorial, Alberto Aguilera, de Madrid, que junto a la colección Escaques, de Martínez Roca, publican todo lo que sale en España y mantienen una caseta monográfica en la Feria, donde el aficionado de altura puede, de cuando en cuando, contemplar jugadas maestras o jugar él mismo.

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La atracción máxima de la estación es la máquina de ajedrez, el enemigo electrónico que juega a diez niveles -desde el aprendiz al maestro- y que resuelve problemas tomándose su cerebro de cables entre tres décimas de segundo v cuatro horas para resolver esos jaques problemáticos o esas celadas magistrales. Cuesta 36.000 pesetas, pero en la feria se pone en 34.000. Seguramente, en esta máquina apasionante está encerrada toda la teoría del ajedrez, milenaria en años y en disputas, y renovada cada vez que dos colosos se enfrentan en el damero. Porque en esa tabla misteriosa, de la que ha surgido tanta literatura, y que parece ser ya en Oriente y Occidente una imagen de lo infinito, no todo se reduce a una cuestión de números, de inteligencia matemática. «Por eso», dice José Ponce, ajedrecista encargado de la caseta, «es posible ganar a la máquina. Y eso que su memoria combinatoria matemática es casi perfecta. »«El ajedrez», dice José Ponce, «no es más que una batalla entre dos ejércitos imaginarios para conquistar un reino imaginario con unas reglas de juego, de posibilidades muy cerradas. En el damero», sigue José Ponce, «hay casillas blancas y negras: es la dicotomía entre el amor y el odio, el bien y el mal, finalmente intercambiables y al final iguales. » Y es que detrás del ajedrez, uno de los juegos occidentales por excelencia, está toda la filosofía oriental de que «lo que está arriba es igual a lo que está abajo», de la unidad esencial del mundo, esa idea que da posibilidad de ser a las matemáticas. «Uno de los problemas que se plantean los lamas tibetanos, para la meditación, es el movimiento de un caballo de ajedrez en un damero de veinticinco casillas por veinticinco. El caballo debe recorrer este tablero gigante tocando todas las casillas, pero sin pisar dos veces la misma, de modo que la última esté a salto de caballo de la primera. En un tablero normal, de ocho por ocho, hay entre diez y quince soluciones, recorridos distintos.»

Si en Oriente el ajedrez, y particularmente el chino, es un juego meditativo -que reflexiona sobre la unidad y multiplicidad de la realidad-, en Occidente, donde el damero se ha propuesto muchas veces como réplica del mundo, es, sobre todo, un juego competitivo. Por eso los libros best seller, las novedades más importantes del año, son los que describen los grandes matchs de la pelea ajedrecística contemporánea. Concretamente, el Campeonato Mundial de 1978 entre Karpov y Korchnoi, que presenta además entrevista con Spassky, o El encuentro del siglo entre Fischer y Bjelica, o la descripción de los torneos de Lake Hopatcong, de 1926; de Estocolmo, de 1919; de Hastings, en 1935, y el de Nueva York, de 1931.

Por supuesto, se venden los libros -que, como la máquina, se clasifican en catálogo por niveles- de teoría del ajedrez, de teorías sobre determinadas defensas, como la siciliana, o de trampas y celadas establecidas ya teóricamente. En cualquier caso, es curioso el número de libros más vendidos y sus títulos: el manual de Ricardo Aguilera, Tratado elemental de ajedrez, como libro de iniciación, y un clásico, el único grande en lengua española: Capablanca, sus Fundamentos de ajedrez. Dos puertas de entrada a un mundo secreto, tradicionalmente considerado como inteligente y abstracto, ferozmente competitivo. Porque, como dice José Ponce: «Yo no creo en los jugadores domésticos de ajedrez.»

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