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La encrucijada argelina

El difícil equilibrio entre las superpotencias en el Magreb

Mediante el aprovechamiento o la creación de situaciones y políticas aparentemente contradictorias, el régimen de Bumedian ha logrado conseguir, durante los últimos quince anos, un reparto equilibrado de influencias económicas y estratégicas de Estados Unidos y la Unión Soviética en el norte de Africa. Tal equilibrio constituye, sin duda, la principal característica de la política exterior argelina, ejecutada brillantemente por Buteflika, de acuerdo siempre con el reconocido pragmatismo de Bumedian, cuya acción en favor de una mayor, penetración soviética y norteamericana en el Magreb ha servido, entre otras cosas, para suavizar la casi exclusividad histórica de Francia en la zona.Hasta 1977, Bumedian no fue, por cierto, el líder árabe más conocido en Washington. Aparte de una breve entrevista con Lyndon Johnson en las Naciones Unidas, en 1967, el distanciamiento entre Argel y la «ciudadela del imperialismo», como llamaba Bumedian a la Casa Blanca, no había hecho más que acrecentarse a causa del apoyo argelino a los palestinos y al Tercer Mundo. Pero el año pasado, con la llegada de Carter al poder, el diálogo entre ambos empezó de pronto a desarrollarse. Un antiguo miembro del Gobierno de Argel, Abdelaziz Maui, fue enviado como embajador a Washington, y el propio Buteflika se entrevistó dos veces con Cyrus Vance. Paralelamente, el contrato firmado en 1969 con la empresa Sonatrach-El Paso condujo a comienzos de este año al transporte del primer cargamento de gas natural argelino de Arzew a la bahía de Chesapeake. La banca norteamericana acordó inmediatamente conceder a Argelia numerosos créditos para financiar importaciones, especialmente un préstamo de 165 millones de dólares, en agosto pasado. Los intereses norteamericanos en Argelia, incluido el intercambio comercial, ascienden en menos de dos años a 3.000 millones de dólares.

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Se explica así la sorprendente neutralidad de Estados Unidos en el conflicto del Sahara y sus reticencias a facilitar a Marruecos el armamento moderno que Hassan reclama, no suavizadas siquiera por la recieñte visita del monarca alauita a Washington. En cuanto al protagonismo de Bumedian en el frente árabe del «rechazo», Vance y Carter se limitan a considerarlo de «rutina» y no ocultan sus satistácción ante las reservas de Argel respecto de Libia, Siria e Irak y hasta de la misma Francia, cuya paulatina pérdida de peso financiero en Argelia le abre a Estados Unidos una nueva puerta al Mediterráneo y el Africa occidental.

Esta política no le impidió a Bumedian transformarse en uno de los principales aliados de la URSS en el Tercer Mundo, pese a la frialdad con que Moscú acogió la caída de Ben Bella, en 1965, a quien los soviéticos calificaban de «amigo» (además de héroe de la Unión Sovíética y titular destacado de la orden de Lenin).

Ese respaldo tercermundista de Bumedian a la URSS es lo quejustifíca hoy el hecho de que el Ejército y la aviación argelina se nutran, en un 90%, de equipos y consejeros soviéticos y también que haya sido Moscú la ciudad elegida por Bumedian para su última iniciativa internacional.

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